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M. J. afirma que contará a su niño cuando crezca todo lo que hizo para tenerlo. Alfredo Aguilar

Una granadina pide que se legalice la gestación subrogada tras vivir una odisea en Ucrania

Ella y su marido pensaban estar unos 40 días en Kiev, pero tuvieron que permanecer dos meses y dos días porque se les denegaba la salida con su hijo

Yenalia Huertas

Granada

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Lunes, 22 de abril 2019

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Cuando la granadina M. J., de 47 años, relata su historia, toca con las palabras el corazón de su interlocutor. Es una de las españolas que se vieron atrapadas en Ucrania el pasado mes de febrero con sus hijos nacidos por gestación subrogada porque a última hora no les dejaban inscribirlos. Pese a que todos habían cumplido a rajatabla los trámites establecidos, un auto denegatorio e inesperado les bloqueó durante dos semanas la salida del país con sus retoños. Fue para todos un jarro de agua... no fría, helada.

M. J., que reside actualmente en la costa de Málaga con su marido pero viene con frecuencia a Granada, donde viven los suyos, se encontró completamente «desamparada» en un país lejano, con un bebé de mes y pico en una suerte de limbo legal y a 17 grados bajo cero.

En la misma situación que M. J. y su esposo, A. J., se vieron otra treintena de parejas españolas que habían cumplido el sueño de ser padres en las mismas fechas que ellos gracias a un vientre de alquiler. Algunos de ellos compartían piso en Kiev. Se arroparon unos a otros y decidieron hacer ruido. Recurrieron a la prensa y lograron ser oídos. La presión mediática surtió efecto y el Gobierno español, de un día para otro, les concedió el salvaconducto que les permitió regresar a España con su retoño. «Nos hemos sentido en Ucrania muy bien atendidos pero abandonados por nuestro Gobierno. Nunca me lo hubiera esperado», indica la granadina. Pese a todo, cree que los «malos ratos» vividos han merecido la pena. Lo piensa cada vez que ve la carita a su niño.

M. J. huele a bebé. Es tan tierna como elocuente. Recibe a IDEALen la casa de su familia. Su hijo duerme en otra vivienda que hay en la otra planta y prefiere no perturbar su descanso. Pese a ser toda una valiente, no quiere que se desvele su identidad. En realidad no por ella, sino por el bebé y por su familia; por evitar 'el qué dirán' en el pueblo. «La gente a veces es muy cruel», sentencia. Así, permaneciendo en el anonimato, protege a los suyos. «Yo el día de mañana a mi hijo le voy a decir la verdad, las cosas como son», aclara.

M. J., que es funcionaria y ha tenido que juntar las vacaciones del año pasado con las de este para poder realizar el que será sin duda el viaje de su vida, lo ha hecho todo legal. Pero ha tenido que irse a un país del Este a buscar una mamá dispuesta a prestarle su útero porque en España la gestación subrogada no está permitida. Por eso reivindica su legalización. «La ley española debería cambiar, porque hay mucha gente que no puede adoptar, porque tengan cáncer, por ejemplo», señala. Prefiere no hablar de dinero; no quiere desvelar lo que le ha costado llegar a ser madre porque no quiere que parezca que su hijo tiene un precio. Sólo apunta que un proceso de este tipo puede costar entre 32.000 y 60.000 euros.

El vientre de alquiler era la última opción que esta granadina barajaba. Lleva con su pareja desde 2012 y en 2015 comenzaron a buscar el bebé. Viendo que no se quedaba embarazada comenzó a hacerse pruebas. Descubrió que tenía endometriosis, pero le dijeron que no era obstáculo para la inseminación. Fueron cinco intentos y los cinco fallidos. Tras dos años y medio de ilusiones y decepciones, M. J. y su marido empezaron a investigar sobre la gestación subrogada. Consultaron en internet y preguntaron hasta el último detalle. La opción de hacerlo en EE UU la descartaron pronto: era carísimo.

Al descubrir que podían hacerlo en Ucrania, contactaron con una agencia de Madrid. Eso fue en octubre de 2017 y, tras constatar su seriedad, decidieron dar el paso. En enero del año pasado se casaron –era un requisito– y en febrero hicieron su primer viaje a Kiev para conocer a su gestante, a la mujer que iba a engendrar a su hijo mientras ellos lo hacían en su alma.

Esta granadina sabe que hay personas que no están de acuerdo con esta opción, pero deja claro que ni ella ni su pareja han matado a nadie y todo se ha hecho con el consentimiento de la gestante, que se prestó voluntariamente. «¿No hay un gesto más bonito que una mujer ayude a otra a tener un hijo?», se pregunta con los ojos llorosos.

La mujer que ha llevado el hijo de esta granadina en su vientre es una ucraniana que tiene ya cuatro hijos y que vive a unos 500 kilómetros de Kiev. Trabaja en una agencia de viajes y accedió a alquilar su útero para asegurar el bienestar futuro de sus propios vástagos. M. J. y su esposo, que vivieron los nueve meses del embarazo mediante conexiones periódicas por Skype con intérprete, le estarán agradecidos eternamente. El pequeño nació por cesárea el 20 de diciembre pasado. «Es muy bueno; sólo llora para comer y a veces si tiene gasecillos y está molesto», dice sonriente la granadina.

Adopción

En un momento del encuentro con los informadores suena el teléfono. Es la mamá de esta mamá. El bebé se ha despertado, parece que tiene hambre y la abuela quiere saber cuándo le toca el biberón de nuevo. M. J. le dice a su progenitora la hora de la última toma. Maneja perfectamente los tiempos de su pequeño, a quien todavía tiene que adoptar. Sí, adoptar. Porque aunque es genéticamente suyo y de su esposo –ambos pusieron sus células reproductoras–, al no haber dado a luz, debe realizar ahora todos los trámites para adoptarlo. Un último empujón burocrático y su odisea para ser madre habrá acabado de verdad.

Mientras habla y mueve las manos, a M. J. le asoma un corazón tatuado. Lo tenía debajo de la manga. Es sencillo, sin adornos, y refleja lo más puro del ser humano: el amor. Ahora que por fin el corazón de su criatura late de verdad junto al suyo, piensa tatuarse un nuevo corazón en su piel, junto al otro y más pequeñito, que simbolice la unión vital de ambos.

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