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Iniesta, un milisegundo antes de dejarnos afónicos durante días. Marcos Brindicci / Reuters
La última gran noche de farra de este país

La última gran noche de farra de este país

Lo que llevo en mi maleta ·

2010. Nos dolió en el pecho cada patada holandesa y estiramos las piernas para ayudar a Casillas. Luego llegó última gran noche de farra en este país

Javier Morales

Granada

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Lunes, 13 de julio 2020, 07:50

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Uno entiende de fútbol lo justo para saber que hay mundiales cada cuatro años. Poco más. La cifra no se olvida con facilidad porque sirve también para los ciclos olímpicos, los años bisiestos y –antiguamente, se podría decir– para los periodos políticos. Pero en el verano de 2010, el fútbol fue lo de menos; valga el tópico para hablar de la última gran noche de farra que recuerda este país.

Aquel fue el estío de las vuvuzelas —¿recuerdan?— y del #GraciasSara, que no sé bien por qué se hizo famoso pero no viene mal para caer en la cuenta de que ya por entonces funcionaba Twitter. También se hablaba de una parienta que hoy parece lejana: la prima de riesgo. ETA aún asesinaba, hasta que unos meses después anunció tregua. Después se decretó por primera vez en España el estado de alarma, por una huelga de controladores aéreos. Quién nos iba a decir que diez años más tarde...

Los balcones y las caras estaban coloreados de rojo y amarillo y los ayuntamientos, aliados con concesionarios y centros comerciales, montaban carpas aquí y allí para ver la final del Mundial de Sudáfrica. «¿Cuarto de kilo de chopped? Aquí tiene, y su bandera». «Compre ahora su televisor y, si España gana el Mundial, le devolvemos el dinero». «Tres pizzas familiares y, de regalo, camiseta de la Selección». Mi pandilla escogió esta última oferta: ¿quién iba a pensar que la tele nos habría salido gratis? Dirían los más ventajistas que España lo tenía hecho, con una Selección de chavales con clase sobre el césped, humildad ante las cámaras, creativos, jóvenes y bien avenidos. Nosotros ni lo olimos.

Llegamos al piso de Chema cortos de esperanza, con el cargamento de pizza y una camiseta de esas que a los pocos meses ya sirven para pintar la casa. Vista así, la estampa podría servir para describir nuestro 2010 al completo, el de la Selectividad y la entrada en la universidad, con la crisis acechando —¿recuerdan?—, sin miedo a los michelines y esas pintas con caras imberbes de recién salidos del cascarón. El año del verano más largo.

No viene al caso, pero conviene recuperar el chascarrillo por si acaso se pudiera aplicar para esta crisis. En la primera clase de la carrera, un profesor nos dijo que éramos afortunados porque entrábamos al inicio de la debacle económica y saldríamos cuatro años más tarde en plena recuperación, con las empresas prestas a contratarnos como el que pesca truchas en una piscifactoría. Fue de los mejores profesores; como vidente no se habría ganado el pan.

Guardo fotos y vídeos de aquella noche. Delante de dos cuadros de comunión, sobre un sofá rojo, Chema, Angie, Luis, Curro y los dos migueles –estos tres últimos sin camiseta, que ya en 2010 se había inventado el calor– viendo a los chavales correr detrás de la pelota. Es de nuestras mejores imágenes. Nos dolió en el pecho cada patada holandesa y estiramos las piernas para ayudar a Casillas a detener el disparo de Robben.

A las once menos cinco de la noche llegó la explosión. No soy muy fan de las alturas ni las emociones fuertes, pero me vi en la ventana de un cuarto piso con medio cuerpo fuera para celebrar el Mundial. Y después en una fuente, y junto al río, estancado y sucio, al que se lanzó en plancha media ciudad, en una fiesta callejera de madrugada con agua, claxons y poca ropa. Un videoclip de reguetón. ¡Se lió la mundial!, que tituló entonces Carlos Morán. Fue el prólogo de un 'baby boom' del que ninguno de nosotros participó.

Diez años más tarde, llevo esa noche en mi maleta. Y siguen aquí los que ocuparon el sofá de Chema. Es lo importante. El 11 de julio de 2010, España ganó el Mundial de Sudáfrica. Marcó Iniesta en el 116, pero eso fue lo de menos.

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