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Dos trabajadores, junto al transformador eléctrico en la subida de la Alhambra.
Memoria de la Granada fabril

Memoria de la Granada fabril

Un libro recupera la historia de la revolución industrial en la provincia a través de las máquinas y edificios más destacados de su patrimonio

Inés Gallastegui

Lunes, 28 de diciembre 2015, 00:13

2015 es el Año Europeo del Patrimonio Industrial y Tecnológico. Para recordarlo, entre otras muchas iniciativas, en Granada se ha publicado un libro divulgativo, destinado al gran público, que recoge algunos de los vestigios más interesantes que la revolución industrial dejó en la provincia desde finales del siglo XIX. Sus autores son el ingeniero Miguel Giménez Yanguas y el historiador José Miguel Reyes Mesa, miembros del Grupo de Investigación de Patrimonio Industrial de la Universidad de Granada, que lleva 30 años tratando de salvar lo que queda de la revolución fabril en nuestro territorio.

Buena parte de esos vestigios han desaparecido, recuerda Giménez Yanguas. Por desidia, por desinterés, por ignorancia, por codicia o por torpeza. La valiosa rotativa del diario 'Patria', propiedad del Museo Nacional de Patrimonio Industrial depositada en la UGR, fue destruida y vendida como chatarra por la Facultad de Comunicación y Documentación durante unas obras en 2006. La azucarera de San Fernando, ingenio construido en Atarfe en 1884, fue demolido para construir viviendas en 1996, y en 2011 se destruyó la alcoholera de San Pedro por las obras del AVE.

Pero otros perduran, en parte gracias a los esfuerzos de estos investigadores. Giménez Yanguas ha salvado de la chatarra y restaurado con sus propias manos decenas de cacharros, convencido de que una máquina solo está viva si funciona. Prueba de ello son la máquina de vapor o la almazara que se exponen en el Parque de las Ciencias, o los motores e ingenios expuestos como mobiliario urbano en diversos puntos de la ciudad. En todo caso, el ingeniero no renuncia a la vieja idea de crear un Museo del Patrimonio Industrial en Granada. Por lo pronto, él está dispuesto a donar su colección particular para ese fin.

Con los edificios es otro cantar. Para estos expertos, no tiene sentido mantenerlos precintados y vacíos como si fueran restos arqueológicos. «Muchos son edificios espléndidos y muy importantes desde el punto de vista arquitectónico: merece la pena preservarlos», afirma Giménez Yanguas. Por eso es clave buscarles una nueva función. Un buen ejemplo es la vieja azucarera de Santa Juliana de Armilla, hoy recinto ferial. La del Pilar de Motril, salvada de la demolición in extremis, ha sido declarada Bien de Interés Cultural y se trabaja para convertirla en Museo del Azúcar. Dar a estos edificios usos culturales y educativos es lo deseable.

Porque la ley sí defiende, al menos sobre el papel, el Patrimonio Industrial: el Gobierno andaluz es pionero en la protección de estas joyas del pasado y la Ley de Patrimonio Industrial de 2007 les dedicaba todo su título VII. En su libro, los autores consideran que la sociedad ha tardado en valorar los restos industriales primero, porque son historia reciente y, segundo, porque hasta hace poco el concepto de patrimonio estaba basado en el valor artístico de los objetos. Ahora se valoran como testimonio de la memoria histórica, a través de los cuales podemos recomponer el modo de vida, las relaciones económicas o las tendencias artísticas y culturales del pasado.

José Miguel Reyes Mesa recrea aquella Granada próspera y bulliciosa del último cuarto del siglo XIX. «Mientras el resto de Europa se encontraba en una gran depresión, Granada experimentó un 'boom' debido a la industria del azúcar, la harina y el aceite que supuso una inyección de riqueza y trabajo y tuvo un efecto de arrastre económico sobre otros sectores», recuerda. En aquellos años experimentaron un gran crecimiento la industria de la construcción -«La cementera de Atarfe fue una de las más importantes de España; hoy está en ruina»-; el sector textil, necesario para confeccionar los sacos para la industria alimentaria; la eléctrica, que se desarrolló en torno a los pequeños saltos de agua en las cuencas de los ríos Genil, Monachil y Dílar; la minería, fundamentalmente para la extracción de hierro en Alquife, cobre de Jerez del Marquesado, de cuya fundición «salían las pesetas rubias», y el oro de Lancha del Genil. Las infraestructuras también experimentaron un gran desarrollo para atender a las necesidades de transporte de materias primas, combustible y mercancías, lo que repercutió en el tendido ferroviario, la red de tranvías o el Cable Aéreo de Motril a Dúrcal.

Industria azucarera de la caña

El cultivo de la caña de azúcar fue introducida por los árabes en la Edad Media y, debido a su clima tropical, la Vega del Guadalfeo y la costa de Málaga fueron las únicas zonas en las que arraigó. Desde los puertos del Reino de Granada su cultivo viajó al continente americano, donde más tarde sus productores se convirtieron en serios competidores para los andaluces. La molturación (triturado) de la caña se realizó primero en trapiches (molinos) movidos por tracción animal y más tarde en ingenios con energía hidráulica. En 1845 la Sociedad Azucarera Peninsular fue la primera en adaptar los últimos avances tecnológicos de la industria de la remolacha, en concreto la máquina de vapor, en La Peninsular de Almuñécar, y 30 años después ya había 17 fábricas en la costa granadina. La zafra atraía a la comarca a centenares de familias que se alojaban en los aperos, junto a los campos. En los ingenios se producía azúcar de primera clase (blanquilla), de segunda (morena) y melaza, de la que mediante un proceso de fermentación y destilación se obtenía aguardiente, ron o alcohol etílico. El desecho (bagazo) servía como combustible o para fabricar pasta de papel.

