Imágenes grabadas desde la furgoneta atrapada en Valencia. Ideal

Un granadino, atrapado en Valencia en pleno viaje: «El agua nos llegaba a la cadera»

El sexitano Luis Córdoba y ocho personas más se vieron sorprendidos por la tormenta en la carretera y lograron salvar la vida tras acceder a un colegio y dormir allí

Miércoles, 30 de octubre 2024, 17:26

Recién llegado de Valencia, en la seguridad de su hogar tras 24 horas de pesadilla, Luis Córdoba Trinidad no puede quitarse de la cabeza una ... sola cosa. El ruido. El estruendo de mesas y sillas barridas por el agua en el colegio en el que pasó la noche junto a otras personas con las que se dirigía a la capital del Turia. «Nunca voy a olvidarlo», asegura a IDEAL este sexitano que reside en Armilla. Al teléfono, con la piel húmeda todavía, describe el horror portado por la DANA que golpeó con fuerza el sur y el este del país y segó la vida, según los últimos recuentos, de al menos 70 personas. Afortunadamente, él no es uno de ellos, pero podría haberlo sido. Fácilmente.

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Es la primera conclusión que saca de lo vivido desde que salió en un furgoneta al levante en un viaje que debía haber concluido con alegría y a punto estuvo de acabar en tragedia. Su trayecto arrancó el martes en una furgoneta en la que viajaba con ocho personas más. Él iba de 'copiloto'. La idea era alcanzar antes de la noche Valencia, donde estaban convocados para jugar un partido de fútbol. Durante el trayecto, la lluvia hizo aparición en varios tramos, pero nada hacía presagiar la emboscada que tenían más adelante.

La primera pista la tuvieron al llegar a Guadassuar, un municipio de la Ribera Alta que se encuentra a una hora de Valencia. «Eran las siete de la tarde y vimos que empezaba a llover otra vez», cuenta Luis. «Nos encontramos en una carretera convencional que terminaba en una rotonda bloqueada porque el agua ya no dejaba pasar a los camiones». Durante un rato, la furgoneta se unió a la procesión de coches que esperaban que la tormenta amainase para poder continuar su camino.

El cielo, sin embargo, no daba tregua. «Vimos que el agua subía y subía. No había otra opción que dar marcha atrás para buscar un camino seguro. Así que tiramos para el pueblo». Con las nubes cubriéndolo todo de negro, sin iluminación salvo los faros de la furgoneta y las sombras del campo alrededor, el escenario ante sus ojos parecía sacado de una película de miedo. Enfilaron hacia las casas, pero antes había que atravesar dos riachuelos que se interponían amenazantes en el camino. El primer brazo de agua lo atravesaron con problemas. El segundo fue imposible. «Nos quedamos enmedio, con un único vehículo detrás, sin saber que hacer», cuenta, con un tono de desesperación en la voz, Luis.

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«El agua empezó a entrar»

Durante tres horas, mientras el resto de la Comunidad Valenciana y Castilla La Mancha se veían sacudidos por la peor tormenta del último siglo, los pasajeros de la furgoneta aguardaron en mitad de la carretera a que el nivel del agua bajase. No ocurrió. «Estaba todo oscuro. Se fue la luz. Se veía poco, prácticamente nada. No paraba de llover. El viento era fortísimo. No sé cuándo fue exactamente, pero un coche que siguió nuestro camino trató de atravesar el segundo río y no lo consiguió. El agua se lo llevó como si fuera de papel y lo estampó contra un edificio. Cuando vimos eso, tuvimos claro que no debíamos movernos», describe.

Para entonces eran las diez de la noche. La tensión los había agotado, pero lo peor estaba por llegar. «Empezamos a sentir que el agua iba para arriba y estaba ya dentro del coche. Subía por los pies. Entramos en pánico. De pronto sentí un golpe fortísimo en mi ventana. Era el conductor del coche de atrás. No sé cómo se había enterado que las autoridades iban a abrir las compuertas de un embalse y era peligroso. Teníamos que salir de ahí como fuese», cuenta.

