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Mauro Di Si, patrón del barco de Open Arms que opera en el mar de Alborán y tiene su base en Motril. JAVIER MARTÍN
Mauro Di Si, patrón en Open Arms: «No les mentimos. Han sobrevivido a lo peor, pero lo que viene tampoco será fácil»

Mauro Di Si, patrón en Open Arms: «No les mentimos. Han sobrevivido a lo peor, pero lo que viene tampoco será fácil»

La oenegé trabaja por primera vez en el mar de Alborán, donde colabora con Salvamento en el rescate de inmigrantes

REBECA ALCÁNTARA

MOTRIL

Domingo, 7 de octubre 2018

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Proactiva Open Arms llegó el martes a Motril y desde el viernes está navegando en el mar de Alborán para rescatar inmigrantes. Mauro Di Si es el patrón del barco y lleva dos años trabajando con la oenegé. Su intención era estar unos días, pero conocer las historias de decenas de personas que arriesgan su vida en el mar le hizo continuar. Recuerda su primer rescate y no ha podido a olvidar a un joven que en la isla de Lesbos, después de haber perdido a parte de su familia, le dijo que lo único que quería ahora era vivir en paz y enamorarse. Tiene claro que la labor de organizaciones como la suya es clave para que el mundo no olvide lo que está pasando, para darle ojos y voz a los que se lanzan al mar para sobrevivir. También sabe que una vez que los inmigrantes tocan tierra, aún les queda un duro camino por delante.

-¿Qué le llevó a comenzar a colaborar con Open Arms?

-Vine a España desde Argentina para hacer una misión en Lesbos en septiembre de 2016 y lo que iban a ser 20 días, al final me abrió otra puerta. Decidí romper con todo lo que me ataba a Argentina y quedarme.

-¿Había tenido antes contacto con el fenómeno de la inmigración?

-No había estado cercano antes a este fenómeno. Se escuchaba y se veía en los medios, pero no tiene nada que ver con lo que te encuentras cuando estas allí. Y sobre todo, no tiene nada que ver con las historias de las personas que conoces.

-Después de tanto tiempo, habrá visto muchos los rescates, ¿recuerda el primero?

-Sí, en Lesbos. La primera salida fue de madrugada. Encontramos una patera con unas 65 personas, obviamente muy asustados. Toda la dinámica y charlas previas que tienes en la cabeza no tiene nada que ver con lo que ves cuando tienes gente enfrente tratando de salvar su vida por instinto. Después tuvimos más rescates, algunos más complicados. Y la primera vez en Libia fue muy intensa. Aún habiendo visto lo que habíamos visto en Lesbos, en Libia, ver a gente que se lanzaba a mar abierto, sin ningún conocimiento de navegación, con muy pocas posibilidades de llegar, con barcas que llevaban a cientos de personas, me impacto mucho. Allí la travesía era más larga, tenías que ir cuidándolos, aparecían casos médicos y era imposible no establecer relaciones. Al final, los propios inmigrantes acababan ayudando en la organización, porque cuando vas en el barco con 300 personas lo que parece simple se vuelve complicado.

-¿Y el más duro al que se ha enfrenado hasta el momento?

-Tuvimos una misión a final del año pasado, en diciembre. Íbamos a salir a hacer un ejercicio por la zona de Trípoli y apareció una embarcación de las que se ven allí, que son viejos pesqueros reformados, a los que les sacan todo el peso de maquinaria y queda sólo un motor que sirve para llevar la embarcación y a la vez achica el agua, por lo que no se puede parar. Todas las cubiertas internas se llenan de gente. En aquel caso, no sólo llevaba a mucha gente, unas 450 personas, de las que la mitad eran mujeres y niños, sino que al llegar ya había un bebé muerto. Empezamos a desembarcar y entonces encontramos que la gente que venía en la parte de abajo estaba respirando gases o iban sentados en una solución de gasolina con agua salada que es muy corrosiva y provoca quemaduras de tercer grados. Primero sacaron a un hombre joven, de no más de treinta años, en parada cardiaca. Lo evacuamos, comenzamos la reanimación, más de 40 minutos atendiéndolo, pero entonces nos dimos cuenta de que había aún más de 300 personas en un bote completamente inestable, que cuanta más gente salía más inestable se volvía y cada vez había más peligro de que volcara. Y ahí tienes que decidir. Tuvimos que elegir seguir desembarcando al resto. Una vez que los sacamos a todos, comenzó la otra odisea: conseguir puerto. No nos daban puerto, ni nos daban ayuda de barcos de Frontex ni de la ONU. Tuvimos que capear un temporal por lo que la travesía se alargó y hubo que racionar comida y mantas. Aparecieron más enfermedades, entre ellos un bebé muy pequeño, que estaba muy débil y falleció. En el momento de la misión, estás en un modo en el que no puedes pararte a pensar, pero cuando haces el análisis de todo lo que pasó: sí, esa fue la misión más dura.

-Son historias crueles, ¿llega uno a acostumbrarse?

-No sé si acostumbrarse es la palabra, pero psicológicamente tienes un modo de llevarlo que evita que te bloquees. Obviamente, todas las personas que estamos aquí es porque tenemos una vocación de ayudar al otro, pero no puedes parar. Al final, es lo mismo que contaba cuando tuvimos que decidir si seguir reanimando al chico o continuar con el rescate. ¿Hasta qué punto puedo seguir tratando de ayudar a esta persona si estoy poniendo en riesgo a otras 380? ¿Hasta que punto puedo pararme y quedarme impactado por todo lo que está pasando si eso impide que puedas ayudar a otras personas?

