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María Ángeles González, Juan Pérez Abella, José Luis Morales y Ana Isabel Escalona. Alfredo Aguilar

«La dictadura de hoy es el miedo a perder el trabajo»

Sindicalistas jóvenes y veteranos analizan el estado actual de las relaciones laborales ante la fiesta del 1 de Mayo | Por poco que sea lo que se tiene, dicen, la gente prefiere conservarlo y renuncia al ejercicio de sus derechos

Carlos Morán

GRANADA

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Martes, 1 de mayo 2018, 01:33

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Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que una dictadura es «un régimen político que, por la fuerza o la violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales». A José Luis Morales, trabajador jubilado y veterano miembro de la UGT, y Juan Pérez Abella, afiliado a CC OO y ya también retirado de la vida laboral, no les hace falta leer la definición para saber cómo funciona un sistema autoritario. Conocieron a Franco. Y lo combatieron. Junto a otros millones de españoles, se la jugaron para construir la democracia y el llamado estado del bienestar.

A María Ángeles González (CC OO), maestra de 32 años, y Ana Isabel Escalona (UGT), de 36, no les tocó padecer la tiranía franquista. Son demasiado jóvenes.

Sin embargo, ellas y ellos coinciden en denunciar que la «dictadura de hoy es el miedo a perder el trabajo». El agujero negro de la crisis mundial que comenzó en 2008 -y que para unos está superada y para otros continúa- absorbió derechos consolidados con la aplicación de sucesivas «reformas laborales».

El edificio que habían levantado los Morales y los Pérez Abella a partir de las ruinas de la dictadura quedó expuesto a la intemperie y temblando.

Las nuevas generaciones, que, siguiendo la tradición, se suponía que iban a vivir mejor que sus padres, tuvieron que asumir a marchas forzadas que les aguardaba un futuro incierto y desapacible: empleos precarios, sueldos deprimentes, inseguridad, jornadas interminables, emigración, «explotación», apunta Juan Pérez Abella uno de esos términos que ya parecían desterrados. Y en ese caldo de cultivo, explican los sindicalistas, nació el temor al paro, la nueva dictadura. Por poco que sea lo que se tiene, la gente prefiere conservarlo y renunciar a la protesta y la justicia. «Se ve mucho miedo», indica José Luis Morales, exempleado de Telefónica de 69 años y militante de la UGT desde 1972.

No es que no se reclamen los derechos -porque algunos quedaron en pie tras la recesión-, es que hay muchos trabajadores que prefieren no saber ni que existen. Creen que la ignorancia es la mejor receta para no señalarse y esquivar el despido.

Alfabetización laboral

Pero también hay quien se decide a caminar en la dirección contraria. Es el caso de María Ángeles González, que, cuando se quedó embarazada de su primer hijo, quiso explorar el territorio de las normas laborales. Era, y sigue siendo, monitora de una empresa que atiende los comedores escolares. Ganaba 180 euros mensuales y, como es natural, no le parecía un salario decente. Y entró en CC OO. A partir de ahí, y gracias a su empeño y al asesoramiento del sindicato, entraron en la normalidad. Conceptos como convenio colectivo, comité de empresa o negociación empezaron a formar parte de su día a día. «Al principio, es que no sabíamos qué era nada de eso», añade María Ángeles González. Recalca que no exagera. Ese desconocimiento, agregan todos, está muy extendido. Lo habitual, cuando un sindicato consigue implantarse en una empresa, es tener que empezar de cero.

Es casi una campaña de alfabetización en materia de legislación laboral.

En este sentido, Juan Pérez Abella defiende «que estos temas deberían estudiarse en las escuelas y los institutos» para garantizar que los jóvenes estén formados sobre sus derechos y obligaciones cuando accedan al mercado de trabajo.

Él, que es gallego de Ferrol y empleado jubilado de Correos, aprendió el sindicalismo en la calle, en las asambleas de los astilleros de su ciudad, donde ya se cocía la España posfranquista. En aquella efervescencia que anunciaba el inicio de un tiempo nuevo era difícil mantenerse al margen. «Todos íbamos a una», rememora. Si se tenía hambre de libertad, y los obreros la tenían, era imposible no implicarse.

-Por cierto, ¿por qué los obreros ya no se llaman obreros? ¿Por qué ahora son recursos humanos?

-«Porque esa batalla, la del lenguaje, se perdió. Un obrero o un trabajador es todo aquel que cobra un salario a cambio de su trabajo. Y ahí entra el 90% de la población: también los gerentes y los directores generales, aunque ellos no se lo crean. Yo he conocido a directores generales que estaban en el paro», detalla Juan Pérez Abella, cuyo sindicato, CC OO, acaba de presentar un irónico diccionario para llamar a las cosas por su nombre y evitar eufemismos a la hora de hablar de precariedad.

José Luis Morales también pertenece a la estirpe de los que mamaron el sindicalismo en el tajo. En su caso, decidió afiliarse a UGT en el País Vasco, donde trabajaba para Telefónica, la empresa en la que se jubiló ya hace unos años. «Allí, había mucha industria y la gente estaba muy organizada. Había una corriente subterránea muy fuerte que reclamaba derechos y libertad», recuerda José Luis Morales. Además, su hermano estaba perseguido por la dictadura y tuvo que exiliarse -de verdad-. Todo eso sumó para que se decidiera a hacerse el carné de la UGT. Ahora, entre sus cometidos está el de enseñar a los afiliados más jóvenes todo lo que sabe sobre pensiones, que no es poco.

«Los temas laborales deberían estudiarse en las escuelas y en los institutos»

Juan Pérez Abella | Comisiones Obreras

«Al principio no sabíamos qué era un convenio, ni un comité de empresa, ni nada de eso»

María Ángeles González | Comisiones Obreras

«Los trabajadores tenemos que estar unidos, el individualismo no lleva a ninguna parte»

Ana Isabel Escalona | Unión General de Trabajadores

«Nadie se cuestiona si los médicos o los policías son necesarios, pues con los sindicatos pasa lo mismo»

José Luis Morales | Unión General de Trabajadores

Llegados a este punto, se suma a la conversación Ana Isabel Escalona, también ugetista, aunque bastante más joven: tiene 36 años. Su retraso se debe a las exigencias de su trabajo, es una de las empleadas de la empresa que presta el servicio de ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Granada, y advierte de que se tiene que ir pitando por la misma razón.

-¿Para qué sirve un sindicato a estas alturas del siglo XXI?

-«Para que los trabajadores estemos unidos consigamos nuestras reivindicaciones. El individualismo no lleva a ninguna parte, que nadie se equivoque», defiende Ana Isabel Escalona.

Su compañero José Luis Morales asiente y contraataca con otra pregunta: «¿Alguien se cuestiona si son necesarios los médicos o los policías? No, ¿verdad?, pues con los sindicatos pasa lo mismo», razona.

El veterano obrero admite que la imagen de las organizaciones de trabajadores ha sufrido un cierto desprestigio en los últimos tiempos, pero enfatiza que los empresarios o los políticos no han salido mejor parados. Y cree que es injusto. «También hay médicos malos, pero la mayoría no lo son», dice.

María Ángeles González tampoco alberga ninguna duda de que los sindicatos son útiles. Y apoya su afirmación con un ejemplo muy ilustrativo: «Nuestro sueldo de 180 euros mensuales es ya de 260, estar en un sindicato no es una pérdida de tiempo», concluye la monitora de comedores escolares.

Los cuatro participarán hoy en la manifestación del 1 de Mayo.

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