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Palacio de los Olvidados.
La Granada de los judíos

La Granada de los judíos

La ciudad recupera poco a poco su pasado judío, un legado cultural e histórico de primer nivel

Pablo Rodríguez

Domingo, 7 de septiembre 2014, 01:22

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Una brisa perfumada cabalga el Genil al atardecer. El aire de la Sierra recorre el paseo de la Bomba y deja a un lado la Carrera de la Virgen para internarse por el Realejo hacia arriba. Es la misma hora, aunque los siglos se interpongan sin remedio, y es probablemente el mismo espacio que cantara Moseh Ibn Ezra, el mayor poeta judío de la época andalusí, en el célebre 'Poema de los dos exilios'. «Vientos perfumados que al atardecer pasáis por Granada,/ y sobre el monte Senir sopláis, / cerneos un poco sobre mis hermanos / y dulcemente traed a mi nariz su perfume, traedlo». Aquí, en el triángulo formado por San Matías, San Cecilio y Santiago, es donde los cronistas localizan Garnata Al-Yahud, la Granada de los judíos, el mítico asentamiento de la colonia hebraica.

De la histórica judería, orgullo de siglos, apenas queda testimonio urbano. Callejuelas, aljibes y sinagogas desaparecieron en la oscuridad de los tiempos, aunque los investigadores suponen sus antiguas localizaciones. La sinagoga se encontraba en el solar donde se levanta ahora el MADOC. Era el corazón de las actividades de la comunidad, un lugar que acogía dependencias alrededor para los jueces y administradores de la judería. Más al oeste, en el barrio de la Churra, se situaba el baño, lugar perfecto para las relaciones sociales entre las diferentes familias. Nada salvo el recuerdo resta de todo aquello. Sin embargo, sí permanece un legado cultural que se extiende por muchos siglos atrás.

Los primeros testimonios sobre el pasado hebraico de Granada datan de comienzos del siglo IV, cuando se desarrolló el Concilio de Elvira. Las actas de la reunión de las primitivas iglesias hispanas aluden en cuatro de los 81 cánones a los judíos. La convivencia con los cristianos comenzó entonces a ponerse en entredicho, con prohibiciones como las de compartir alimento o los matrimonios interreligiosos.

La caída del imperio romano y la construcción de la Hispania visigoda fomentó el conflicto entre cristianos y judíos. Hastiados por las persecuciones constantes, acabaron por recibir con los brazos abiertos a los guerreros musulmanes. Los propios cronistas andalusíes recuerdan la importante participación en las guarniciones que asentaron la conquista en el 711. La ayuda prestada dio lugar al establecimiento de una etapa de convivencia entre religiones que hizo florecer la cultura judía. Poetas, médicos, filósofos adquieren una importancia mayor en la sociedad, con personajes que lograron asentarse incluso en la administración.

Garnata era entonces, en torno al 1000 de nuestra era, el nombre de un asentamiento localizado en la margen izquierda del Darro, sobre la colina del Mauror. Aunque no está seguro, los cronistas atestiguan una gran población de religión judía, al estilo de Lucena. La caída del Califato de Córdoba llevará a los ziríes, responsables de la Cora de Elvira, a trasladar su capital al Albaicín, una zona que ofrecía una mayor capacidad de defensa. Musulmanes y hebreos se relacionan entonces de manera directa en una ciudad que vivirá una época dorada.

Samuel Ibn Nagrella, poeta y visir del rey, será la principal figura de la judería granadina entonces. Proveniente de una familia con ascendientes de Mérida, el cortesano se distinguió por su capacidad para asentar la administración de los reyes Habus y Badis, su inteligencia en las relaciones con los otros reinos taifas y su papel como mecenas de la cultura. En este sentido, organizó una corte de copistas que dedicó a adquirir libros con los que facilitar el acceso al conocimiento de los estudiosos de aquel tiempo. Por otra parte fue autor de una interesantísima poesía de corte elegíaco muy valorada hoy en día en todo el mundo.

