Amarga peregrinación a casa después del incendio
Los vecinos de Lújar vuelven a sus inmuebles con tristeza tras un día desalojados
damián ruiz fájula
Viernes, 10 de julio 2015, 15:41
Cuando a partir de las tres de la tarde de ayer se permitió a los vecinos de Lújar regresar a sus domicilios, estos emprendieron algo ... más que una rutinaria vuelta a casa. Fue más bien un auténtico calvario. La carretera ascendía desde el anejo de Los Carlos monte arriba ofreciendo vistas monótonas en las que las cenizas, el matorral y alguna que otra brasa candente eran el denominador común. A cuentagotas, los vecinos desalojados del pueblo aparecieron arrastrando tras de sí alguna que otra maleta y, sobre todo, la angustia por no saber cómo encontrarían su hogar.
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A medida que la tarde avanzaba, el ruido de sus gentes fue sustituyendo al sonido de las chicharras y de las hélices de los helicópteros que aún trabajaban en el foco del incendio en la sierra de Lújar. El susto y la tensión se tornaron en suspiros de alivio conforme los vecinos fueron comprobando el buen estado de sus pertenencias, pese a que en algunos casos tan sólo les separo de las llamas una veintena de metros.
Bajo un enorme castaño ubicado frente a una iglesia, los lujeños contemplaban cómo llegaba, al filo de las 18.30 horas, un generador de electricidad que trató de poner fin al corte en el suministro al que se vio abocada la localidad cuando el fuego desató su ira el día anterior. La normalidad trata ahora de abrirse paso en Lújar aunque el golpe fue de los que cuesta encajar.
Leonie Kellaher: «Estaba asustada por si mi jardín se había quemado»
Una de las primeras personas en aparecer por Lújar una vez se permitió el acceso fue Leonie Kellaher, una jubilada inglesa que, bajo el sofocante sol de mediodía, aparcó su vehículo para acto seguido subir una empinada escalinata junto a su maleta y una botella de agua. «Cuando comenzó el incendio me dijeron que me tenía que ir, por lo que preparé una bolsa rápido y me fui», dice momentos antes de adentrarse, temerosa, en el interior de su casa, en cuyo fondo aguardaba una puerta por la que se accedía al jardín.
«¡Ufff, está todo bien! ¡Estoy muy contenta!», respira aliviada Kellaher, vecina ocasional del pueblo, al que acude periódicamente desde que lo visitara por primera vez en 1979. «Estaba asustada por si mi jardín se había quemado», chapurrea en un más que correcto español. Una a una fue comprobando las plantas de su terraza, desde la que se divisaba el horror provocado por el fuego en la ladera de enfrente, sin ser consciente, posiblemente, que, tal y como pudo comprobar este periódico, las llamas quedaron a unos escasos veinte metros de su domicilio. Afortunadamente no pasó a mayores y Leonie podrá seguir oliendo sus flores antes de volver a Londres.
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Niños de Lújar: «La mayoría de la gente se ha quedado sin trabajo aquí»
José María, Inés, Andrea, María y Jennifer son cinco de los diez niños que conforman el panorama juvenil de Lújar. Los jóvenes, de 10 a 17 años, discutían entre sí por las consecuencias del incendio. «Espero que siga la piscina, ¡para mí es lo más importante!», exclamó una. «¡Pero cómo puedes decir eso!», respondió otra, visiblemente ofendida.
«En el pueblo no se quemó nada, únicamente los cortijos de las afueras se han achicharrado», explicó José María, el mayor del grupo. «Sentí mucha impotencia y tan sólo quería llorar», recordó Jennifer el momento en el que tuvo que abandonar el pueblo al mediodía del miércoles: «Mi madre estaba cuando comenzó todo en un cortijo en el monte y tuvo que buscar una carretera secundaria para escapar, y aún así necesitó ayuda».
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«La mayoría de la gente se ha quedado sin trabajo aquí», asevera María, que pasó la noche en la playa de Cambriles. «Mucha gente se distribuyó por la Costa, aunque también los hubo que se fueron a Granada o a Almería», detalla Inés mientras caminaban hacia la piscina de la discordia. «A ver si nos podemos bañar», exclama Andrea, que pretende así continuar con la rutina veraniega de estos niños, compuesta principalmente por chapuzones, quedadas nocturnas en la plaza y algo de deporte. Todo al margen de la tragedia.
