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Prisioneros de guerra alemanes capturados por los rusos en la defensa de Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial
Relatos de la Gran Victoria

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Rusia celebró ayer el 70 aniversario de la victoria de las tropas soviéticas sobre el horror nazi, una efeméride que recordamos a través de los libros que la han tratado en profundidad

Pablo Rodríguez

Domingo, 10 de mayo 2015, 00:10

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La diferencia horaria explica por qué Rusia, torpedeada por los líderes de la Unión Europea, celebraba ayer y no hace dos días el 70 aniversario de la victoria aliada sobre la Alemania nazi. Cuando el Generalfeldmarschall Wilhelm Keitel, siguiendo las órdenes del Reichspräsident y sucesor de Hitler Karl Dönitz, firmó la rendición incondicional de su país ante el Mariscal Zhukov eran las 22:43 horas del 8 de mayo para los europeos y las 00:43 horas del día siguiente para los soviéticos. Jornadas distintas para los hasta entonces aliados que, de esta manera, anunciaban ya las diferencias que muy pronto habría de enfrentarlos en la Guerra Fría.

Como hace 70 años, las tropas rusas atravesaron ayer Moscú en perfecta formación, dejando curiosas estampas a los fotógrafos y trayendo recuerdos de lo que fue la gran guerra del siglo XX. Dos mundos, dos concepciones diferentes de la vida, se enfrentaron frente a frente desde junio de 1941, cuando la Operación Barbarroja dio al traste con el Pacto Ribbentrop-Mólotov que hasta entonces había permitido a rusos y germanos repartirse los territorios polacos. Lo describe con precisión Anthony Beevor, uno de los historiadores que más ha ahondado en lo relacionado con la II Guerra Mundial, en el libro 'La Segunda Guerra Mundial'. El autor desgrana en su volumen la concepción nazi del mundo, un espacio destinado a ser ocupado y comandado por la civilización aria y que desembocó en un expansionismo militar desenfrenado que llevó a Alemania al desastre y a decenas de millones de personas a la muertes. Por otra parte estaba la URSS, que bajo el mandato de Stalin jugó las cartas al inicio para tomar partes de Polonia y que tuvo que arremangarse duramente para devolver el golpe que los alemanes dieron a lo largo de 1941.

El enfrentamiento entre ambas civilizaciones dejó algunos de los mayores desastres de la historia. Como epicentros, dos ciudades: Stalingrado y Leningrado. Anthony Beevor dedicó a la primera un libro cuyo título es homónimo. 'Stalingrado' muestra el horror puro que vivieron los habitantes de esta ciudad del cáucaso que, desde el 23 de agosto de 1942 al 2 de febrero de 1943, se vieron en mitad de una de las grandes batallas de la historia. Cuenta el historiador que la ciudad entera se convirtió en una campo de batalla, con combates en diferentes estancias de una misma casa, una lucha por la conquista de cada esquina, cada ventana, cada habitación de Stalingrado. Los civiles, escondidos en los sótanos, cayeron por decenas de miles. Las penurias de los soldados no fueron menores. Beevor describe las condiciones terribles en que los ejércitos nazis afrontaron la batalla, sin material adecuado para las bajas temperaturas del invierno ruso. Enfermedades como el tifus, la ictericia o la disentería mermaban las tropas, dejaban a soldados con la cara entre verde y amarilla y despedían, como en una procesión, a los piojos que, cuando fallecían, abandonaban los cadáveres para buscar otros cuerpos que parasitar.

Leningrado fue el otro gran desastre, aún más macabro si quieren. Si la Batalla de Stalingrado comprendía el enfrentamiento directo de Hitler y Stalin, el sitio de la actual San Petersburgo se entendió como un castigo del líder alemán a una de las ciudades-símbolo de la URSS. El historiador Michael Jones lo describe con todo lujo de detalles en 'El sitio de Leningrado, 1941-1944'. Las tropas nazi mantuvieron cerrada la ciudad durante 3 años con millones de ciudadanos dentro. El hambre, las bajas temporaturas -que bajaron de los 40 grados bajo cero- y la propia guerra desataron escenas dignas del peor de los relatos de horror. Canibales cazaban a los pocos que se atrevían a cruzar la ciudad. Familias enteres tuvieron que alimentarse de los cadaveres. Jones narra como Maria Ivanovna, una mujer de Leningrado, descubrió una mano humana en un caldo que se suponía contenía carne de cordero. Para los que evitaron estas situaciones, quedaron otros objetos empleados como comida. Sopas de cola de carpintero o papel de pared recalentado eran algunos de los alimentos que tomaban los supervivientes. Así cayeron por decenas de miles, ante la mirada de las tropas nazis, hasta sumar oficialmente 600.000 fallecidos y, extraoficialmente, más de un millón.

La respuesta de la URSS alcanzó también proporciones de crueldad inimaginables. Vasili Grossman, uno de los periodistas que acompañaron a las tropas soviéticas en el contrataque, narró en algunos de sus artículos violaciones en grupo de los soldados rusos a polacas y alemanas. Las cifras de este tipo de vejaciones dan cuenta de estos terribles sucesos. Hasta 2 millones de mujeres alemanas fueron violadas por las tropas rojas. La violencia de estos hechos marcó a toda una generación entera, algo que se percibe por ejemplo en 'Una mujer de Berlín'. Este libro, escrito por Marta Hillers, narra los últimos días de la II Guerra Mundial y el horror empleado por las tropas soviéticas en su entrada en la capital alemana.

Hoy, 70 años después, el tiempo ha dejado caer una capa de olvido sobre los tremendos sucesos que los ciudadanos europeos soportaron. Un horror que rescatan novelistas e historiadores en sus libros y que sirve de lección a la generación actual para no repetir la historia, una enseñanza que conviene no olvidar.

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