El milagro de un granadino tras 57 días en la UCI con coronavirus: «Nos llegamos a despedir, nos dijeron que se moría»
Ha superado el coronavirus. La familia llegó a llamar al capellán y a despedirse, pero los médicos y su Cristo de Medinaceli le han devuelto a la vida
Ramiro Ros (Granada, 1951) cerró los ojos pensando que ésa podía ser la última vez que veía a su familia. Los médicos que le ... atendieron en la UCI le contaron la gravedad de la situación sin paños calientes: «Has ingresado en un estado muy grave, vamos a hacer todo lo posible para sacarte de ésta pero te vamos a dormir y antes queremos que les veas». La frase le sonó a despedida. La sensación de miedo y desolación que le invadió después es difícil de explicar con palabras. «Después de 57 días en la UCI esto ha sido un milagro», cuenta Ramiro, ya desde una cama de la séptima planta «de la zona limpia» del hospital del PTS, donde se recupera.
Ramiro fue uno de los primeros pacientes ingresados en Granada y los 69 días –los 57 días de la UCI y 12 ya en planta– que han transcurrido desde que entró en el hospital son la historia paralela de lo que ha vivido el país desde entonces. De la desolación y el caos a la esperanza. El 'bicho' lo cogió en el puente de Andalucía. Ramiro y su mujer estuvieron disfrutando felices de restaurantes y teatros en un Madrid ajeno entonces a lo que se le venía encima.
De vuelta a Granada, el calvario de la enfermedad, el desconcierto, las llamadas al 061 y las visitas a Urgencias que le volvían a mandar a aguantar a casa sin los resultados de la prueba. «Al hospital llegué muriéndome», relata. Por eso su victoria, con 69 años y tras 57 días de cuidados intensivos, es una historia de luz y esperanza en mitad de todo lo negro del coronavirus, que ha sumido al país en el luto nacional.
Días de emociones extremas
«Han sido días de emociones extremas. Un día nos llegaron a decir que ya no tenía solución, que el pulmón estaba muy afectado. Mi madre llamó al capellán del hospital, nos vestimos de 'buzo' para entrar en la UCI y despedirnos, no se enteraba de nada», recuerda Ana María, la hija de Ramiro, aún impactada por esa imagen de su padre.
Por segunda vez creían que se les iba. Junto al día del ingreso fueron los dos peores momentos, pero cada uno de los 57 días sin poder estar a su lado han sido una tortura para la familia. «Mentalmente no podíamos más», admite Ana, que desde casa le hablaba a la foto de su padre para infundirle ánimos. Su madre hacía lo propio aferrada a las estampas de Conchita Barrechegueren y del padre Pío de Pietralcina, de los que son devotos.
La fe, el buen hacer de los médicos y la naturaleza de Ramiro han acabado de obrar ese milagro. «La primera vez que abrió los ojos y me miró no me lo creía, era como verle resucitar», recuerda, ahora feliz, Ana. «Estoy en deuda con el Cristo de Medinaceli y toda la corte celestial», dice Ramiro, que no tiene palabras para agradecer a su familia: «Son mi apoyo constante».
También a los sanitarios. «La gente en la calle no tiene ni idea de lo que están haciendo aquí en el hospital. Son admirables, no he visto gente más abnegada, con más voluntad y más capacidad de trabajo», asegura Ramiro al otro lado del teléfono. Es el único momento en el que se le quiebra la voz.
Ha perdido 17 kilos y ahora tiene que recuperarse, pero ya no hay ni rastro del virus. Su hijo Rafa, que es fisioterapeuta, le apoyará a buen seguro con la recuperación para retomar su vida y su forma, porque Ramiro es un gran deportista. Corría tres días a la semana y jugaba al tenis otros dos. El granadino, jubilado de la industria farmacéutica, cuenta los días para volver «a mi casa, mis libros, a mis películas, a mi deporte y a mi vida». Y a volver a tomarse una cerveza y unos boquerones en vinagre para celebrar la vida.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión