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El cántabro Iván Helguera, visiblemente enfadado, se fue a por el colegiado Al-Ghandour al acabar el partido. EFE

El magno cabreo patrio a la hora del desayuno

Lo que llevo en mi maleta ·

Un hombre de negro amargó el Mundial de Corea a España con su prevaricada actuación en el choque que nos enfrentó a los anfritiones en cuartos de final. 18 años después, aún persiste la indignación nacional

Carlos Balboa

Granada

Viernes, 24 de julio 2020, 00:38

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Soy yo muy de cabrearme por el fútbol. Y con 17 años, lo era mucho más. Por eso aquel día sentí una especie de sensación reconfortante al comprobar, por primera vez en la vida, que mi indignación no era un foco aislado, sino que la compartía todo un país. Cómo olvidarlo: el 22 de junio de 2002 un hombre de negro (silbato en mano) logró enfadar a España entera con una actuación sibilina, que hace poco incluso él mismo reconoció como prevaricada.

¿Se acuerdan de Al-Ghandour? Puede que el nombre ahora ya no les suene. Su cara probablemente sí. Y si echan un vistazo a Youtube para revivir aquel Corea del Sur-España, empezarán a sentir cómo la sangre fluye más caliente por su cuerpo solo con verle de nuevo. Maldito árbitro que nos jodió el desayuno de ese sábado (y de unos cuantos días más).

A las 8.30 de la mañana millones de personas madrugamos para disfrutar de lo que casi seguro iba a ser una jornada gloriosa. Camacho y su sobaquera chorreante nos iban a guiar a nuestras primeras semifinales de un Mundial desde el gol de Zarra a Inglaterra en 1950. Se dice pronto y se escribe antes: medio siglo.

Pues en esas estábamos: hubo quien bajó a por churros, otros se prepararon unas tostadas y, los más costumbristas, se conformaron con el café. Mis amigos y yo, en cambio, apostamos por hacer botellón sin mirar el reloj. Veníamos de un colosal viaje de estudios en Atenas y no queríamos perder la vez. Cosas de adolescentes con la testosterona y la inconsciencia disparadas. Además, que narices, la ocasión bien merecía una puesta de largo por todo lo alto. Así que nos juntamos la pandilla en casa de uno de los nuestros. De buena mañana y con el mini bar doméstico a pleno rendimiendo. Ya vendrían las broncas después.

La euforia inicial con la que agarramos el vaso de tubo pronto se ahogaría en los cubitos de hielo. Empezaron los gritos de barra de bar cuando Al-Ghandour anuló un gol de Baraja y casi nos comimos el televisor al ver cómo, ya en la prórroga, el colegiado egipcio mandaba al traste la esperanza de 'La Roja' (que todavía no era 'La Roja') dando por inválido el cabezazo a la red de Morientes. «¡Pero cómo puede decir que ha salido ese balón!», chillábamos al ver la repetición del centro de Joaquín desde la banda derecha. No fue fuera. Todo el mundo lo vio. También Al-Ghandour y su linier. Pero les dio igual. Es más, luego incluso cortaron tres ocasiones claras alegando que los nuestros estaban en fuera de juego. Total, que nos fuimos a los penaltis. Y ahí la cagamos como solo nosotros sabemos. Todavía nos escuece el lanzamiento fallado por Joaquín. Por mucho que el gaditano lo recuerde con gracia y salero ante la cámara.

Al mediodía mis amigos y yo no estábamos por los suelos porque el cabreo nos mantenía a buena altura. Habíamos despachado el minibar con soltura, a trago por insulto. Dimos por concluido nuestro botellón casero y salimos a la calle. Recuerdo el daño de la luz solar. Dolió, pero no tanto como el atraco del que toda España se sentía víctima. Lo comprobamos al empezar a andar. Los bares se vaciaban de improvisados sindicalistas del fútbol que ya planeaban acciones judiciales. «Esto no puede quedar así, hombre». Y vaya si quedó. El magno cabreo patrio se prolongó durante todo el verano. Avanzaron los meses y los años y todavía nos acordamos de Al-Ghandour. El 'coreazo' ha cumplido ya su mayoría de edad y los posteriores éxitos de la Selección Española no han hecho olvidar la que fue, junto al codazo de Tassotti a Luis Enrique, la afrenta más sonada contra el deporte español.

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