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Los últimos rugidos de Peña Escrita
Los animales que quedan se marchan este mes y a partir de ahí se busca una empresa que reviva este parque natural que ahora parece un lugar fantasma
Balú, Osito y sus tres compañeros de 'habitación' se marchan este mes a Hungría. Curro también está a punto de cambiar de destino. Y Nerea ... dejará pronto su hogar. Son cinco osos, tres macacos y una tigresa. Todos viven en Peña Escrita, a más de mil metros de altitud, en jaulas que no les ofrecen unas condiciones adecuadas y en un parque por el que hace años pasaban cientos de personas, pero que ahora se ha convertido en un lugar fantasma. Son los últimos. Desde que este espacio cerrara las puertas al público, unos 160 animales han sido reubicados en diferentes puntos de España y el extranjero. Mantenerlo abierto era inviable para el Ayuntamiento por el elevado coste. Cuando ellos se marchen, el consistorio tratará de encontrar una empresa interesada en volver a darle vida a este lugar.
El responsable de Medio Ambiente del consistorio sexitano, Luis Aragón, explica que la Junta de Andalucía les exigió en su día unas obras de mejora para mantener el centro abierto que no podían asumir. Decidieron entonces echar el candado y comenzaron a trabajar para encontrar un lugar mejor para los animales. La mayoría han conseguido llegar a un nuevo hogar. Algunos, sin embargo, no lograron salir de su encierro. Es el caso de un hipopótamo, aquejado de reúma, que no pudieron sacar de la minúscula charca en la que se remojaba, o de varios bisontes que sólo podían desplazarse por un estrecho camino en la ladera de una montaña, a pesar de ser una especie acostumbrada a vivir en espacios llanos, y que se pusieron tan nerviosos cuando intentaron dormirlos para llevárselos, que acabaron despeñándose. En el lugar de destino de sus fichas se puede leer, escrito en letras mayúsculas, «baja».
Luis Aragón afirma que cuando se decidió convertir el parque en zoológico, con una corporación anterior, se trajeron animales a un entorno que no era el suyo. Asociaciones animalistas denunciaron la situación años después, en 2016. Y fueron precisamente estas entidades las que acabaron ayudando al Ayuntamiento a buscar hogares nuevos a los habitantes de Peña Escrita.
Para el guardés de este espacio, que convive día a día con los animales, la marcha de los últimos osos cerrará un ciclo. «Yo sé que estarán mejor en otro sitio, pero cuando se vayan ellos, me iré yo también», afirma mirando a sus osos. Un rato después acaricia sin ningún miedo a Nerea, una tigresa cuyos colmillos causarían pánico a cualquiera. Él está seguro de que nunca le haría daño. Igual que Balú o Osito. Los dos nacieron en Peña Escrita. No conocen otro lugar. Están acostumbrados a las escasas dimensiones de sus jaulas. Fue el guardés el que les puso los nombres y es él quien les da de comer cada día. A uno de ellos le salvó la vida, después de que al nacer su madre lo rechazara y le propinaran un zarpazo en un ojo cuyos signos son evidentes todavía hoy. «Conseguimos que saliera adelante», señala entre orgulloso y feliz, mientras le toca el hocico. A algunos de estos animales los ha criado a biberón.
En otro jaulón está Curro,un macaco que comparte espacio con dos hembras. Aunque él es quien manda. Cuando llega la comida, ellas esperan pacientes hasta que Curro ha terminado. Él se toma su tiempo. Elige los trozos de lechuga más tiernos. Selecciona las zanahorias. Aparta lo que al tacto no le convence.
Es la única vida que queda en Peña Escrita. Ellos, algunas cabras montesas que campan a sus anchas y algún zorro que de vez en cuando aparece, pero que no vive en cautividad, sino en su hábitat natural. En el resto del espacio, reina un silencio que parece imposible de romper.
Una piscina vacía. Un merendero en cuya cocina hay una ventana con agujero y una encimera llena de hojas y trozos de desperdicios de castañas (el concejal advierte en cuanto lo ve, que hay que reparar el cristal). Luces que no se encienden. Una zona de parapente desde la que hace años que nadie se lanza para volar. Avisos de animales peligrosos en la puerta de jaulas vacías. Cabañas para pasar un fin de semana en las que ya nadie duerme. Un cartel con el menú del día que aún está pegado en la puerta del restaurante. Y decenas de sillas sobre las mesas. «Cuidado que hay telarañas», advierte Luis Aragón al pasar por lo que fue el salón de comidas. El tiempo se ha parado en un entorno de una belleza espectacular, que busca alguien que quiera y sepa aprovecharlo.
Al menos tres empresas se han interesado ya por explotar el espacio. No todas le darían el mismo uso, pero desde el Ayuntamiento prefieren esperar a tener clara la oferta antes de adelantar en qué podría convertirse Peña Escrita. Eso sí, lo prioritario es respetar el entorno natural.
Un alojamiento rural, un centro para jóvenes, un espacio en el que organizar actividades deportivas. Existen posibilidades. Hace falta inversión y promoción. El acceso no es sencillo, pero merece la pena. El concejal de Medio Ambiente visualiza allí campamentos para niños, familias disfrutando de rutas de senderismo, animales propios de la zona que aparezcan como el zorro que nos encontramos durante el paseo. Darle un sentido a un lugar que tiene mucho que ofrecer.
En la actualidad, el Ayuntamiento sexitano se hace cargo el mantenimiento de las instalaciones, masa forestal y los animales que quedan, así como la limpieza de las cabañas. La salida de estos animales, no solamente permitirá la apertura de la finca municipal, sino un ahorro importante en materia del mantenimiento diario de los osos que se alimentan de carne, fruta, verdura y pienso.
Lobos, hienas, ponis, ciervos, caballos, monos, lemures, avestruces, halcones, bisontes, muflones ( una especie de carnero, originario de Córcega y Cerdeña, que suele ser considerado como el antecesor salvaje del carnero doméstico), ualabi de Bennet (una especie de canguro procedente de Australia), orix de cimatarra (antílope africano), hipopótamos, tigres, leones, osos pardos o bisontes son algunas de las especies que han pasado por Peña Escrita. Sus destinos han sido diversos, muchos están en Cantabria, algunos en Córdoba, otros en Sevilla. Todos en espacios más adecuados para sus características.
Balú, Osito y sus otros tres compañeros de jaula recorrerán cerca de 3.000 kilómetros por carretera hasta llegar a su destino final, Veresegyhzi Menve Otthon, un santuario de osos situado en Hungría. A partir de ese momento empezará un nuevo capítulo para Peña Escrita. Un parque casi fantasma, que aún rezuma vida.
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