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«Me bañaba en una gran pileta de lavar y jugaba en la calle con una carreta de madera»

«Me bañaba en una gran pileta de lavar y jugaba en la calle con una carreta de madera»

La poetisa Ángeles Mora veraneaba en su casa de Rute, donde su padre ejercía de médico, y en agosto se mudaba a Villa Aurora junto a la familia de su amiga Maricedes

ÁNGELES PEÑALVER

Martes, 21 de agosto 2018, 01:34

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La poetisa Ángeles Mora -Premio Nacional de la Crítica en Poesía y Premio Nacional de Poesía- vivió su infancia en el pueblo cordobés de Rute, donde su padre ejercía de médico. Allí, junto a su hermano, que sólo tenía un año menos que ella, pasaba eternos veranos en la casa familiar, donde la gran pileta de lavar trapos se convertía en una fresquita piscina a pocos metros de una maravillosa parra que crecía en el patio trasero de la vivienda.

«Hacía pandilla con mi hermano y mi amiga Maricedes, que siempre venía a jugar con nosotros porque era hija única. Los tres pasábamos muchas horas en casa, especialmente en el cuarto de tender la ropa. Muy cerca estaba el patio lleno de gallinas, de flores... tendríamos seis o siete años y son recuerdos maravillosos», describe la poetisa y profesora, quien además resalta una coincidencia. «Vivíamos en la calle Granada, parece que todo apuntaba a que finalmente mi destino estaría en esta capital», hace balance.

Y precisamente por esa empinada calle Granada de Rute, Ángeles Mora y sus amigos de infancia se tiraban con una carreta de madera cuesta abajo, sin temor ni miedo al dolor, sin conciencia de peligro. Ni se daban cuenta del calor cordobés de los veranos.

«Este recuerdo del carro de madera en el que nos tirábamos los niños calle abajo a la hora de la siesta lo tengo recogido en un poema titulado, precisamente, 'Veranos'. También tengo otros recuerdos de cuando éramos un poquito mayores y nos dedicábamos a leer tebeos sin parar a la hora de la siesta. Por las noches muchas veces le pedíamos dinero al abuelo de mi amiga para comprar patatas fritas, que llamábamos 'patatas de casino'. Y en efecto, las comprábamos en un casino que había enfrente de la casa de los abuelos de Maricedes. Luego abríamos la bolsa y nos sentábamos en el suelo del portal de la casa a comernos las patatas».

«En agosto, mis padres me dejaban que me marchara con mi amiga Maricedes y mi hermano a Villa Aurora, que era la casa de su abuela para el verano. Allí había un gran huerto con fruta y muchos arriates. Nos dedicábamos, junto a su primo, a hacer casitas de barro, a coger higos y ciruelas... era estupendo. Uno de los mejores momentos era cuando nos bañábamos en un arroyo, lleno de libélulas y mosquitos. Tengo la viva imagen de las libélulas, de los mosquitos y las mariposas...», describe con nostalgia.

En el campo lo pasaban genial. Los caseros del cortijo les dejaban también subirse a un burrito. «Eso nos encantaba». Por la siesta leían cuentos debajo de una gran higuera. Allí también había mucha fruta y moras de zarzas... «Era un paraíso. Por las tardes dábamos paseos con los padres de mi amiga e íbamos caminando hasta una aldea llamada Zambra, donde nos invitaban a un refresco o un helado en una tabernilla que, todavía lo recuerdo, se llamaba 'La Cordobesa'».

Otro lugar de sus veranos fue la casa de sus abuelos en Cabra. «Una casa también grande y preciosa, con patios (en el primero había una fuente en medio y otra en una esquina, con azulejos y una cabeza de león por donde salía continuamente un chorro de agua). Después estaba otro patio más grandullón con árboles: una higuera, una parra, albaricoques, duraznos...», se despide la poetisa.

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