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Fernando Reinoso, durante la entrevista concedida a IDEAL, en febrero de 2012. Alfredo Aguilar
«En Estados Unidos había 150 profesores para 75 alumnos y yo en Granada me encontré con 1.500»

«En Estados Unidos había 150 profesores para 75 alumnos y yo en Granada me encontré con 1.500»

Entrevista concedida a IDEAL en febrero de 2012 ·

«Las dos cosas que más me han emocionado en la vida son el doctorado honoris causa por la Universidad de Granada y el nombramiento de hijo predilecto de Mecina Bombarón»

Manuel Pedreira

GRANADA

Domingo, 5 de mayo 2019, 20:05

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Acompaña la mención de cada mérito, cada doctorado honoris causa o cada premio de renombre internacional con una risa tenue y tierna con la que intenta quitarle importancia. No lo consigue. Fernando Reinoso (Mecina Bombarón, 1927) es un gigante de la investigación. Doctor con 23 años, catedrático de Salamanca con 30, decano de Medicina de la prestigiosa Universidad de Navarra, impulsor de la investigación neurocientífica de la Autónoma de Madrid, referencia mundial...

En el fondo, los muchos años que lleva fuera de Granada no han conseguido arrancarle la sensación de que su exilio es un mero paréntesis, de que su verdadera patria son los horizontes limpios y helados de la Alpujarra que le vieron nacer y crecer. Por eso, porque en ningún momento de sus fecundos 85 años de vida (los cumple el 17 de marzo) ha olvidado el lugar donde nació, confiesa rotundo que los dos momentos más emotivos de su vida fueron el doctorado honoris causa por la Universidad de Granada y el nombramiento de hijo predilecto de Mecina Bombarón. De allí salió huyendo una noche terrible de agosto de 1936 en dirección a Granada. Allí estudió y conoció a su mujer, María Luisa, la persona que más veces se desliza en su conversación a lo largo de las dos horas de charla que tienen lugar en un salón abigarrado de fotos y libros de su domicilio madrileño. Fernando y María Luisa tuvieron diez hijos y en verano conocerán a su nieto número 42. En Almuñécar, donde veranea desde siempre, reconoce que al juntarse en la playa forman una muchedumbre. «Ahí están los Reinoso, dice la gente», señala entre risas. Don Fernando, que de niño se acostaba y se levantaba con las gallinas como le recomendaba su abuela, sueña despierto con serle útil a los demás y cuando sus inquietos ojos claros se pierden por un momento en un punto fijo, ven siempre un horizonte inacabable salpicado de agua y casitas blancas encaramadas sobre la montaña.

-Cuando hace 80 años alguien enfermaba en Mecina, ¿cómo se las apañaba?

-Pues tenía un médico estupendo, que era mi padre, Francisco Reinoso. Era estudioso, trabajador y muy cariñoso. Con muy pocos medios resolvía cualquier problema.

-¿Qué se tardaba en ir a Órgiva?

-La Alpujarra estaba como en tiempos de los romanos para muchas cosas y Mecina estaba muy mal comunicada. A Órgiva se tardaba día y medio. La primera Alsina se estrenó cuando yo tenía siete años. Entonces fui a Granada por primera vez.

-Yegen, Cádiar, Bérchules... ¿qué le dicen esos nombres?

-Mucho. Hasta los 20 años iba todos los veranos, sobre todo a Válor, el pueblo de mi madre. También a Cádiar, el de mi padre, que además de Mecina era médico de Yegen, Yátor y Jorairátar, pueblos que recorría a caballo. Vivir en un lugar con un horizonte tan amplio y maravilloso me imprimió carácter para muchas cosas. El maestro, don José, nos subía a la parte alta del pueblo desde donde en los días claros se podía atisbar África al fondo y pasar los trasatlánticos por el Mediterráneo.

-Un alpujarreño como usted debe reírse del frío de estos días, ¿no?

-Entonces nevaba de verdad. Los hielos se quedaban en las recachas del pueblo hasta marzo. Siempre he presumido de resistir muy bien el frío.

Aquella Granada familiar

-Estudio Medicina en Granada, ¿cómo era la ciudad a finales de los cuarenta?

-Granada era una ciudad mucho más familiar. Todo el mundo se conocía. Te dabas dos paseos desde la Gran Vía y la calle Reyes hasta la Virgen de las Angustias y te encontrabas a todo el mundo. Además de saludar, veías a la niña que te gustaba.

-¿Tiene algo que envidiarle la actual a aquella?

-En honor a la verdad, llevo muchos años lejos para poder opinar pero, como pasa en todas las ciudades, ha perdido esa familiaridad. No obstante, aunque me fui en 1957, tengo que decir que allí me eché novia, allí me casé, allí nacieron mis primeros hijos y los siguientes también, porque daba igual donde estuviésemos que mi mujer iba a parir a Granada.

-¿Conserva algún recuerdo de la guerra civil?

-Llegué a Granada el 6 de agosto de 1936, en unas circunstancias muy dramáticas tras una huida de noche. Cuando terminó la guerra civil, mi padre me dio un consejo: «Olvida todo el mal que te hayan hecho y piensa en ser amigo de todo el mundo, del color que sea, y trabaja para hacer una España donde no vuelva a pasar algo así».

-Antes de cumplir 24 años ya era doctor en Medicina, con 30 gana la cátedra en Salamanca, ¿tenía prisa por llegar... adónde?

-Tenía prisa de llegar a donde fuera cuanto antes, pero había que trabajar y estudiar mucho. Estuve en Alemania, en Estados Unidos, traté de aprovechar el tiempo.

