Clara y Cristina, en el exterior del establecimiento. FOTOS DE ALFREDO AGUILAR

El Cortijuelo de Granada aguantará otros 200 años

Salir a flote ·

Tras sobrevivir a un año catastrófico, marcado por las anulaciones de reservas y la ausencia de ingresos, el complejo rural recupera clientes y buenas sensaciones

guillermo ortega

Domingo, 25 de julio 2021, 00:26

Hay muchos núcleos poblacionales en Andalucía sobre los que, de chicos que son, se podría decir que, conforme entras, ya estás saliendo. Escóznar es uno ... de ellos. Pero no visitarlo implicaría perderse un sitio tan encantador como El Cortijuelo, de cuatro viviendas capaces de albergar a 24 personas que en su día, hace casi 200 años, fueron una típica casa de labranza de la zona y ahora conforman un conjunto consagrado al turismo rural, salvavidas económico, como todo el mundo sabe, para buena parte del interior de la provincia de Granada.

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Desde hace catorce años, El Cortijuelo está destinado al uso y disfrute de quienes aman la tranquilidad y los encantos de sentirse apartado del mundanal ruido. Allí no hay nada que perturbe la paz y ni siquiera se siente el calor. Las gruesas paredes del edificio obran el milagro de que los más de treinta grados que se sienten fuera dejen de ser tórridos en el interior.

Clara Caba Roldán, de 45 años, lleva siete al cargo de ese negocio junto a su hermana Cristina. Antes, durante otros siete años, lo habían gestionado sus padres. Pero cuando él falleció, la viuda se sintió sin ganas de continuar y ellas se conjuraron para que no se perdiese la tradición familiar. Al fin y al cabo, durante varias generaciones había pertenecido a esa saga y no vieron motivo para que cambiara de manos.

Los padres hicieron un trabajo ímprobo para acondicionar el lugar y hacerlo asequible para los visitantes aun manteniendo elementos originales como las vigas de madera, los muros y el suelo. Hicieron reformas, naturalmente, pero sólo para adaptar el complejo turístico a las necesidades de los nuevos tiempos. El mobiliario, los cuadros y otros muchos elementos llevan al visitante a una época ni mejor ni peor, sino distinta, en la que la zona vivía del cultivo del tabaco. De hecho, una de las cuatro casas de El Cortijuelo se llama Horno porque precisamente eso es lo que hubo entre esas cuatro paredes.

Hora de preparar la comida (1) | Clara, en el exterior del establecimiento. (2) | En la escalera principal (3). A.A.

Clara Caba se encontró mucho trabajo hecho cuando fijó allí su lugar de trabajo y en Íllora su residencia. Pero lo que está hay que consolidarlo, cuidarlo y mimarlo para que siga funcionando. Ha sido su lema, y el de Cristina, desde que se pusieron al frente del establecimiento.

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Con ahínco y constancia, lograron que El Cortijuelo fuera un lugar de referencia en el turismo rural de Granada. «En estos años hemos funcionado muy bien, a tope. Había mucho trabajo, ha sido increíble. No parábamos, teníamos una ocupación del cien por cien. Sobre todo en verano, salían unos clientes por la mañana y por la tarde entraban otros. No parábamos de trabajar y nos daba para vivir de forma holgada, con un sueldo al mes y beneficios a final de año», resume Clara, la mayor de las dos.

Habla en pasado porque todo eso acabó de forma abrupta en marzo de 2021. «Los ingresos pasaron a cero del tirón. Cero ingresos y los mismos gastos que antes, porque había que seguir pagando impuestos, teníamos que mantener a los tres empleados porque se necesitaban labores de mantenimiento y limpieza aunque no viniera nadie, había que venir a regar, a arreglar cosas que se estropeaban…», enumera la empresaria, que confiesa que, si hasta ese momento podía facturar 20.000 euros al año, a partir de entonces eso quedó reducido casi a cero.

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Casi, porque algo sí que se pudo trabajar. «En verano sí abrimos, tuvimos gente, pero fue muy difícil alquilar porque al haber zonas compartidas, había miedo. También nos pasaba que para la casa principal, que tiene una capacidad para diez personas, querían venir siete y lo primero que hacían era preguntar si habíamos rebajas, era una especie de regateo», explica.

Los padres de Clara hicieron un trabajo ímprobo para acondicionar el lugar y hacerlo asequible

Lo poco que llegó fue turismo nacional, porque de los extranjeros no se supo nada por aquello de que las fronteras estaban casi cerradas. Tampoco se utilizó el cortijo para bodas, bautizos, fiestas o reuniones multitudinarias de amigos. Lo único que se recibía en el teléfono del negocio eran llamadas pidiendo dos cosas: la anulación de la reserva (que en algunos casos se había contratado hasta con un año de antelación) y la devolución del dinero, «que no podíamos negar a nadie porque no era culpa suya que no pudieran venir». Así que el trabajo, por así decirlo, se limitó durante varios meses «a anular y a devolver».

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No se despidió a ninguno de los tres empleados, pero sí se pidieron ayudas. Llegaron únicamente mil euros porque las otras subvenciones a las que optaron «no nos las concedieron por unas cosas u otras». Y mientras tanto, todo era desolación. «Me sentía impotente y triste, porque hacía todo lo que podía pero no servía de nada. Este es un negocio muy querido para mí, y no sólo porque fuera mi modo de ganarme la vida, sino porque representa mucho para mi familia. Todos hemos venido siempre a El Cortijuelo, le tenemos muchísimo cariño, y me sentía responsable por no poder sacarlo adelante. Era terrible comprobar que pasaba del todo a la nada. La cosa no tiraba para adelante, a lo mejor venía un fin de semana una pareja y se hospedaba en una casa, pero eso no compensaba los gastos. De hecho, para eso era casi mejor cerrar», resume.

En verano de 2020, cuando el confinamiento dio paso a la desescalada, la situación mejoró muy ligeramente, nada como para alardear. «Reabrimos con mucho cuidado, con aforo limitado. Seis personas en vez de diez en una casa, y además pidiendo rebajas… A lo mejor podríamos haber alojado a 24, que es nuestro aforo completo, pero no queríamos arriesgarnos a un lío», añade. Y como el problema se prolongó aún más, tocó tirar de ahorros y poner dinero, porque El Cortijuelo «es una fuente de gastos continua».

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Pero siempre que llueve escampa y parece que eso se cumple en Escóznar. El complejo turístico vuelve a funcionar casi a pleno rendimiento, las reservas vuelven a solicitarse por teléfono y por correo, los antiguos clientes demuestran su fidelidad solicitando volver… «Desde que se levantó el estado de alarma, la cosa se ha reactivado», asegura.

Resiliencia

«Ahora hay muchas familias que quieren ir a una casa rural porque buscan estar solos, aislados, reencontrándose a gusto. Pero cuando este boom termine, después del verano, y empiece la temporada de invierno, no creo que tengamos todos los fines de semana completos, como hace tres años. Ojalá me equivoque, pero entiendo que lo de ir de fin de semana a un alojamiento en el campo no es una prioridad y, si a la pandemia le sigue una crisis económica duradera, no se va a permitir esto», dice la encargada.

Aun así, tiene claro que no va a tirar la toalla. «Vamos a tener que trabajar lo mismo para ganar menos y hacer juegos malabares para no perder dinero para que la gente siga a gusto, que es lo que pretendo porque la verdad es que los clientes siempre se han ido de aquí hablando maravillas».

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