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Vista de La Rábita desde un mirador en la antigua carretera. FOTOS: RAMÓN L. PÉREZ
Pueblos en la frontera

Donde la Alpujarra se descuelga en el mar

La Rábita y Adra ·

Hay un lugar entre las provincias de Granada y Almería donde la Alpujarra se descuelga hasta tocar el mar. Lo hace a lo largo de los casi veinte kilómetros que separan La Rábita y Adra, municipios de playa y plásticos en los que las vidas se acomodan en la actualidad a la agricultura intensiva. Como en cualquier rincón del litoral, estos pueblos han ido a más y han cambiado, aunque ninguno sea destino de aluvión para el turismo. En La Rábita huele a tranquilidad y nostalgia y en Adra, a mar y pesca

Juan Jesús Hernández

Sábado, 27 de agosto 2022, 23:47

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La Rábita, que pertenece al municipio de Albuñol, es el último pueblo de la provincia granadina antes de fundirse en la frontera de la vecina Almería. Para ser rigurosos, el último sería su pedanía de El Pozuelo, como en Adra el Lance de la Virgen, aunque estos detalles son menores. Lo que si es de peso es que son dos de los municipios de este territorio andaluz donde la frontera se levanta más visible y la identidad territorial de sus vecinos se hace fuerte entre los de un lado y otro, con Almería o Granada como referencias de vida y ocio.

La localidad granadina ha pasado por importantes etapas debido a momentos históricos, a fechas, que han marcado su trayectoria y no siempre para bien. Merece la pena cerrar los ojos para imaginarse cómo era La Rábita a mediados del siglo XIX, cuando se convirtió en uno de los puertos más importantes del litoral por el que llegaba o salían todo tipo de mercancías y productos. La actividad en la zona era intensa con caballerías y carruajes que llegaban con cargas de arroz, bacalao, cereales, maderas o carbón, y partían con vino, almendras, higos, hortalizas o castañas. Es decir, la Alpujarra importaba y exportaba por este lugar donde había muelle ni dársena, así que los lugareños se ayudaban de animales de labor como los mulos para girar los tornos que varaban los barcos a la orilla del mar gracias a parales engrasados. La actividad pesquera era la principal fuente de la economía local con una decena de barcos palangreros, siete barcas navegas, 43 para el cabotaje y otras 120 embarcaciones menores. La pesca se vendía en la misma playa y en algunos casos de allí partían veleros que llevaban género –incluso perecedero como tomates y pimientos– hasta Barcelona a través del Mediterráneo.

Lonja de Adra, donde parte de las capturas del día se preparan para la subasta. ramón l. pérez

Juan Villegas es uno de los últimos pescadores de La Rábita. En el mar desde que tenía 11 años, fue la última generación de una familia de marineros, así que recuerda por boca de su padre y su abuelo la importancia de aquel 'puerto imaginario' del que no queda ni rastro desde que primero la construcción de la carretera nacional 340 Cádiz-Barcelona canalizó el tráfico de mercancías y, después, lo hicieron también los puertos de Motril y Adra. Patrón del 'Primavera' y de 'El joven Jesús, a este hombretón que lleva tatuado un enorme timón y una todavía mayor 'rosa de los vientos', le quedan los recuerdos de noches de frío y mala mar que se llevó la vida de algunos, y la tristeza de un pueblo que perdió parte de su esencia vital con el amarre uno tras otro de sus barcos. Solo queda uno en manos de José María, que atraca en Adra aunque él es rabiteño de principio a fin. «De este barco, 'El niño', viven ocho familias y lo de vivir es decir mucho porque con los precios del combustible y los del pescado no vamos por buen camino. Hace solo dos años el litro de gasóleo subvencionado me costaba 18 céntimos y ayer lo pague a casi un euro». En el puerto de Adra nos encontraríamos después a 'El niño' en el que ondea una bandera del Granada CF.

En la actualidad la economía y la vida de la población navega por otro mar, el de los invernaderos, que se extiende por las pocas zonas de llanura pero sobre todo por las laderas y cumbres de los cerros, en lo que parece un proyecto imposible por la capacidad de convertir montañas cubiertas de tomillo y esparto, en auténticas huertas de frutas y verduras.

Puerto pesquero y deportivo de Adra. r.l. pérez

Todo empezó a partir de la trágica riada de 1973, que destrozó cuanto había y se llevó la vida de decenas de personas. Las ayudas que recibieron los vecinos por los daños sirvieron de embrión para iniciar cultivos intensivos que son una fuente de riqueza y empleo, sobre todo para los numerosos inmigrantes que forman parte ya de la normalidad social y cultural del municipio.

Uno de aquellos lugareños a los que la riada llevó casi a la ruina es Silvestre Montes, que perdió la plantación en la que había puestos sus ahorros tres años antes. Marchante durante buena parte de su vida, decidió apostar por la agricultura bajo plástico como uno de los pioneros de la Costa. Para eso tuvo que trabajar duro en una finca que transformó por completo, incluso creando en ella un paño de suelo con arena de la rambla de Albuñol, y hasta el momento las cosas van saliendo. «Este es un pueblo de buena gente que se ha adaptado muy bien a la llegada de inmigrantes y ha sido creativo para salir de la desgracia con un actividad de presente y futuro».

Plaza del Ayuntamiento en Albuñol. r.l.p.

