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Mujica avisó, con una sonrisa tímida, al saberse protagonista del séptimo Laurel de Plata: «Resulta un poco exagerado. Alguna vez fui joven y amé la poesía. Naturalmente, mi juventud tiene bastante que ver con la influencia de la Generación del 98 y, sobre todo, con la que vino después, con García Lorca»
Pedro Enríquez era entonces el director del Festival de Poesía en el Laurel de La Zubia y, en 2018, en un congreso en Argentina, conoció a Ida Vitale y a su hija. Ellas le facilitaron la dirección del poeta en Montevideo y Pedro no lo dudó: viajó a Uruguay. «Me recibió en su chacra. Cuando llegué estaba viendo un partido de la selección uruguaya, pero me acogió sin prisas, con esa calma sabia que sólo tienen los grandes», rememora. Pedro recuerda que no grabó la conversación, «fue tan intensa que no quise romper la magia del momento».
Antes de marcharse, le lanzó la invitación para venir a Granada: «Puede ser» dijo Mujica. Unos meses después recibió la llamada de Lucía, su esposa «Me dijo: «Que el Pepe va»»
Aunque algunos criticaron la concesión del premio, el jurado fue claro: «Consideramos que él usa la palabra como la poesía: para sanar y salvar. Y con su palabra ha sanado, ha salvado y ha dado ejemplo».También el público lo recibió en La Zubia como a un héroe «¡Pepe, Pepe!», coreaban mientras él bebía mate, vestido con su habitual guayabera azul y unas sencillas crocs de plástico. Habló de la vida, la política y el porvenir, ante un público agradecido que lo ovacionó en los jardines del convento de San Luis El Real.
Aquella fue su primera aparición pública tras renunciar a su escaño en el Senado uruguayo, «cansado del largo viaje», como él mismo dijo. Ya sin las urgencias del poder, el viejo guerrillero hablaba desde una calma serena, esa que da el tiempo y la distancia.
Había enterrado hacía poco a su inseparable perra Manuela, «La mejor persona que he tenido en mi gobierno ha sido mi perra», le dijo a Enríquez. Tras su paso por Granada proseguría su viaje rumbo a Venecia, donde participó en la presentación del documental 'El Pepe, una vida suprema', dirigido por Emir Kusturica.
En Granada habló de la «fuerte migración intelectual» que llegó a Uruguay desde «la España republicana, derrotada y perseguida», y reivindicó el legado de José Bergamín, aquel exiliado sin patria fija que también hizo del lenguaje una forma de resistencia. «Las fronteras son cicatrices de la historia», sentenció.
Compromiso
«La vida de Mujica es compromiso en la acción, no solo en la palabra. Su propia vida es poesía: es un poeta de la acción. Nos sentimos muy orgullosos de recibirlo en La Zubia», recuerda Enríquez. Entonces se preguntó: «¿Será Pepe Mujica un duende lorquiano?». Hoy explica que juntos visitaron Valderrubio. «Esa casa conserva el espíritu de Federico», recuerda Enríquez, visiblemente conmovido, y sintió la emoción en los ojos del uruguayo. La emoción, esa fuerza misteriosa que Lorca nombró duende, fue el verdadero lenguaje de aquel encuentro.
«Me entristeció mucho su muerte», dice Enríquez. Rodrigo Valero hizo unas fotos maravillosas y habían pensado en hacer un libro solidario a beneficio de los niños enfermos de cáncer. Lo tienen pendiente.
En 2015
No era la primera vez que Jose Mujica visitaba Granada. Ya lo había hecho en 2015, poco después de dejar la presidencia de Uruguay. Aunque se despidió del poder, no se alejó de la política porque se implicó en la campaña electoral de su esposa, Lucía Topolansky, a la alcaldía de Montevideo. Perdida aquella contienda, la pareja emprendió un viaje por Europa que los llevó a Galicia, a Muxika, tierra de sus raíces vascas, y desde Córdoba llegaron a Granada acompañados por el director de la Casa de Sefarad. «Al final estoy casi en el paraíso que los hombres pudieron conseguir y conservar. Se me está yendo la vida soñando con un mundo sin claves… Pero existen cosas que nos dejan sin aliento. Gracias a la vida y a la Historia de España», escribió en el libro de honor de la Alhambra.
Llegó a Granada sin pompa. Viajó toda la tarde y la noche desde América y aterrizó en España para subirse, como un viajero más, al tren que lo llevó hasta Antequera-Santa Ana. Bajó con sus vaqueros gastados, la guayabera celeste y el pelo despeinado. Un hombre común que traía consigo una vida vivida con coherencia.
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Fernando Morales y Álex Sánchez
Amanda Martínez | Granada, Amanda Martínez | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
Amanda Martínez | Granada, Amanda Martínez | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
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