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El pequeño taller de este vecino de Gûevéjar está en el Callejón de los Gitanos de la capital. Fermín Rodríguez
Personajes de barrio de Granada | El último zapatero remendón del Realejo

El último zapatero remendón del Realejo

Personajes de barrio ·

Paco, que regenta desde hace 32 años un pequeño taller, aprendió el oficio de su padre y puede presumir de clientes fieles que le han permitido sobrevivir al consumismo imperante

Yenalia Huertas

Granada

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Domingo, 19 de enero 2020, 01:23

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Sus dedos han dejado huella en miles y miles de pisadas. Su taller es en sí mismo una reliquia de su oficio. Los zapatos y los bolsos se amontonan esperando su buen hacer, vigilados por dos relojes enfrentados y un viejo transistor. Francisco Moreno Pérez (Granada, 1968), más conocido como Paco, es el último zapatero remendón del bajo Realejo. Empezó con 15 años y su negocio, heredado de su padre y ubicado en el Callejón de los Gitanos de la capital granadina, medirá no más de 16 metros cuadrados y huele a tinta, a cuero, a pegamento, a trabajo.

Una máquina Singer plateada de los tiempos de Maricastaña sobresale junto una montaña de zapatos de todos los colores, formas y alturas. Lleva unos 70 años cose que te cose para que los granadinos de dentro y de fuera de este barrio no se deshagan de su calzado por culpa de una suela gastada, una tapilla caída o un tacón despegado... a saber. Él tiene solución para casi todo: lo más raro que le han llevado a reparar ha sido un colchón inflable pinchado.

Este 'MacGyver' del calzado ama su profesión y se le nota a la legua. Tras su pequeño mostrador, en el que reposa un bote de caramelos de distintos sabores para endulzar la visita a su fiel clientela, recibe siempre con amabilidad y a veces con algún juego de palabras a sus vecinos:

-«Hoy te traigo esta bota», dice una señora que entra con prisa mientras la saca de una bolsa.

-«¿Una bota de vino?», bromea él.

A los tres minutos, entra un señor para recoger unos zapatos y sacar otro par.

-«Se ha despegado la suela y no me he atrevido a pegársela yo», se justifica el hombre mostrando un elegante zapato de piel a Francisco.

-«Claro, aún no tiene usted el carné de pegar», le responde el zapatero.

En medio minuto se lo arregla.

Entre cliente y cliente, Francisco atiende a IDEAL para desgranar cómo ha sido su dilatada experiencia profesional. Su negocio siempre ha estado emplazado en el mismo lugar, situado cerca de la Carrera de la Virgen, entre una librería y una cochera. El local es suyo, aunque admite que «el mérito» es de su padre.

«Mi padre estuvo muchos años trabajando en una empresa. En aquellos tiempos eran muy típicos los salones de limpieza de zapatos y botas, en los cuales había, por ejemplo, dos zapateros y tres limpiabotas. Eso era muy típico. Había en la calle Salamanca, en Plaza Nueva... Él estaba en uno que había en la calle Monterería y, cuando el dueño decidió cerrar, el despido que le dieron de esos 22 años, lo invirtió en este local«, explica Paco.

Como es lógico, no todos los arreglos que realiza le llevan el mismo tiempo y no depende de su maquinaria sino de su mano de obra. «Hay trabajos que tienes que haberlos vivido», subraya. La técnica la aprendió de su progenitor que, aparte de zapatero remendón, fabricaba zapatos a medida en su época, algo que entonces era muy habitual. «Aún hay algún trabajo que precisa emplear unas hormas de madera, como por ejemplo reducir una puntas. Eso es, digamos, lo más artesanal y lo más costoso que hay en mano de obra mía».

Entre tanto zapato, emerge alguna maleta, aunque en realidad no suele arreglarlas. «Es un artículo muy concreto y cuando se rompe una cremallera no puedes meterlo en la máquina a coser, por ser rígido. Sí puedo arreglar asas que se han partido o la cremallera que se abre pero no está rota, sino que ha sido simplemente el cursor. En ese caso, se le descose una esquinilla y se cambia», aclara.

Los artículos más habituales son los zapatos y los bolsos y, dentro de los zapatos, los de señora. «El 80% de lo que entra aquí es de señora». La mayoría de los trabajos son «poner tapas y suelas finitas para no resbalarse».

En apenas diez minutos, media docena de personas entran en el taller. Algunas se tienen que esperar fuera, en la calle. No hay espacio para todos, pero hay confianza y paciencia de sobra. «Para mí, mis clientes son estupendos. Quizá es que como ya hay una confianza pierdes de vista lo que es el negocio. Hay confianza, pero también amistad», admite orgulloso.

Paco, casado y con una hija, vive en Guevéjar y va y viene todos los días a este su otro barrio, en el que conoce a la mayoría de sus habitantes. Sabe el nombre de sus clientes en un «99%» de los casos.

A la hora de dar un consejo, recuerda al ciudadano que «a veces, reparar cosas pequeñas, evita cosas grandes». Es decir, recomienda «un mantenimiento periódico» mínimo, pues en el calzado pasa lo que en los coches: «Si no cambia a un coche el aceite nunca, en vez de durar diez años te va a durar cuatro».

Paco, que ha hecho reformas en su local en dos ocasiones en estas tres décadas, calcula que en Granada puede haber «unos 60 zapateros». En el Realejo ha llegado a haber hasta tres zapateros. Hoy sólo queda él, como reconoce humilde. «Tengo otros compañeros cerquita pero ya no pertenecen a este barrio, sino al de las Angustias. En lo que es el barrio del Realejo, estoy yo ahora mismo».

Al hablar de los precios, explica que cuando se encarece el material espera una segunda subida para aumentarlos él. De pronto, entra el taller un señor que dice ir «de avanzadilla» de su mujer. Quiere saber cuándo estarán listas unas zapatillas deportivas infantiles que había dejado para reparar. «En tres cuartos de hora pásese», le indica Paco. La puerta vuelve a abrirse, es la señora de este señor.

-«Paco, cojo un caramelo», dice la mujer antes de marcharse presurosa con su esposo. Van a hacer otros mandados y regresarán a la hora indicada.

-«Claro, los que quieras», contesta Paco.

Paco es un artesano con solera, maestría, saber estar y, sobre todo, humildad. Ha sabido sobrevivir con sus manos, su máquina y sus conocimientos al consumismo que impera en la sociedad actual, pero si pudiera pedir, reclamaría más subvenciones para este tipo de oficios y menos impuestos. «Se puede vivir de esto pero no hacerse rico», admite antes de atender a otra vecina con un nuevo encargo.

«A mi barrio le mando este mensaje: estoy muy contento de estar aquí y que no acabe esto nunca», dice antes de despedir a la informadora. Tiene una mañana intensa de trabajo, como casi todas de lunes a viernes. Los sábados no abre.

La informadora se marcha y deja que Paco se centre en la tarea. Como dice aquella canción infantil: «Zapatero/ a remendar/ los zapatos sin parar».

La última hora de granada

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