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Bares y pubs se vacían a las diez de la noche sin revuelo ni aglomeraciones
Los locales del Centro cumplieron con la norma de manera estricta y los clientes se fueron marchando de forma progresiva y sin quejas
«Nada: cerrado. ¡Me cago en...». A las once de la noche, ayer, había mucho merodeo, también de los incrédulos que no daban crédito a ... que el toque de queda en la hostelería se hubiese cumplido de forma escrupulosa. «¿Dónde vamos ahora?», seguía maldiciendo el chaval junto a un amigo, aún sin rumbo. A las once y media de la noche la calle ya era un páramo y un negocio aislado vendía trozos de pizza después de consultar con la Policía. La norma se estrenaba y cogió a muchos por sorpresa. «Vamos, hay que comprar alcohol», espetaba otro joven sin saber que ninguna tienda podía despachar a partir de las diez de la noche –tampoco las que cumplieran la normativa antes de la pandemia–.
Ayer, todo se adelantó. Las cenas –pocas– a las ocho, las copas a las seis de la tarde y las borracheras a las diez. En la puerta del Suizo, unas chicas gritaban treinta minutos antes de bajar las persianas a los que recogían dentro del local porque una amiga se había «desmayado» en la puerta.
«Están cenando como los pavos pero a partir de las nueve y media no se sirve ni un vaso de agua». Así lo contaba Miguel, camarero del Mesón Alegría, en la calle Moras, en pleno Centro de Granada.
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A las nueve y cuarto la calle Ganivet estaba más que ambientada; los clientes en los pubs parecían buscar un 'after'. Justo una hora más tarde no quedaba nadie dentro de los locales. Tampoco había grandes muchedumbres fuera. Ni cánticos grupales ni la mala imagen que dio la vuelta a España hace tan solo una semana y que muchos tenían miedo de que se repitiese. «No vayáis a sacar un vídeo como el del otro día porque esa no es la realidad», pedía un joven defensor de la imagen de Granada. Ayer, no hubo salidas de tono ni actitudes 'viralizables'.
La Policía Local fue comprobando que el cierre de los locales se producía y el respeto a la medida o el miedo a la multa hizo que todo funcionara. Mesas recogidas, persianas bajadas y un grupo de jóvenes que salía de un pub haciendo la conga en dirección –parecía intuirse– a alguna casa. Una imagen de las tres de la mañana pero a las diez menos cuarto de la noche.
Los bares y restaurantes estaban más desolados que los pubs, que sí pudieron aprovechar la tarde. «Es que esto no es Suecia. No se puede cenar a las ocho de la tarde», expresó con gracia Diego, uno de los responsables de Las Titas. Daniel, propietario de Chikito, apuntó que intentaron adelantar las reservas que ya tenían pero que, con este ritmo, y con más frío, será difícil aguantar.
La incertidumbre y la pena fueron las sensaciones entre los camareros de los locales de restauración y hubo resignación entre la clientela, que se fue sin rechistar. La clave del desalojo pacífico estuvo en que a las nueve y media de la noche se dejó de servir cualquier cosa. También copas.
Y la noche fue muriendo por adelantado. La penúltima la pidieron poco antes de que dieran las diez.
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