Las delicias de Oliver, la tienda más antigua de Granada
De toda la vida ·
Rafael Rodríguez Rodelas es el presente de un negocio con cerca de dos siglos de historia en la Plaza de la Trinidad. Los frutos secos exóticos, los vinos gourmet o las conservas delicatessen hacen posible su supervivencia en tiempos de grandes superficiesDomingo, 10 de abril 2022, 00:00
La historia del Oliver es la del triunfo del comercio de barrio. El éxito del producto con respecto a la macroproducción. Un establecimiento casi perenne ... del Centro de Granada. Este pequeño rincón de la Plaza de la Trinidad ha contado con múltiples dueños desde su apertura en 1850. Pero lo que nunca ha cambiado ha sido su apuesta por la calidad de la materia prima y el buen trato al cliente. Razón por la que ni las grandes cadenas ni la pandemia han logrado cerrar sus puertas.
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Rafael Rodríguez es su gerente actual. Desde primera hora de la mañana distribuye y organiza el género en sus estanterías. Miel artesanal de la Alpujarra, vinos de las bodegas más selectas, los mejores pescados en conserva... y frutos secos de todas las partes del globo terráqueo, el producto estrella. Cuando llega la hora se coloca el mandil, abre las puertas del local en una mañana pasada por agua y se instala detrás del mostrador. De esos de madera, de los de siempre. El respeto a la tradición es una señal inequívoca del éxito del Oliver.
«Llevo desde 1997 a cargo de la tienda. La heredé de mi madre Flora tras su fallecimiento, pero su origen viene de lejos. La inauguró un inmigrante cubano que llegó a Granada en el siglo XIX a raíz de las relaciones coloniales que España mantenía con su país. Fue un colmado y ultramarinos con mucho género procedente de América. Con el tiempo evolucionó a la venta de frutos secos, nuestra especialidad», indica el gerente a IDEAL. No es difícil percatarse de ello.
Desde la calle se aprecian un total de cuarenta tipos diferentes de frutos secos sobre el mostrador. Nuez de macadamia australiana, anacardo brasileño, nuez de la India o dátil de Israel, además de las clásicas almendras garrapiñadas dulces o saladas tan demandadas en Granada. «Una de nuestras diferencias con la competencia es la venta a granel. El fruto seco es un producto perecedero, por lo que su renovación diaria favorece la máxima calidad. Eso no se lo pueden permitir las grandes marcas, pues trabajan con mucho producto envasado al que tienen que dar salida. Al final, con el paso de los días el fruto seco pierde sabor. El cliente lo nota», explica Rafael.
En tiempos de guerra
Las delicatessen son la base de su establecimiento, pero hubo un tiempo donde la supervivencia primaba por encima del sentido del gusto. El actual Oliver funcionó durante la Guerra Civil como uno de los puntos de la capital donde se sellaban las cartillas de racionamiento. Entre la población se repartían pequeñas dosis de leche, aceite, harina o legumbres con las que pasar las penurias de la contienda. Ya en la posguerra el negocio pasó a manos de Baldomero Oliver, un comerciante granadino delgado y espigado que vendió frutos secos durante más de 50 años. Siempre con su delantal blanco bien atado a la espalda.
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«Era un personaje muy querido en el barrio. Hasta yo mismo le compraba de pequeño. Mantenemos su nombre en el local por respeto, ya que él dejó prácticamente la tienda tal y como está». Sus muebles de madera así lo demuestran y llaman la atención de los transeúntes. Una vez que su retina capta la imagen, la memoria hace el resto. «Puedo decir orgulloso que toda Granada conoce mi tienda. La gente se la tiene más que aprendida de pasear por la plaza. Si te hablan de una pequeña tienda de madera, no hay duda. Es la mía, aunque no hayan entrado nunca», ríe.
Muchos sí que lo han hecho. Incluso desde hace más de cincuenta años. «A veces algunos abuelos vienen con sus nietos. Les cuentan que, cuando tenían su edad, sus padres les mandaban a comprar en tiempos de Baldomero. Al final son clientes del barrio de toda la vida. Llevan viniendo desde hace 70 años. No los despacho como compradores, sino que los atiendo como familia». También acuden turistas atraídos por los coloridos montones de frutos secos o los diseños retro de sus latas de conserva a la espalda de la Catedral.
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Tras 25 años al cargo del Oliver, Rafael se muestra con ganas y fuerza para continuar. «El cierre está muy lejos. Por lo menos, me quedan otros veinte años. Recuerdo los dos años que estuvo mi madre. Yo le ayudaba cuando podía hasta que me tocó hacer la mili en Capitanía. Cuando murió por un infarto, decidí ponerme al frente con la ayuda de mi padre y de todos los vecinos».
Para Rafael, son ellos los que definen el negocio. «La tienda ya venía hecha. Mi mérito fue el de mantener el producto fresco y el buen trato con el cliente. Me encanta vender y me siento plenamente realizado en Oliver», concluye. La lluvia empapa la acera, pero no puede borrar casi dos siglos de historia en el Centro de Granada. Los que fueron a contracorriente siempre perduran.
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