La localidad de Lújar desde el sendero que conduce a la sierra, plantado de almendros, con encinas y matorral mediterráneo.

Lújar, el día de antes

Las laderas de la sierra del Jaral eran hasta hace sólo unas horas uno de los escasos reductos donde aún se mantenían los usos tradicionales de la tierra, con la sostenibilidad como base de su economía

Juan Enrique Gómez

Sábado, 11 de julio 2015, 00:57

La tierra ha cambiado su imagen. Desde los altos de Gualchos y las playas del litoral oriental, la sierra de Lújar ya no es la ... franja de color verde oscuro sobre la que se dibuja una línea de molinillos de viento, con una casi permanente bruma entre sus vaguadas y barrancos que intenta, sin conseguirlo, superar una altitud de casi un millar de metros y aporta un gradiente de humedad que durante milenios ha permitido la pervivencia de ecosistemas mediterráneos húmedos e, incluso, de bosques propios de territorios atlánticos, alcornocales convertidos en los más meridionales de la Península y los más altos de Europa. El fuego ha destruido las tierras y la forma de vida de un municipio que había convertido sus valores naturales en una de sus principales señas de identidad.

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El día 8 de julio marca un antes y un después para la historia de Lújar sus gentes y para aquellos que conocieron sus campos y senderos. Estas imágenes se tomaron horas antes de saltar las llamas. Con el fuego se han ido gran parte de los cortijos que se encontraban en las laderas Noreste de la sierra -llamada del Jaral-, algunos de ellos dedicados a la agricultura tradicional, con plantaciones de almendros, árboles frutales y parcelas aterrazadas de cultivos de primor, los clásicos de la Alpujarra y la Costa.

Hasta antes de ayer, la naturaleza se adentraba en el pueblo de Lújar. Los senderos de acceso a sus bosques empezaban en la calle principal de un núcleo de población que miraba a sus montes y barrancos, y ascendía, entre matorral mediterráneo, junto a orquídeas en primavera y verano, lentiscos, lavandas y cantuesos, difíciles de encontrar en otros puntos de la Costa, y hasta pinares, que aunque de repoblación, estaban ya naturalizados, entre los que viejos cortijos habían sido convertidos en casas rurales vacacionales en contacto directo con el medio natural.

El fuego ha truncado el esfuerzo de los vecinos de un municipio que desde hace años apostaba por la comunión con el ecosistema. En el alcornocal y zonas limítrofes, varios complejos rurales se habían convertido en destino de personas amantes del ecoturismo. Un municipio de bellos parajes con montes teñidos de verde.

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