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Una madre abraza a sus dos hijas durante la misa por los difuntos del coronavirus, en la Catedral de Granada RAMÓN L. PÉREZ

Una oración en Granada por «el dolor de las familias que no han podido decir adiós»

La Catedral de Granada celebra la primera misa en memoria de los fallecidos durante la pandemia por el coronavirus

Lunes, 29 de junio 2020, 22:12

«Ocupa este sitio», dice el banco de la Catedral de Granada. Son las siete de la tarde y dentro hace fresco. Un ... señor canoso, con camisa de cuadros y pantalones cortos, se coloca en uno de los sitios habilitados y, antes de sentarse, se persigna. Para terminar la señal de la cruz, se baja la mascarilla hasta la barbilla y besa la punta de sus dedos. Después, tose en el codo y se mete en la boca un pictolín. A su alrededor hay un centenar de personas esparcidas de tres en tres, manteniendo la distancia de la nueva normalidad. Hay gente de todas las edades, desde dos niñas pequeñas que se enroscan en los brazos de su madre, hasta ancianos que caminan ayudados por un bastón. En un silencio pandémico, de fondo se escucha un leve pitido invisible, probablemente fruto de los micrófonos. Un molesto pitido que sirve para recordar, de alguna manera, al culpable que no vemos: el coronavirus.

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Con la música del órgano, el hermoso canto de una mujer, «la vida nueva apareció, aleluya», arrancó la celebración en memoria de los fallecidos durante la pandemia. El arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez, entró al templo acompañado por una veintena de sacerdotes y capellanes de los hospitales de la provincia. En los primeros bancos, representantes de las instituciones públicas de la ciudad, entre los que estaban el alcalde de la ciudad, Luis Salvador, y el presidente de la Diputación, José Entrena.

La realidad

«Esto es un gesto de comunión, la comunión de los santos», dijo monseñor Martínez al comenzar la homilía que, al mirar hacia los fieles, compartió la extraña sensación a la que nos hemos acostumbrado: «Mirar a la iglesia repleta de gente con mascarillas y pensar que no es photoshop ni una película de ciencia-ficción, es la realidad». Martínez tuvo palabras de consuelo y envío para los fallecidos por causa del coronavirus, pero centró sus palabras en el otro lado, consciente de que irse en mitad de una pandemia es irse a medias, al menos para los que se quedan aquí: «Lo más doloroso, las personas que no han podido ni siquiera despedirse. Los que se han encontrado con una urna con cenizas...». Martínez pidió a la comunidad que el duelo de esas familias debe ser un duelo compartido, «un duelo que asumamos como propio».

«Quiero pedir por los que se fueron –siguió–, pero no son los que más me preocupan porque ellos se han encontrado ya con la misericordia de Dios. Lo que más me preocupa es el dolor de las familias que no han podido decir adiós. Familias rotas que todavía no comprenden, que necesitan tiempo».

«El pueblo ha sido el gran héroe durante la pandemia, con pequeños gestos de los que han florecido el amor y la fraternidad»

En la misa se pidió por los contagiados, los aislados, los familiares y por los que han sufrido otras enfermedades y también han padecido. Se pidió por el personal médico y de enfermería. Se pidió por los fallecidos. Y por los que no se despidieron. «Y por los que tienen miedo, los que han perdido su trabajo. Para que venzan ese miedo». Martínez terminó subrayando que «el pueblo ha sido el gran héroe durante la pandemia, con pequeños gestos de los que han florecido el amor y la fraternidad».

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Poco antes de las ocho, los asistentes se dieron la paz en la distancia, con un cruce de miradas y un gesto de asentimiento. El pitido, al final, se fue callando; se fue ocupando su sitio.

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