
Miguel Ángel del Arco | Escritor y exmagistrado
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Miguel Ángel del Arco | Escritor y exmagistrado
«Lo primero que tendría que hacer un aspirante a juez sería una redacción»«Conozco las leyes porque las he violado todas» es una de las frases geniales de la película 'El juez de la horca', un largometraje ... por el que el exmagistrado y escritor Miguel Ángel del Arco siente devoción. Diríase que aprendió más Derecho con esa película que en la universidad. Es lo que se deduce de la lectura de 'No juzguéis', el tercer y último volumen de sus memorias, un libro en el que recuerda momentos duros pero también desternillantes, como el día que tomó declaración como testigo a un electricista que había ido a su juzgado a reparar una avería y que nada tenía que ver con los pleitos. Fue como si Rafael Azcona, el guionista de las obras maestras del director Luis García Berlanga, hubiese reescrito 'El proceso' de Kafka.
Tras colgar la toga y las puñetas en 2014 y cuando ya frisa los 80 años, el jurista se emociona todavía cuando le dicen 'señoría' y admite que, a lo largo de su dilatada carrera como instructor de causas que generaban gruesos titulares, nunca le abandonó el temblor a enfrentarse a la responsabilidad de sentenciar.
–'No juzguéis', no pide usted nada. Hoy todo el mundo juzga. Juzgan los políticos, juzgan los periodistas, juzgan las personas en general... Y hasta condenan.
–Pero es que el mensaje evangélico tiene una segunda parte: 'No juzguéis y no seréis juzgados'.
–¿Qué es la independencia judicial?
–Se habla mucho de la independencia judicial. ¿Y para qué sirve la independencia judicial si el independiente es un solitario, un fanático o un indocumentado? Más que independiente, un juez tiene que estar formado, preparado y, sobre todo, ser imparcial y que lo parezca ante la sociedad.
El mayor ataque a la base de la independencia judicial es ser un ignorante.
–Desde fuera del gremio es un concepto difícil de entender. Se pide a los ciudadanos que crean en algo intangible, como si fuera una cuestión de fe...
–La fe es un don, es creer en lo que no se ve, pero también creemos en lo que cuesta trabajo obtener y constituye una mera esperanza. Luego, y ya en el tema de los jueces, una cosa es la ley, otra cosa es la justicia, en fin, la cosa es compleja...
–En 'No juzguéis' aporta pruebas de que es una persona con mucho sentido del humor, un talante que no se suele asociar a su oficio. De hecho, se ríe muy bien de usted mismo.
–Cuanta más experiencia se tiene, y vamos a suponer que seamos inteligentes, yo creo que más tenemos que reírnos de nosotros mismos, es un signo de humildad.
–Ahí está el inefable episodio del currante de mantenimiento que fue a reparar una avería en su juzgado y acabó declarando en una vista oral al ser confundido con un testigo...
–Eso pasó de verdad. Era electricista y tenía que hacer un arreglo. No tenía nada que ver con los juicios, pero había tanta seriedad
y tanta formalidad que al hombre lo metieron como testigo y declaró. Él dijo que testificó porque nadie le había preguntado nada. Fue un hecho gracioso, pero en su momento fue un drama, ja, ja, ja.
–En el libro también cuenta que de niño quiso ser torero, misionero para viajar gratis por todo el mundo e incluso hombre rana, esto último es lo más intrigante, ¿por dónde le vino esa vocación?
–Vi varias películas de buzos y además se publicó un libro muy pequeño de bolsillo que hablaba de las atmósferas cuando uno bajaba al fondo y tal. Yal ver esas aventuras me dio por ahí. De chico siempre se quiere ser cualquier cosa. Luego, hay veces que te alegras de lo que eres y otras que te sientes decepcionado. Es como aquel que decía que de mayor iba a ser como el director Von Karajan y acabó de tercer violín de la orquesta de su pueblo, ja, ja, ja.
–Por cierto, ¿llegó a probar lo de ser hombre rana?
–Pues sí. Mi padre me compró unas aletas y unas gafas y comprendí que aquello no era para mí. Y acabé en un juzgado, un juzgado de pueblo... Estábamos otra persona y yo. Yo lo abría por las mañanas y un día me encontré a unos señores que estaban esperando en la puerta. '¿Qué hacen ustedes aquí?', les pregunté. Y los tíos me respondieron:'venimos de testigos falsos'. 'Está bien', les dije yo.
–Estudió en un colegio religioso y, cuando se decidió por la carrera de derecho, los curas no es que le animasen mucho...
–Me dijeron 'no damos un duro por ti, serás un desastre'. Los curas me causaron, podemos decir, un pesimismo y un complejo de inferioridad que me duró bastante años. Aparte de que la enseñanza de la religión era terrible, obsesionada con el pecado, con que la mujer era mala. Yo hice ejercicios espirituales con fuego en medio de la iglesia, en fin, un desastre. Ahora, también tengo que reconocer que me dieron una formación intelectual sólida. Hice un Bachillerato bien hecho y salí traduciendo latín y griego sin diccionario. Con quince años conocía los 'Diálogos' de Platón y eso es algo que no tiene precio. Me hice una persona con una voluntad de hierro para soportar aquello, pero doy por bien invertido el tiempo malo que pasé allí sufriendo.
–A pesar de los pronósticos de los curas, terminó Derecho y encima se hizo juez, ¿por qué?