Con la pesca en la memoria y el campo en auge, la sensación agridulce de los vecinos de La Rábita la pone el turismo, que no acaba de despegar. No es un pueblo ruidoso, ni de trasiego o de playas abarrotadas ni siquiera en los mejores momentos de agosto. Aquí se ha buscado siempre la tranquilidad de un lugar para el descanso, alejada del bullicio de las hermanas Salobreña o Almuñécar, y eso que cuando se produce el 'boom' del desarrollo turístico empieza a despuntar como destino de vacaciones y es ahí donde abre en primera línea Las Conchas, uno de los primeros hoteles del litoral granadino que se mantiene en servicio casi cincuenta años después.

La identidad como Costa Tropical está en rótulos desde la entrada al pueblo, pero lo cierto es que pocos granadinos miran hacia aquí para sus vacaciones. De eso se quejan los vecinos nativos. Cuatro de ellos echan su partida diaria de dominó bajo una sombra del paseo Marítimo. Juan Manuel –que llegó a ser concejal socialista–, Joaquín, José María y José Rivas. Este último sostiene que desde Castell de Ferro a La Rábita se ha ido hacía atrás en turismo porque no se ha invertido cuando se podía y se debía. «Teníamos cinco pensiones, un hotel, tres discotecas, varios pubes y hasta 12 bares y hoy, salvo unos pocos bares que funcionan en verano, no queda nada. En Adra no había discotecas y la gente venía aquí a divertirse».

De izda. a dcha., Joaquín, José María, José Rivas y Juan Manuel. r.l.p.

Nicolás Ayala, que regenta una librería donde también se vende la prensa, es mucho más crítico y cree que no se da al pueblo el sitio que merece: «Ojalá hubiésemos sido el primer pueblo de Almería porque para lo que nos sirve pertenecer a Granada... La Rábita ya no es lo que era; no se nos cuida en nuestra tierra y parece que estamos en el culo del mundo, cuando la realidad es que estamos a una hora de tres aeropuertos, de cinco puertos, de dos capitales y del paraíso de la Alpujarra».

No parece que depender de Albuñol haya sido un problema para que encuentre su sitio en el turismo granadino. En esta localidad al abrigo de la Contraviesa sus vecinos no se ponen de acuerdo. Para algunos como Víctor, aunque 'capital' de La Rábita, el gobierno que preside María José Sánchez, que llegó a enfrentarse contra su padre por la alcaldía, ha conseguido que rabiteños y albuñoleros hagan del todo 'vidas separadas'. Jesús, propietario de una tienda de muebles, se queja de la falta de vida. «El último edificio se construyó aquí hace 18 años y tenemos las plusvalías más caras que en Torremolinos».

Viajar a Adra por la antigua carretera nacional es una experiencia que permite sortear acantilados y moverse junto al rompeolas en algunos tramos. El mar casi en calma de una calurosa jornada, está presente en todo momento y, ya en la ciudad, también el perfume salado y la humedad que te riega por completo. Adra son palabras mayores. Aquí huele a mar, huele a pesca, huele a ovillos de redes que se preparan junto a decenas de barcos en un puerto, parte de él deportivo con lujosas embarcaciones de recreo, que discurre a lo largo del paseo marítimo.

La lonja de Adra

Es media tarde y es hora de mostrar las capturas en la lonja. Mariscos, salmonetes, calamares, y diferentes especies de pescado azul como la caballa, jurel, sardina o boquerón, unas de la estrellas en aguas abderitanas, que van a ser subastados al mejor postor. Andrés Casa sigue en silencio el proceso. Es patrón del 'Roca Grosa', con cinco tripulantes y uno más en el puerto. Se echo a la mar con 18 años y ha tenido dieciocho barcos. También los ha construido en Adra y en Carboneras. Aunque se muestra esperanzado con el futuro de la pesca «si se cuida», alerta sobre el problema de los costes de combustible y del precio del genero. «Ahora vendemos el pescado al mismo precio o más barato que hace 40 años y se lo puedo demostrar, sin embargo pagar los 700 u 800 euros de gasoil que necesita un barco por jornada es una locura. El pescador pone el trabajo y la vida y los intermediarios se llevan los beneficios».

Cuando el sol se apaga, la ciudad, que cuenta en la actualidad con cerca de 26.000 habitantes, se 'enciende' poco a poco en busca de algo de fresco y sus calles se ambientan. Los hay que se encaminan a la playa y los que buscan el tapeo o las compras en las largas avenidas que transcurren paralelas al paseo marítimo, como la kilométrica Natalio Rivas, eje comercial y de servicios que las modas urbanísticas han transformado a peor. Las viviendas 63, 42 o 23 son las que han sobrevivido y mantienen con su aire señorial o tradicional el legado de lo que un día debió ser un centro urbano de bella arquitectura, como la plaza del Mar que acoge el Ayuntamiento. Por fortuna la picota ha respetado edificios como la casa del Marqués de Villacañas o la popular Plaza Vieja.

Manuel Criado López, encofrador durante 23 años y en la actualidad empleado en un almacén agrícola, ve el vaso medio lleno en una ciudad con futuro por la agricultura, aunque en el turismo hace pie sin saber a qué puede deberse. Ni Manuel ni el pensionista Antonio Jiménez se explican que en Adra no haya una mínima oferta hotelera, ni siquiera pensiones, que lastra cualquier posibilidad de crecer en un sector para el que tienen potencial por sus trece kilómetros de playas y los muchos atractivos de la ciudad más antigua de Almería y la cuarta más antigua de España, vigilada por la perfecta Torre de los Perdigones y el imponente faro de 26 metros de altura, construido en el siglo XIX encima de un pequeño promontorio. Ya decíamos que esta ciudad son palabras mayores.

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