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La semana de la arquitectura y los retos del siglo XXI

Antonio Aretxabala (Laboratorio de Arquitectura, Universidad de Navarra)

Martes, 6 de octubre 2015, 12:54

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Celebramos la semana de la Arquitectura, una disciplina en crisis (como casi todas) frente a los grandes retos derivados de los acelerados cambios a que sometemos a nuestra "urbanosfera", es decir, la red de unidades estructurales que aglutina desde 2010 a más de la mitad de la población del planeta. Esta nueva experiencia para la vida sobre la Tierra no puede aprovechar experiencias históricas previas por su singularidad espaciotemporal. El ingenio, con el diálogo científico y humanista, comienzan a nutrir a una Arquitectura cuya proyección de futuro no puede ya obviar más el vertiginoso cambio medioambiental y migratorio que transforma nuestro mundo.

Es habitual que en nuestras ciudades la planificación del uso del territorio no incorpore el plan de movilidad urbana, en general éstas se pensaron y diseñaron para una máquina: el automóvil, sin pensar que más temprano que tarde el transporte individual iba a decaer como ya lo está haciendo. Tampoco los mapas de riesgos naturales en un contexto de eventos extremos como los vividos en Cataluña, Galicia, EE.UU. o Francia en los últimos días formaron parte del diseño urbano, ni siquiera el plan maestro de drenaje y saneamiento es generalizado.

Las ciudades, esas grandes entidades devoradoras de recursos, de energía, y productoras de cada vez más desechos, parecen imparablemente abocadas a crecer aún más. El flujo de personas hacia ellas creímos que se detendría en este contexto de crisis sistémica, pero no ha sido así. En las sociedades anteriores a la era industrial más del 90% de la población trabajaba en el sector primario. Hoy tan sólo un 2% se dedica a cultivar los alimentos de los que dependen los urbanitas. Esto fue posible gracias sobre todo a la disponibilidad de un enorme flujo de energía accesible, barata y versátil proporcionada por los combustibles fósiles, en especial por el nunca mejor llamado "oro negro", características éstas que cada vez se cumplen en menos medida, pues desde 2005 que pasamos el pico del crudo, habiendo consumido prácticamente la mitad de nuestras reservas, como nos dice la Agencia Internacional de la Energía (AIE), un órgano de la OCDE, los sustitutos son cada vez menos accesibles, más costosos de extraer, más sucios y mucho menos flexibles para mantener el motor de nuestra economía.

Pero la Arquitectura esculpió el medio de las diferentes épocas de nuestra evolución como "especie elegida" adaptándose a la realidad de cada momento; planificó nuestros núcleos de convivencia acordes con las necesidades, desde las ciudades fortaleza cuando las amenazas eran guerras constantes, hasta las que hoy enfrentan necesariamente la sostenibilidad, el autoconsumo o la gestión de recursos y desechos; introdujo así la eficiencia y el ahorro en nuestras casas, y ahora le toca hacerlo en las ciudades, pues la Arquitectura sabe que en estos momentos la inercia del derroche es nefasta para la salud del medio natural y por lo tanto del medio humano.

Los arquitectos, profesionales conscientes del cambio climático antropogénico derivado de más de 150 años quemando hidrocarburos, como el 98% de la comunidad científica mundial, ensayan las herramientas urbanísticas para enfrentarnos a unos impactos nunca vividos por el homo sapiens. Ellos son nuevamente los garantes de que nuestras ciudades encajen los golpes y amenazas así dimanados, y que lo hagan de la manera menos traumática posible saliendo fortalecidas. La distribución del territorio acorde con la nueva realidad planetaria ambiental y energética ya es un deslumbrante rompecabezas para urbanistas, geólogos, ingenieros, arquitectos, pero no menos para nuestros dirigentes y políticos. Vivimos cada vez más en una sociedad que se ha empeñado en individualizar el espacio-tiempo gracias a las redes sociales, las aplicaciones para celulares, las comunidades virtuales; y precisamente ahora, cuando la disponibilidad de recursos y energía neta menguan, los eventos extremos progresan y el flujo humano hacia las urbes parece imparable.

La Arquitectura del siglo XXI se muestra fascinante, su capacidad de seducción perdura en su sabia y robusta genética, la que se labra en las ciudades estado griegas, en las catedrales góticas, en las passivhaus. Desde la revolución neolítica hasta las megalópolis que engloban en un suspiro geológico los espacios interurbanos y se difuminan con ellos, la Arquitectura nos ha hecho la vida más fácil y llevadera, ha marcado nuestros itinerarios acordes con unos tiempos cambiantes, como nuestros propios intereses. Es en el cambio de paradigma y el trabajo conjunto e interdisciplinar donde está la clave de ideas para edificar y planificar ciudades seguras, sostenibles, dinámicas, resilientes, que contribuyan construyendo un planeta amable donde la calidad de vida de los ciudadanos y la reducción de la inequidad urbana sea un hecho, no una utopía.

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