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Semenya encabeza una carrera.
Semenya amenaza el récord más antiguo
Atletismo

Semenya amenaza el récord más antiguo

La sudafricana permanece invicta en los 800 metros desde que el TAS anuló los límites de testosterona

Fernando Miñana

Viernes, 12 de agosto 2016, 10:50

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Once récords del mundo permanecen en las tablas del atletismo como si los hubieran escrito con martillo y cincel. Once plusmarcas ochenteras que todavía apestan a los peores tiempos del dopaje, con permiso del podrido sistema de estado que acaba de destaparse en Rusia. El más antiguo de todos lleva la firma de una hombruna mediofondista checoslovaca, Jarmila Katrochvilova, quien corrió los 800 metros en el estadio olímpico de Múnich en 1:53.28 el 26 de julio de 1983. Son récords intocables, como los de la difunta Florence Griffith en 100 o 200, los 400 de Marita Koch o algunos saltos y lanzamientos sobrehumanos. Pero el atletismo espera impaciente el paso de Caster Semenya por el estadio olímpico de Río porque, oh sorpresa, podría liquidar la más antigua reliquia, la marca de Katrochvilova.

Pero no anda conforme el mundillo con esta posibilidad. Semenya no ha recurrido a sustancias prohibidas, pero el secreto de su poderío le viene de serie por un desarreglo en su organismo en la producción endógena de testosterona. La sudafricana irrumpió en las pistas con un triunfo incontestable en el Mundial de Berlín, en 2009. Pronto se demostró que tenía hiperandrogenismo y la IAAF la forzó a bajar sus niveles de testosterona por debajo de diez nanomoles por litro, un generoso margen si lo habitual en la mayoría de las mujeres es rondar los tres nanomoles. A partir de entonces dejó de ser aquella atleta superior que se reía de sus pobres rivales haciendo posturitas con sus brazos musculados nada más cruzar la meta.

La historia dio un nuevo giro con la aparición de una diminuta velocista india llamada Dutee Chand, quien recurrió ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo aduciendo que un exceso de testosterona no era mayor ventaja que una altura inusual, una capacidad pulmonar por encima de la media o, incluso, haberse desarrollado en un lugar, al contrario que ella, económicamente acogedor. El TAS le dio la razón porque, argumentó, la IAAF había sido incapaz de demostrar científicamente la injusticia de esa superioridad.

Anulados los límites de testosterona, Semenya volvió a someter a todas sus rivales en la doble vuelta a la pista. Cada carrera -permanece invita esta temporada- copiaba el patrón de la anterior. La mediofondista de rostro andrógino aplastaba a sus contrincantes sin hacer una mueca, imponiendo su zancada a golpe de cuádriceps, mientras las otras atletas se retorcían varios metros por detrás.

Semenya se ha mudado a Potchefstroom, a una tranquila ciudad universitaria a hora y media de Johanesburgo por donde hace cuatro años pasaron 17 medallistas olímpicos. Allí entrena pacientemente junto a Jean Verster sabiendo que al fin será campeona olímpica. No quiere sustos en su carrera hacia el primer título y por eso ha renunciado a disputar también los 400 metros, donde los expertos le daban todas las opciones de éxito. Este verano ha ganado todas las carreras con comodidad, con tiempos de un minuto y 55 o 56 segundos sin dar sensación de haberse exprimido. Los maledicientes sospechan que no quiere hacer más ruido, que pretende no llamar la atención más de lo necesario. Pero, claro, nadie puede resistirse a morder el anzuelo cuando éste es acabar con un récord con 33 años de antigüedad. No parece que haya otros récords del mundo bajo amenaza. Solo, quizá, que la polaca Anita Wlodarczyk eleve el techo que dejó el pasado verano (81,08). Este año ya ha lanzado por encima de los 80 metros.

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