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Maurice Béjart dirige un ensayo del Ballet Siglo XX en los jardines del Generalife. FIMDG
Frente a la Alhambra

Frente a la Alhambra

Recuerdos en Granada ·

Nunca la suspensión de un ballet por la lluvia en el Generalife, dio paso a tanto disfrute y conocimiento. Maurice Béjart nos trajo a Granada lo más moderno de la época y nos dejó su arte y hasta a su primer bailarín, Víctor Ullate, que se enamoró de esta tierra de embrujo

TITO ORTIZ

Lunes, 20 de agosto 2018, 00:36

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Hace cuarenta años que el Ballet Siglo XX de Maurice Béjart se presentó en el Festival Internacional de Música y Danza, para traernos un repertorio muy acorde con los tiempos que vendrían después. Su innovador concepto de la danza clásica hacía de su ballet un precursor vanguardista de una plasticidad inigualable para la época. Como primer bailarín venía presidiendo el elenco Víctor Ullate, sin duda, una de las aportaciones hispanas más preclaras de todos los tiempos, junto a su esposa la gran bailarina Carmen Roche. Quiso el destino que aquella noche lloviera más que cuando enterraron a Zafra y la sesión tuvo que ser suspendida. Pero la generosidad de Béjart fue tan grande que al día siguiente nos permitió a los periodistas acreditados asistir a una clase magistral y ensayo de lo que veríamos por la noche en el escenario de los cipreses. Ver a Carmen Roche como primera maestra del Ballet Siglo XX, hacer ejercitar en el escenario a los componentes de la compañía fue algo impagable, grabado en mi mente hasta el día de hoy como si hubiera sido ayer. Observar las instrucciones de Béjart a los suyos, algo inenarrable, como ver calentar a Víctor Ullate antes de dar rienda suelta a su interpretación. Se necesitan tres vidas para aprender lo que yo aprendí y de los más grandes del momento, sobre la danza y sus expresiones.

San Juan de los Reyes

Durante mi adolescencia y primera parte del servicio militar vivimos en la parte más estrecha de la calle San Juan de los Reyes. Era un carmen de gran patio de entrada con fuente en el centro y con la Alhambra frente a ti, te pusieras donde te pusieras. Yo la saludaba todas las mañanas con el mismo cariño y ceremonia que Juncal lo hacía con la Maestranza sevillana. El carmen lo compartíamos varios vecinos, entre otros, la dependienta más guapa que hay en la pastelería El Sol, junto con el torero El Extremeño, padre del multipremiado bailaor Manuel Liñán y su tía la cantaora Curra Arroyo. En el carmen había arte para dar y regalar. Más arriba vivía mi amigo Carlos, componente de Los Ángeles, que nos daba envidia con su biplaza deportivo rojo, y una manzana más allá, Juan Antonio Cuevas Pérez 'El Piki', cantaor de raza y profesionalizado con espléndido futuro. Serían como las dos de la mañana cuando se comenzaron a escuchar las bocinas de los coches despertar al vecindario, y alguien pronunciaba mi nombre a voces, al tiempo que hacía sonar la campanilla de la puerta del carmen. Era El Piki que reclamaba mi colaboración para algo a lo que ya estábamos acostumbrados. Otro extranjero despistado que no había visto a la entrada de San Juan de los Reyes la prohibición de hacerlo si el coche medía más de uno ochenta de ancho. La cola de coches y conductores iracundos llegaba ya a la cuesta del Chapiz, y lo peor no era eso, el asunto es que había que desencajar el Citroën Tiburón, que no iba ni para atrás ni para adelante.

Ullate en mi carmen

Como en tantas otras ocasiones, El Piki y yo saltamos al techo del alargado coche y con dos palanquetas, que ya conservábamos para estas ocasiones tras la puerta, comenzamos, él por un lateral y yo por el otro, a destrozar el vehículo, abollándolo de tal forma por las puertas delanteras que los cristales saltaron en mil pedazos, los retrovisores fijos también, hasta que, en un francés de bachillerato en los escolapios, le dije al beodo guiri que acelerara marcha atrás. Los aplausos que nos llevamos El Piki y yo fueron inolvidables, pero ya estábamos acostumbrados. Eso de que de madrugada, un extranjero que bajaba de las cuevas del Sacromonte se empotrara contra mi casa era una cosa que solía ocurrir a razón de media docena al mes. Nunca supe si el francés lloraba más por la alegría de haberlo desatascado de la calle traidora o por lo que le habíamos hecho a su coche, que no tenía perdón de dios. Los años que viví allí fueron de destrozar coches con el consentimiento del dueño, algo inaudito en circunstancias normales. Yo me mudé a la calle de San Matías y con el tiempo sobre el Carmen donde los coches se empotraban me dijeron en el barrio que fue ocupado por alguien que en una noche de tormenta en el Generalife se enamoró de Granada, el bailarín y coreógrafo Víctor Ullate, del ballet del Siglo XX que hace cuarenta años vino a nuestra ciudad dirigido por un genio llamado Maurice Béjart.

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