–Por mi padre, que era secretario de un juzgado. Era de una familia muy humilde. Mi abuela había sido limpiadora en el juzgado... Y, bueno, aprendí allí en el juzgado. Mi padre entraba todas las tardes en mi cuarto para animarme a ser juez... Yal final hice la oposición y ya no me moví de los juzgados. Podía haber tenido más porvenir económico, sobre todo, ejerciendo de abogado. Conocí a grandes abogados de editoriales que me propusieron trabajar en ellas y, si lo hubiera aceptado, estaría a lo mejor con buena fortuna, pero viviendo en Madrid como un desgraciado.
–Ahora se está hablando de modificar las oposiciones para ser juez, ¿han cambiado algo desde que usted las aprobó?
–Yo creo que el modo de acceso sigue siendo parecido, aunque creo que hoy es más fácil. Por ejemplo, antiguamente teníamos que estudiar doce tomos de Derecho Civil. Creo que hoy las oposiciones son un poco más fáciles, pero el esfuerzo sigue siendo tremendo. Y no creo que se corresponda con la retribución que se recibe, y eso hay que modificarlo también. Volviendo a las oposiciones, y si de mí dependiera, lo primero que tendrían que hacer los aspirantes a juez sería una redacción. Se tendría que ver cómo redactan. A ver si es capaz de hacer una relación de hechos probados. Uno se puede saber de memoria 500 temas y ser el tonto de la película. Esa es la verdad. Luego, todo eso que dicen de que hay un clasismo en los jueces, no es así. Los jueces son personas normales a las que les dan un plato de comida y tienen el valor de estar cuatro o cinco años aprendiéndose las cosas de memoria. Es la vocación y luego están los que se creen que el juez puede hacer lo que le da la gana...
–Y un juez no puede hacer lo que le dé la gana.
–Efectivamente, no puede hacer lo que le da la gana..., o no debe de hacerlo, porque existen muchos controles, existen muchas limitaciones legales, muchos controles que son necesarios. Pero el mayor problema que tiene hoy un juez es lo que hay delante, es decir, una invasión del poder ejecutivo, una, podríamos decir, falta de calidad en el poder legislativo y, sobre todo, la goleada por la que puede ganar el Tribunal Constitucional.
–¿Se arrepintió alguna vez de ser juez?
–Hay mucho trabajo y dedicación Yo iba al juzgado los sábados y los domingos, pero creo que sí valió la pena, porque en el fondo, pienso que el que pretende ser funcionario es un fanático. Tiene su parte de romanticismo, pero también de fanatismo, hasta tal punto de que, si uno se descuida, se cree que va a arreglar el mundo.
–Cuenta en el último volumen de sus memorias que llegó a cantar para Paco Ibáñez y el maestro Enrique Morente, ¿menudo reto no?
–Fue en el Realejo. Eran las cinco de la mañana y teníamos unas cuantas copas... El caso es que me quejé de que estaba frustrado porque cantaba muy mal y ellos me dijeron que cantase con ellos. Me hicieron de coro en 'Andaluces de Jaén' y aseguraron que tenía porvenir si me educaban la voz. Todavía tengo mis dudas, ja, ja, ja.
–También deja patente en su libro que su gran inspiración es la película 'El juez de la horca'.
–Es que es algo impresionante 'El juez de la horca'.
–El personaje está particularmente atinado cuando dice: 'Conozco las leyes porque las he violado todas'. ¿Es otra forma de opositar no?
–Es una de las formas de hacerlo. Bueno, eso no quiere decir que cualquier sinvergüenza pueda ser un buen juez, pero hay que conocer la ley y, sobre todo, lo que hay detrás de la ley, la trastienda, la tramoya, el tinglao que hay, la mentira que hay. Es decir, pensemos que muchos actos políticos no son actos políticos para el bien común, sino actos individuales para la promoción de esos político y para los partidos a los que pertenecen.
–Afirma en su libro que la mentira es uno de los motores que mueve el mundo, ¿pensaba en Trump?
–Trump no es exclusivamente un mentiroso, utiliza la mentira como instrumento para conseguir otra cosa. Dice que va a subir los aranceles y lo que consigue es que le pongan gratis un ejército de diez mil personas en la frontera para evitar la inmigración. Además, ¿quién nos asegura que dentro de dos años, la misma que le ha aupado no le hace caer? No olvidemos lo que le pasó a Jesucristo, que hacía milagros y un domingo entró entre palmas y olivos en Jerusalén y al viernes siguiente lo crucificaron.
–¿Tiene conciencia de haberse equivocado alguna vez cuando impartía justicia?
–Tengo mis dudas. Algunas veces he tenido hasta complejo de malo. Pero creo que no fui tan malo como parece o como algunos creen. Lo que sí es verdad es que, cuando pienso pienso en los problemas estos de conciencia, me vienen a la cabeza las cosas que en mi vida particular creo que he hecho mal, o no he sido justo o no me he portado bien. Es un problema, claro. Pero también digo que hay algo que es peor que equivocarse: no decidir.
–¿Recuerda su primera sentencia?
–Perfectamente. Era un juicio de faltas por la mordedura de un perro. Era y soy experto en perros y tengo una idea muy clara: los perros muerden porque se llevan sin atar y sin el bozal. Los dueños creen que sus perros son inofensivos y que no van a morder a nadie... Pero de lo que más me acuerdo de aquel primer juicio fue la gota de sudor que me resbalaba por el cuello. Antes de los juicios, tenía problemas para dormir. Me pasó durante toda mi carrera.
–¿La responsabilidad es lo más duro de ser juez?
–Hay algo peor, hacer el ridículo. Los toreros tienen más miedo a hacer el ridículo que a que los mate el toro.
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