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Miguel Baquero, autor de ‘Diez cuentos mal contados’.
Un escritor que ama la burla

Un escritor que ama la burla

Miguel Baquero, narrador aficionado a esconderse entre pseudónimos, es autor de unos geniales relatos cómicos que se adentran en el absurdo

Antonio Paniagua

Sábado, 30 de mayo 2015, 08:06

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Han pasado casi seis años desde su publicación y lo que es una pieza maestra de la narrativa humorística no ha perdido ni un ápice de su frescura. Hablamos de Diez cuentos mal contados (ACVF Editorial), una serie de cuentos que merecen ser recuperados de entre el alud de volúmenes que inundan los estantes de las librerías. A su autor Miguel Baquero, un hombre huidizo que tiene la maldita manía de esconderse entre pseudónimos variados, se le nota su admiración por Miguel Mihura y Stanislaw Lem, escritores que felizmente influyen al narrador con sus mejores armas.

En Miguel Baquero el humor no es sólo un rasgo estilístico, sino la entraña esencial de su literatura. Baquero cultiva con tanto talento el sarcasmo y lo cómico que le convierten, sin importarle, pues él es uno de los primeros en reivindicarlo, en un escritor de género, del género humorístico. Desde Vida de Martín Pijo, la primera de sus obras, a estos cuentos hay un omnipresente sentido de la caricatura, una socarronería y un amor por la burla que hacen de la lectura de Diez cuentos mal contados un divertido viaje por el humor inteligente.

Lo primero que hay que decir de este libro es la excelente factura de su prosa. Ya en el primer relato, Cartas desde las ruinas, hay una preocupación por el lenguaje, un español que tiene reverberaciones del Siglo de Oro nada menos. Ese cuidado por la palabra precisa y correcta transita por el resto de las piezas que el autor ha dado en llamar cronoficciones, pues remiten a un tiempo ajeno al actual, a veces al futuro, otras, las menos, al pasado. El propósito que se persigue no es otro que el de hablar del presente mediante narradores que miran con ojos asombrados una realidad desde una perspectiva inédita, extraña, lo que hace que aflore con más fuerza si cabe la intención satírica y la crítica social, tan queridas a Miguel Baquero.

La distorsión psicológica de los personajes y el uso recurrente de elementos absurdos recorren en mayor o menor medida todos y cada uno de los relatos. Quizá en el que sea uno de los mejores cuentos de la recopilación, La exploración de Marte, el autor explota la comicidad al romper la visión tópica con que estamos acostumbrados a observar a los habitantes del planeta rojo. Al final, los marcianos, que tanta literatura han generado, resultan que son seres apáticos, indolentes e insulsos. Con ello, el autor de Diez cuentos demuestra que no se queda en la mera ocurrencia ingeniosa que se agota en sí misma, aunque sea muy saludable en la vida, sino que va más allá y desnuda la realidad de convencionalismos.

Pesimismo y estupidez

Pese a los episodios a veces desternillantes de la compilación, en los relatos de Baquero anida una visión pesimista de la humanidad, cuyos miembros terminan abocados a la estupidez y la fatuidad. Esta visión es especialmente acerva en La variante Pegbedee, en la que se ofrece una visión nada amable de la humanidad y en la que se pone de manifiesto la relatividad de sus cimientos.

Por lo que tiene de previsible y de realidad ya muchas veces parodiada, La célula, que trata de una región a pocos días de su secesión, puede que sea el cuento que menos se adentre en lo inexplorado y ofrezca una visión más estereotipada y obvia.

Todo lo contrario sucede con The original New York, en el que de nuevo el extrañamiento se alía como detonante del ingenio para provocar la risa. Las deletéreas emanaciones de amoníaco de Giovedi aconsejan a sus habitantes un cambio de aires y una visita turística al planeta Tierra. Las vicisitudes del viajero sirven a Baquero para, con espíritu mordaz, desvelar las mistificaciones de la historia y los trazos erráticos con se delinea a veces la evolución de la humanidad. Los extravagantes viajeros de La exploración a Marte guardan ciertas semejanzas con el Ijon Tichy del genial Stanislaw Lem.

La pieza que más se desmarca del conjunto es El gran profeta Gelubezemil. Nada de viajes al futuro. Damos un salto atrás en el tiempo y nos encontramos con un profeta, probablemente coetáneo de Jesucristo, que en nada se parece a los agoreros que anuncian cataclismos ni a los que se les llena la boca con la cólera de Dios. Con dominio de los artefactos narrativos, Baquero desciende al terreno de lo cotidiano y nos muestra a un profeta que por su sensatez y sentido común dispara el mecanismo de lo cómico.

¡Apartad al capitán Schell de las mujeres! habla de una civilización en la que la libido ha sido desterrada y la reproducción de la especie queda al arbitrio de la programación y el cálculo. Esa situación parece abocar a los hombres a la desmemoria hasta que el capitán Shell requiere atención médica por una extraña turgencia. No revelamos más cosas porque reventaríamos la lectura de este recomendable cuento.

Espiritistas

En El éter, unos desmañados espiritistas convocan en una sesión a varias figuras de la historia, pero con tan poca pericia que sus personalidades acaban entreverándose de una manera tan inextricable que las biografías resultantes son un puro disparate. El libro se cierra con La medida de todas las cosas, en el que el autor se abandona a la especulación y recrea un mundo en que los habitantes de los distintos planetas establecen pesos, medidas, códigos morales y estéticos distintos y específicos.

De Miguel Baquero se puede predicar esa máxima que decía Ortega: Ser artistas es no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas. Por si aún no ha quedado evidente después de leer esta reseña, no nos queda más que aconsejar encarecidamente la lectura de estos Diez cuentos mal contados, que, como cualquier lector despierto se habrá percatado, no son diez sino nueve. Otra broma del autor.

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