-De Navarra a la Autónoma... ¿ya se estilaban los fichajes hace más de cuarenta años?

-La Autónoma empezó con ese espíritu de fichar a lo mejor para cada puesto. En mi caso, era decano de Medicina de Navarra y me llamó el rector de la Autónoma, el doctor don Luis Sánchez Agesta, otro granadino. En los primeros años, la facultad de Medicina de la Autónoma llegó a ser casi la mejor de Europa.

-¿Nunca pensó en volver para quedarse en Granada?

-Después de Salamanca volví a Granada, a mi tierra, con la disposición de quedarme allí toda la vida. Venía de una estancia en Estados Unidos en la que había visto la universidad americana, concretamente la de Los Ángeles. Allí había 150 profesores para 75 alumnos y en mi primer año de Granada tuve 1.500 alumnos. Siempre tuve ideales y quise implantar en Granada la enseñanza integrada de la Neurociencia. Me dijeron que era imposible. Luego me llamaron de Pamplona. Puse unas condiciones y me las aceptaron.

-¿Mantiene algún contacto con la institución granadina?

-Más allá de los asuntos familiares, las dos cosas que más me han emocionado en la vida son el doctorado honoris causa por la Universidad de Granada y el nombramiento de hijo predilecto de Mecina Bombarón. Esas dos distinciones las llevo en el fondo del corazón.

«Mi mujer no me lo perdonó»

-¿Cómo encajo su familia tanto ir y venir?

-Mi mujer es muy granadina y nunca me ha perdonado que nos marcháramos. Es una mujer extraordinaria y siempre me ha ayudado en todas mis aventuras. Cuando era mi novia era la chica más guapa de Granada. Sigo enamorado de ella porque sigue siendo la mujer más guapa que pasea por Madrid a sus 80 años.

-Con un currículo así, ¿se siente reconocido?

-Sí. Tengo que darle muchas gracias a Dios. La vida ha sido muy bonita para mi. Tengo diez hijos y estoy esperando mi nieto número 42. Los tengo rubios, morenos, de todos los colores y de todas las edades. Desde 27 años hasta tres meses de vida intrauterina.

-Con un padre médico, ¿dudó alguna vez de su vocación?

-En septiembre de 1936, recién llegados a Granada, me examiné de Ingreso pero los profesores me vieron muy bien preparado y le propusieron a mi padre que me examinase de 1º. Saqué notable. Como terminé el bachillerato un año antes, tuve que esperar para entrar en la Universidad. Quise irme fuera pero estábamos en plena Guerra Mundial y me quedé en Granada. Mi padre me regaló las obras de Ramón y Cajal y leyéndolas me enamoré del sistema nervioso.

-¿En qué parte del cerebro se localiza la malafollá?

-En el granadino, en todo, je,je. Es una leyenda porque durante dos décadas he cruzado el charco cinco o seis veces al año y por ahí sí que he conocido gente con malafollá. El granadino es, por encima de todo, muy inteligente y cordial. Mis mejores cursos como profesor los tuve en Granada.

-¿Qué seríamos capaces de hacer si explotáramos el cerebro al 100%?

- Eso son leyendas y titulares. Cada uno lo utiliza en la medida que puede. Lo que tenemos que procurar es utilizarlo lo mejor posible y para eso es importante vivir bien el ciclo vigilia-sueño. Así se explota mejor el cerebro. Mi abuela decía que había que acostarse y levantarse con las gallinas.

-Es un experto mundial en la comprensión de los mecanismos que gobiernan el sueño, ¿sigue soñando a sus 85 años?

-El mejor sueño es el que se tiene despierto, porque es real. Para mi, ser lo más útil posible a los demás. También mantener unida a mi familia y, por ahora, se cumple. El día de Navidad nos reunimos para comer 65 personas. Seguir haciendo lo más feliz posible a mi mujer, que creo que también lo consigo. Y seguir trabajando. Formo parte de un departamento científico estupendo. Me dejan tener mi despacho y colaborar con ellos. Todavía publico a nivel internacional y doy clases en el doctorado, además de conferencias.

-¿Qué le parece la idea de prolongar la jubilación hasta los 67?

-Jubilar a la gente a la fuerza es un desastre. En Estados Unidos, mientras alguien puede trabajar y produce, lo hace. Si se toma al extremo, es malo porque siempre hay gente que no puede producir y corre el riesgo de ser arrinconado.

-¿Cómo les ha inculcado a sus hijos el amor por Granada?

-A través de su madre, que para los diez es la persona más maravillosa del mundo. De niños, en cuanto daban las vacaciones se iban a Granada y siempre han recordado esos años como los mejores de su vida. Seguimos veraneando en Almuñécar y ahí nos volvemos a juntar, aunque cada uno en su casa. Después, vamos llegando a la playa y enseguida se forma una multitud, los Reinoso.

-¿Cómo ve Granada desde la distancia?

-Como la ciudad más bonita del mundo, con unas noches de primavera y otoño inolvidables. El atardecer de San Nicolás es el más famoso pero me quedo con el que se ve desde las Conejeras, en el viejo campo de tiro.

-¿Hay que salir fuera para triunfar de verdad?

-No hay por qué. Ahora se tienen todas las oportunidades en cualquier sitio.

-De haberse quedado, ¿qué estaría haciendo hoy Fernando Reinoso en Granada?

-Ahora me pilla preparando una conferencia y a punto de enviar a la imprenta una publicación. Si estuviese en Granada, estaría haciendo lo mismo, sólo que, como dice mi mujer, Granada es mucho más bonita que Madrid.

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