«Era un genio, un escritor de gran valía y un excelente administrador, alguien que cambió para siempre la historia de la ciudad», recuerda Fernando Crespo, responsable del Palacio de los Olvidados. Este jienense abrió a comienzos de año un museo que recuerda el legado judío de Granada, un centro que cuenta con importantísimas piezas de la época y que tiene en Ibn Nagrella a uno de los protagonistas de la visita.

Un viaje de siglos para regresar a la Sefarad de sus ancestros

  • La expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492 llevó a muchos de ellos a países como Italia o Turquía, donde durante siglos mantuvieron una cultura diferenciada y una lengua, la sefardí, que bebe de las raíces peninsulares. Incluso algunas familias conservan las llaves de sus antiguas casas. Hoy la diáspora los ha llevado por todo el mundo, lejos de una España a la que sus ancestros llamaban Sefarad. Sin embargo, el camino de retorno está abierto. El gobierno ha aprobado un proyecto de ley para naturalizar a los descendientes de los judíos sefardíes, algo que supondría otorgarles la nacionalidad española. Los cálculos ministeriales son que entre 90.000 y 500.000 personas de todo el mundo podrían acogerse a esta norma. Una reparación histórica para una comunidad muy castigada.

En su sede del Palacio de Santa Inés, a un costado del río Darro, Crespo acumula a lo largo de seis salas copias con varios siglos de antigüedad de libros de Ibn Nagrella, Moses Ibn Ezra o Ibn Gabirol. «Son personajes que la sociedad apenas recuerda, que han sido maltratados por la persecución que sufrieron los judíos, pero que son clave en la historia granadina», dice.

La visita permite conocer las preocupaciones de un grupo social que vivía su religión gracias al pago de un impuesto especial y que estaba bajo la lupa de la estricta ortodoxia musulmana. Por ejemplo, usaban libros de tamaño reducido, estrechos como el antebrazo, permitían la lectura de los filósofos hebraicos y su ocultamiento fácil a las miradas.

El ocaso judío

El eclipse de la judería granadina comienza pocos años después del fallecimiento de Samuel Ibn Nagrella. Su hijo Yusuf ocupó el cargo de visir, aunque su política fue ampliamente contestada. Importantes capas de la población cedieron a las acusaciones de falta de lealtad hacia el soberano zirí y, azotados por las casidas antijudías de Abu Ishaq de Elvira, se alzaron contra el visir el 30 de diciembre del 1066. La turba acabó con la vida de Yusuf y dirigió su rabia contra los judíos granadinos. Se calcula que más de 1.500 familias, alrededor de 4.000 personas, murieron aquel día en el pogromo más terrible vivido en Al-Andalus.

Desde aquel momento la comunidad hebraica vivió una etapa completamente convulsa, sometida a una vigilancia cada vez mayor que no impidió recobrar cierto esplendor gracias a la figura de Moseh Ibn Ezra, el mayor poeta judío de la época. Pero fue algo meramente temporal. Con la llegada de los almorávides en el 1090 y los almohades en el 1146, nuevos pogromos sacudieron la judería y provocaron el exilio de intelectuales como Ezra, Yehuda Halevi o Ibn Tibbon.

La conquista de Granada en el 1492 supuso el ocaso definitivo para la comunidad. Los Reyes Católicos emitieron el Edicto de la Alhambra por el cual los judíos de la ciudad y de toda España debían abandonar el país en tres meses. El decreto, promulgado el 31 de marzo de aquel año, obligaba a las familias que no estuvieran dispuestas a abjurar de su fe a vender sus inmuebles y abandonar los dominios españoles sin portar moneda de oro o plata. Esto llevó a muchos judíos granadinos a malvender sus posesiones y a cambiar sus bienes por seda, único elemento con valor que podían portar al extranjero.

Con su salida, el Realejo transmutó su legado judío por una realidad eminentemente cristiana. Grandes templos y conventos ocuparon los espacio sagrados de la comunidad, de la que solo pervive la trama urbana, una madeja de calles que cuenta su historia en días como hoy, cuando el viento murmura versos de Ezra.

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