Alicia Cabrera: «Subí al pueblo por la noche para tranquilizar a vecinos»
La falta de corriente eléctrica no privó a Alicia Cabrera, propietaria de un bar en el pueblo, de atender como acostumbra a su clientela ofreciéndoles un manjar difícil de rechazar dada la situación: bebidas con cubitos de hielo. «Se han conservado algunos a pesar de llevar más de 24 horas sin electricidad pero, en cambio, he perdido todos los helados del congelador y veremos la carne», dice.
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A Alicia le pilló fuera de Lújar el comienzo del incendio. Cuando se enteró fue directa al dispositivo de Cambriles para ayudar. «Subí a las cinco de la mañana junto a una concejal para ver a los retenes y tras tardar un buen rato vimos el pueblo diez minutos y nos volvimos al bar para tranquilizar a los vecinos», recuerda. Ahora trabaja para poner a punto el bar a instancias de la luz.
Miguel Sáez: «Los operativos estuvieron muy lentos en el incendio»
Desde la plaza de la iglesia y con la mirada puesta en el enorme generador rojo que distintos operarios tratan de ubicar a lo largo de las estrechas calles de la localidad, Miguel Sáez, de 73 años, lamenta una y otra vez la, a su juicio, «tardanza» de los distintos operativos de emergencia en apagar las llamas que abrasaron el municipio.
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«A mi edad he visto apagar fuegos mucho más rápidos que este, pero no culpo a nadie», manifiesta Miguel para, acto seguido, volver a insistir: «Es que estuvieron muy lentos».
Antonia Castro: «No hemos visto nunca al pueblo arder como ahora»
Sentada a oscuras en el interior de su casa, Antonia Castro, de 74 años, hace memoria por si, a lo largo de su vida, ha vivido alguna tragedia similar en Lújar, siquiera el incendio que asoló parte del municipio en 1978. «No hemos visto nunca al pueblo arder como estos días», concluye.
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Pese a no tener que lamentar pérdidas materiales, Antonia, mientras abrazaba a su gato Rufo, reconoce sentirse muy apenada por la dispar suerte que corrieron los alcornocales. «El fuego nos ha quitado esa vista y no lo recuperaremos en la vida», resalta.
Fran González: «Los jóvenes ya hablamos para empezar a repoblar»
Fran González, de 24 años, no dudó en subir a Lújar pese a encontrarse en Motril cuando comenzó todo. «Me llamaron para ayudar a desalojar y subí para dar acceso a los bomberos a las bocas de riego», explica. Además, echó una mano trasladando a los ancianos del pueblo a la costa de Cambriles.
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«Esto es una mierda, la gente te da ánimos pero te dan ganas de llorar», se sincera el joven, que recuerda cómo por esta época gustaba de oler el romero, el tomillo y el pino con el que les obsequiaba cada día la sierra, ahora devastada. Aunque no se rinde: «A través de las redes sociales ya hablamos para reunirnos este verano y empezar a repoblar».
Lupe Sáez: «Lo bueno es que no hubo víctimas»
Lupe Sáez, vecina del pueblo, trata de ver lo sucedido por el vaso medio lleno. «Lo pasamos mal, sobre todo por la gente mayor, que aquí es mayoría, ya que de buenas a primeras nos dijeron que nos fuésemos», revive con expresividad.
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«Lo bueno, al menos, fue que no hubo víctimas y que entre todos nos ayudamos a salir, Lújar es un pueblo muy unido», recalca.
Peter Giernoth: «Vimos el fuego cerca de mi casa pero no pasó nada»
Sin camisa debido al calor y tratando de refrescarse en la sombra junto a un amigo, el también inglés Peter Giernoth regresó ayer a su residencia de Lújar tras pasar unos días en Castell de Ferro. «Al menos es positivo que la población no estuviese afectada, vimos el fuego cerca de mi casa pero no ocurrió nada», afirma. Mientras, Peter, que habla un spanglish la mar de fluido, destaca que, lo que más le preocupaba, «es poder encontrar una cerveza bien fría», dice entre carcajadas.
Andrés Pérez: «Como en casa, en ningún lado»
Puro optimismo a sus 82 años, Andrés Pérez, «la persona más mayor del pueblo», según una vecina, no para de esbozar una sonrisa mientras mira desde una ventana la devastación del entorno. «Yo no quería irme, pero una sobrina me cogió y me llevó a Cambriles», recuerda.
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A pesar de todo lo sucedido, confiesa que no le costó mucho echarse una cabezadita nada más regresar. «Como en casa es que no se está en ningún lado», exclama para luego lamentarse por todo lo perdido.
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