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Las opciones eran mínimas. Sin posibilidad de cruzar el río, con el embalse a punto de soltar el agua acumulada en las últimas horas y la furgoneta empezando a anegarse, los pasajeros decidieron salir de allí a pie. Aparcaron el vehículo en un lateral, entre un árbol y un escalón que ofrecían algo de cobijo para evitar que fuera arrastrado. Solo entonces repararon en una valla que cubría el lateral de la carretera. «Nos movimos hacia allí, con las mochilas a la espalda y el móvil en la mano, cogidos unos a otros. El agua nos llegaba a la cadera. Pensamos que lo más seguro era quedarnos agarrados a la verja», explica.

La densa negrura se abrió algo y les permitió ver que, al otro lado, había un edificio con una mujer asomada al balcón. Un coche se había incrustado en la planta baja y, lejos de lo que pudiera parecer a simple vista, les ofrecía una opción para alcanzar la terraza y llegar a lo que parecía lugar seguro. Así se lo indicó al grupo la propia señora a voces y por señas, en mitad del estruendo de la tormenta. Para llegar allí, sin embargo, había que atravesar el enorme brazo de agua, cada vez más crecido. «Lo intentamos. Fuimos agarrados uno a uno, pero al primero lo arrastraba el agua. Yo iba el segundo. Él me decía que se lo llevaba, que lo agarrara. Fue lo peor. El peor momento de la noche. No sé cómo sucedió. Creo que fue instinto. No se veía nada, tenía a los demás detrás, no quería perderlos, el agua hasta la cintura... Lo agarré del brazo y tuvimos la suerte de que vino a mí. Era difícil la coordinación, la estabilidad. Echamos marcha atrás y nos enganchamos a la reja otra vez». recuerda.

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La lluvia no amainaba. Cansados como estaban, la mejor solución era saltar la valla y situarse al otro lado, donde se levantaba el colegio Sant Francisco. «Pensamos que si el agua nos arrastraba, al menos no nos iba a poder sacar del recinto», cuenta. Ayudándose unos a otros, treparon hasta el interior. Desde allí, no dejaron de dar voces por si algún agente de Policía o de la Guardia Civil los escuchaba.

«Sin luz, sin agua y sin comida»

Fue entonces cuando repararon que había posibilidades de entrar en el edificio escolar. El agua había irrumpido en la planta baja, pero había dos trabajadores del colegio que se habían quedado atrapados allí y los escucharon. Fueron ellos quienes les abrieron una venta para que pudieran alcanzar la primera planta y ponerse a salvo. «Allí pasamos la noche. Sin luz, sin internet, sin comida, sin agua, con barro. Estábamos incomunicados y lo peor era el ruido arrastrando las mesas y las sillas. El ruido. Llamamos un montón de veces a Emergencias. No lo cogía nadie. Un desamparo increíble. No quiero imaginarme lo que pasaron otras personas», lamenta.

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A las seis de la mañana, antes del alba, con todos asustados, pero a salvo, varios de ellos se asomaron al exterior. Había dejado de llover y el agua había bajado lo suficiente como para intentar la salida de forma relativamente segura. «Nos pusimos bolsas en los pies porque el barro nos llegaba a las rodillas y conseguimos llegar a la furgoneta, que seguía atrapada donde la habíamos dejado. Llegamos al pueblo y el escenario era como el de un tsunami. Todo volcado. Barro por todas partes, la gente llorando sin saber qué hacer ni dónde ir. Tuvimos la suerte de llegar a un polígono donde estaba la Guardia Civil. Allí un camionero nos dijo que la A7 estaba abierta y podíamos intentar regresar a Granada. Fue lo que hicimos. Paramos en una gasolinera para cambiarnos la ropa, ducharnos y comer algo. El viaje de vuelta ha sido terrible», cuenta.

De vuelta en casa

Luis llegó a mediodía de ayer a Armilla, donde reside desde hace unos años. Mandó un audio de diez minutos a sus padres, que viven en Almuñécar, contándoles la historia. Subió fotos y vídeos a la red de la pesadilla vivida que pronto se hicieron virales. Él aún no se lo explica.

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«Todavía no me creo que hayamos llegado. Ha sido la peor experiencia de mi vida. Soy una persona echada para adelante y pensaba que de verdad no lo contábamos. El pánico. El momento en el que piensas que esto se acaba es durísimo. La responsabilidad de tomar la decisión correcta y que no nos pasara nada. Esa incertidumbre es horrible. No se lo deseo a nadie», dice, aún traumatizado, Luis Córdoba.

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