Educación en Granada
Los niños mandan en La EscuevitaEn el cerro de San Miguel se esconde una cueva muy singular que, bajo la constante mirada de la Alhambra, invita a los más pequeños del barrio a correr, aprender y jugar
Sara Bárcena
Sábado, 25 de noviembre 2023, 23:56
El sol va cayendo, el día va a acabar, y en el Cerro de San Miguel los niños siguen siendo los que mandan de verdad. ... Entre las montañas del Albaicín, se esconde una cueva muy singular en la que los pequeños de la zona juegan y corren sin parar. Es ahí, en La Escuevita, donde todos encuentran su refugio particular.
Sentada en un banco de madera y con una infusión entre las manos, Bárbara parece vigilar la entrada a La Escuevita. Aunque nació en Estados Unidos, lleva ya cinco años viviendo en el barrio y no ha tardado en convertirse en una más. Desde un bonito jardín repleto de juguetes, da la bienvenida a vecinos y foráneos. Allí, las vistas a la Alhambra y la ciudad de Granada son maravillosas. Imposible no disfrutar del paisaje, que siempre mejora si la compañía es buena.
Es la zona más alta del Albaicín, a escasos metros de la ermita de San Miguel Alto (una zona de viviendas-cueva que el Ayuntamiento planea expropiar para construir un parque). De La Escuevita sale entonces Ana Arguedas, por todos conocida como Anita, madrileña y maestra enamorada de Granada que se asentó en la ciudad nazarí cuando nació su hija. Ella es, podría decirse, la creadora. Hace seis o siete años, aproximadamente, decidió abrir un espacio para que su niña, Nalah, pudiera jugar y aprender en un entorno «libre y seguro». Ella y otros niños y niñas de la zona. Aquí, ellos son los que mandan.
Prueba de ello es la casita de juguete que corona el exterior de la cueva, donde la pequeña Aruna, de apenas dos añitos, luce como una auténtica reina. Justo al lado, Anita prepara una mesa con la merienda para los peques, que están revoloteando de un lado a otro. Ella vive literalmente al lado. Su casa, de hecho, conecta con La Escuevita. Por eso hay niños a todas horas, porque aunque no esté presente, siempre tiene «la oreja puesta». A veces, si no está, entran sin miramientos. Padres y madres del barrio –y también algunos de sus hijos, todo hay que decirlo– saben dónde esconde la llave.
«Aquí todos van y vienen como les place. Después del cole, por las tardes, es cuando se juntan más chiquillos; también los fines de semana», cuenta Anita, que, junto a otros vecinos y vecinas, fundó la Asociación de Padres y Madres de La Escuevita. Además de ser un espacio de juego libre, acoge todo tipo de talleres para las familias.
Dentro de La Escuevita
En el interior, Nalah juega con otros peques. Los techos bajos y las paredes de cal llaman la atención de todo el que no frecuente cuevas. Los zapatos están prohibidos. Los niños andan descalzos, muy entretenidos con un antiguo tren de madera. En la habitación de al lado, Óscar trastea con una pequeña pizarra. A sus ocho años, parecen fascinarle los dibujos que aparecen en la pantalla. Aunque pantallas de verdad, en La Escuevita, ninguna.
«Queremos que aprendan a vivir sin pantallas, que desconecten y se relacionen entre ellos», explica Anita. La única excepción son las tardes de cine.
Lo cierto es que La Escuevita parece un lugar ideal para casi cualquier actividad. Yoga para niños, arte terapia familiar, recogida de plantas, elaboración de aceites e infusiones, pintura… Todo lo que los padres y madres proponen es bien recibido. También lo es para casi cualquier animal. Perros, conejos, gallinas… Y gatos como Coquín, también conocido como Chispitas, el más famoso del barrio. «Lleva una chapa con mi número y todo el rato me mandan mensajes diciendo que está en otra cueva, en San Miguel o en Plaza Larga», cuenta divertida Anita.
El atardecer se intensifica y la roja brilla en el horizonte. Al final, con tanto juego la merienda se va a juntar con la cena. «¿No queríais merendar? Porque hay un montón de comida en la mesa», recuerda Anita a los peques. «¿¡Podemos comer!?», pregunta emocionado Óscar, con los ojos abiertos como platos. «Mamá, es que nos estábamos haciendo un tatuaje. No importa la merienda», replica su hija Nalah. «¡Aquí mandamos nosotros!», gritan al unísono.
De hecho, a Peter Alexander, el padre de Aruna, no le resulta nada sencillo sacar a su hija de allí, pero se hace tarde y hay que irse a casa. «¡No, no! ¡Aruna, Aruna!», patalea la niña. Y es que no importa que tengan dos años, ocho o doce. La cueva de Anita es su refugio particular, donde pueden jugar libremente, descalzos, en el suelo y al aire libre, sin preocuparse por nada más que divertirse. No hay duda, no hay discusión. Los niños mandan en La Escuevita.
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