-Han sido muchas travesías, cientos de personas, ¿recuerda algún episodio que le conmoviera especialmente?

-La primera persona con la que empaticé, con la que fui capaz de ponerme en su lugar, fue un joven en Lesbos que había podido cruzar con sus dos hermanos. Él me contaba que unos meses antes habían intentado cruzar sus padres con otra hermana. La barca naufragó y los tres murieron. Me contaba también todo lo que había tenido que pasar en Turquía para lograr, después de tres intentos, llevar a sus hermanos. El trabajaba y estaba estudiando una carrera. Estaba tranquilo hasta que estalló la guerra y vio que empezaban a morir amigos y familia, y huir era la única forma de estar a salvo. Después de todo lo que fue dejando, lo único que quería era estar en paz. Me dijo: «Yo ahora lo único que quiero es estar tranquilo y poder enamorarme». Y me pareció tan básico lo que buscaba, simplemente no tener miedo a morir.

-Usted mismo lo dice, no ha sido la única, ¿cómo fue en Libia?

-Después hubo muchas historias, sobre todo en Libia. Había un grupo de hermanas que se estaba escapando y a la mayor de 14 años le habían practicado la ablación. Y entonces piensas cómo es la situación interna para que la propia familia paterna, ayudada por la materna, entreguen a las hijas a mafias para cruzar el desierto incluso sabiendo que pierden el contacto con ellas durante gran parte del trayecto. Y piensas en lo que pasa esa niña de 14 años haciéndose cargo de sus hermanas y en que después, cuando llega a Europa, esa nena tiene que ir a dar explicaciones para ver si las personas que la reciben creen que lo que está viviendo en su país le da derecho o no a obtener refugio. Te viene a la cabeza ese discurso en el que se habla de cerrar puertas y cuando unes todo eso y escuchas todas esas historias, dejas de creer en la política y las leyes. Pero, por otro lado, te das cuenta de que lo que estás haciendo sirve para algo, que estás dando la posibilidad a esas personas de vivir.

-¿Y qué pasa cuando acaba el rescate, cuándo llegan a tierra?

-Después, en tierra, no podemos manejar cada caso ni ayudar a cada persona. Tampoco les mentimos cuando nos preguntan lo que va a pasar. Les explicamos que lo más difícil, sobrevivir, ya lo hicieron, pero que lo que viene después no va a ser fácil.

-Al margen de este lado tan humano, ¿cómo es la labor que realiza la tripulación? ¿Qué va a hacer el Open Arms aquí?

-Es la primera vez que actuamos en el mar de Alborán. Sabemos que aquí tienen un dispositivo de rescate muy eficiente, pero en este momento ha crecido mucho el número de pateras y por eso hemos venido a ayudar. Nosotros siempre navegamos en la 'zona caliente' a la espera de visualizar embarcaciones o acudir ante el aviso de los centros de coordinación. Una vez que tenemos ese aviso, se alerta al equipo de rescate, que se prepara en cuestión de minutos, y nos dirigimos a las coordenadas. Lo primero es dar una vuelta de reconocimiento para ver cuántas personas hay y, entre ellas, cuántas mujeres y niños, que suelen estar en la parte de delante y son más difíciles de visualizar. Se reparten los chalecos y se establece un protocolo de comunicación. Normalmente hablamos con una persona, que suele estar en la popa. Son los que han tenido que ver con decisiones de rumbo y tienen algún tipo de autoridad y es más fácil que transmitan el mensaje. Después se apoya la proa de nuestra embarcación en un lugar seguro de la suya, con un punto de acceso que permita que la gente suba, pero, a la vez, controlas que si quieren saltar no puedan hacerlo. Cuando los embarcamos, todos los que podemos llevar los trasladamos al Open.

-Y si encuentran una embarcación, ¿traerán a los inmigrantes a Motril?

-La decisión de a qué puerto van dependerá de Salvamento Marítimo. Nosotros tenemos un protocolo que hemos ido escribiendo a base de la experiencia y nuestro método es efectivo y rápido, pero vamos a trabajar en coordinación con Salvamento.

-¿Por qué Motril?

-Tiene que ver con dónde Salvamento Marítimo podía necesitar un equipo como el nuestro. La zona está cubierta por varias salvamar, entonces entiendo que por la distancia entre costas era el punto más adecuado, porque este barco es más efectivo navegando que en puerto. Yo sé que aquí los equipos son reactivos más que nada, pero nosotros trabajamos en una zona, de guardia.

-Después de todo lo que ha vivido. ¿qué le parecen los discursos que dudan oenegés como Open Arms o que afirman que su labor puede provocar que vengan más inmigrantes?

-Desconocimiento o una mera intención de generar esa idea en otras personas. Lamentablemente, existe ese pensamiento de cerrar fronteras o de que la gente que escapa afecta a la economía de los lugares de destino y cada vez se está extendiendo más. Yo he escuchado de todo. Desde que los rescates que hacemos son montajes, como si estuviéramos grabando una película, hasta que tenemos contacto directo con los traficantes de personas. Creo que en un primer momento no pasaba nada porque éramos pequeños, pero a medida que crecimos nos volvimos incómodos y comenzaron los ataques más fuertes. Obviamente no duran mucho porque son asuntos que no se pueden demostrar. Nosotros vamos a mantenernos, no sólo del lado del rescate, sino también del lado de la denuncia. Eso es lo que está haciendo ahora el Astral (otro de los barcos de Open Arms) en Libia. Cuando no hay ojos que muestren una realidad, nadie se entera. Es fácil que cuando quitas las cámaras, la gente se olvide rápido.

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