Más información

  • Título

  • Hitos del patrimonio industrial en la provincia de Granada.

  • Autores

  • José Miguel Reyes Mesa y Miguel Giménez Yanguas.

  • Editorial

  • Axares.

  • Páginas

  • 264.

  • Precio

  • 22 euros.

El auge de la industria remolachera de la Vega de Granada provocó una progresiva decadencia de este núcleo industrial y la puntilla se la dio, ya en el siglo XXI, la Unión Europea, que subvencionó la erradicación del milenario cultivo de la caña. La última fábrica cerró en 2006.

Industria de la remolacha

Se implantó en la Vega de Granada en el último cuarto del siglo XIX, favorecida por la pérdida de influencia de España en Cuba. En 1882 se construyó la primera fábrica, el ingenio de San Juan, y poco después, junto a ella, el de San Isidro, que fue la última en funcionamiento, hasta 1983. Ambos están declarados Bien de Interés Cultural. En los años siguientes surgieron otras quince más en la Vega y en la comarca de Guadix-Baza. Ambas comarcas ofrecían un entorno ideal gracias a sus tierras fértiles y bien regadas. En algunas de estas fábricas se producían, a partir del subproducto de la elaboración de esta, la melaza, diversos alcoholes de vino e industriales. Es el caso de las alcoholeras de San Isidro y de San Pedro.

En la campaña 1904/05 las fábricas granadinas produjeron 23.000 toneladas de azúcar, lo que representaba un tercio del consumo nacional. Veinte años después, se había llegado a la sobreproducción. Tras la guerra se llegaron a producir 1,3 millones de toneladas, pero la producción granadina era de solo 47.000 toneladas. Las fábricas se habían quedado pequeñas y obsoletas.

Industria harinera

Granada ha tenido tradicionalmente un importante equipamiento de molinos hidráulicos tradicionales, que durante unas cuantas décadas convivieron con las modernas fábricas surgidas en la revolución industrial o incluso adaptaron su tecnología a los nuevos tiempos. Un ejemplo de esa evolución es el Molino del Marqués de Mondéjar, que ya era utilizado en época musulmana y estuvo en funcionamiento hasta 1960 en régimen de fábrica. El edificio de la Cuesta de los Molinos está declarado BIC, pero en la provincia hay otros ejemplos de molinos muy bien conservados que merecerían, a juicio de los autores, un trato similar: es el caso de El Capitán, en la calle San Antón, 'reciclado' como colegio público; el Molino de la Torre, de Alomartes, o la fábrica de San Fernando, en Huéscar.

Industria aceitera

Al igual que con el sector de la harina, antes de la revolución industrial ya había en la provincia una amplia red de almazaras tradicionales que fueron sucumbiendo ante la renovación tecnológica y la nueva organización empresarial en torno a cooperativas de productores. Los autores destacan la pérdida de una de las almazaras tradicionales más destacadas de la provincia, la de Casería de Santo Domingo, que pertenecía a los dominicos, entre la capital y Huétor Vega, o el Cortijo de Jesús del Valle -que además de aceite producía harina, pan y vino-, expoliado y deteriorado a pesar de su declaración como BIC hace diez años. Un ejemplo de restauración es el de Las Laerillas de Nigüelas, almazara del siglo XIV convertida en museo municipal, que permite a los visitantes hacerse una idea precisa del proceso de fabricación.

Industria eléctrica

El servicio de alumbrado público de Granada comenzó el 1 de junio de 1893 a cargo de la Compañía General de Electricidad, que instaló la central térmica del Paseo del Salón y, ante el aumento de la demanda, la central hidroeléctrica de Pinos Genil. En los años siguientes se incorporaron al sistema productivo las de Moclín, Pinos Puente, San Pedro, El Castillo, Monachil y Diéchar. De la primitiva central del salón, ubicada sobre la Acequia Gorda del Genil, no queda nada. La central de Pinos Genil fue víctima de una destrucción «impune» y «consciente». Primero, desapareció la maquinaria -gracias a la desidia de la Administración y la codicia de los chatarreros-, un conjunto de modelos que habrían sido «idóneos para un museo de la electricidad». Una torpe actuación de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir destrozó el edificio al ubicar junto a él un montón de escombros.

Industria textil

La industria textil tiene arraigo en la provincia gracias a la producción tradicional de materias primas como la seda -que tuvo gran importancia para la economía local-, la lana y el lino. En el siglo XIX, la maquinaria importada de Inglaterra permitió el desarrollo de nuevas fábricas para producir piezas de algodón, yute y lino para satisfacer la enorme demanda de sacos por parte de la industria azucarera de la Costa y de la Vega.

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