«Un alcalde me dijo: 'Miguel, qué ganicas tengo de que el Albaicín deje de ser de la Unesco'»
Miguel Carrascosa | Expresidente del Centro Unesco en Andalucía ·
«Si los gaditanos y malagueños tuvieran en sus manos este conjunto monumental sería más hermoso de lo que es»Quico Chirino
Granada
Domingo, 23 de mayo 2021, 00:48
La madre de Miguel Carrascosa era una campesina de Pitres que guardaba cabras y segaba trigo. El médico de la Alpujarra recomendó a su abuela ... que llevase a la niña a «tomar las aguas» para evitar un problema de bocio. Encarnación se echó las manos a los bolsillos y respondió: «No tenemos 'menesteres'». El doctor buscó un cortijo entre Motril y Torrenueva y allí marcharon a caballo para estar cerca del mar durante quince días y compensar la falta de yodo. Pero, a veces, la historia la escriben los menesterosos. Apareció un zagal que sembraba habichuelas y boniatos en la vega y que se manejaba con los números y las letras gracias a las lecciones que le dio el farmacéutico del pueblo. El chaval quería enrolarse en la guerra de África, como tres de sus once hermanos, y hasta escribió al ministro para marchar voluntario. La misiva cayó en manos de un médico militar que era pariente lejano y, en lugar de enviarlo a la guerra, lo mandó a la Academia Isidoriana de Granada, donde estudió magisterio para volver luego a Pitres al encuentro de su novia campesina. Miguel nació accidentalmente en Torreperogil en 1928, donde su padre ejercía de maestro, pero echó los dientes en Órgiva. No olvida sus orígenes humildes y, al mayor de sus siete nietos –un ingeniero que trabaja en la construcción de torres eólicas a nivel internacional– le repite que mantenga los pies en la tierra; la misma que labraba su bisabuela campesina: «Por mucho prestigio que alcances, querido David, cualquiera puede servirte. Un simple peón. ¿Qué hace una empresa sin los trabajadores de base?».
Miguel Carrascosa se hizo maestro nacional y acabó como director en el colegio público Gómez Moreno del Albaicín. Le gustaba tanto el barrio que pidió quedarse a vivir en la portería. Fue asesor de Federico Mayor Zaragoza en el Ministerio de Educación (1981–1982) y presidió desde su creación en 1994 y hasta 2012 el Centro Unesco de Andalucía. Es uno de los mayores conocedores del Albaicín, al que ha dedicado cuatro libros, y vive junto a San Miguel Bajo, en el Carmen de los Tahalíes; palabra del árabe hispánico que alude al estuche donde se guardaban las armas. «Otro concepto es guardar lo que más agrada; un beso, un abrazo o una perla como consecuencia de una conducta honrada», apunta.
Este «zagal de 93 años» –como se refiere a sí mismo– sube las escaleras del carmen con esforzada soltura. Su esposa le ha dejado alguna anotación en la barandilla para que recuerde apagar la luz. Ríe cómplice. Desde la terraza se ve la Sierra, todavía canosa de nieve. Y Miguel empieza a recitar de memoria: «¡Qué bonita está la Sierra / con el sol de la mañana, / con la cima coronada por la nieve, / con sus riscos relucientes por la escarcha. / ¡Qué bonita está la Sierra! / ¡Ay! Con el sol de la mañana». Y sigue el poema, como si la vida que se vuelve centenaria no fuese más que un romance. «¿Cuántas poesías te sabes de memoria». «Mi mujer me regaña para que no se las diga más. ¡Cuánto me gusta que me habléis de tú!», sonríe. Miguel quiere charlar del Albaicín. Da igual la pretensión del reportero y lo que pregunte. Recurrentemente se extraña del interés de la entrevista e interpela al periodista: «¿Qué más?».
–En esta casa está toda una vida...
–Antes vivimos en la plaza de San Nicolás. Fui director del colegio, quedó vacante la casa de la portera y le dije al alcalde que quería vivir en el Albaicín, en la portería. «¡Anda y márchate de aquí!». La arreglaron y allí estuvimos casi treinta años. Empezaba a las nueve y a las once de la noche aún estaba trabajando en la alfabetización de aquellas criaturas. Peleamos para que se hiciera la biblioteca pública, que hoy tiene casi 40.000 volúmenes.
–Pero en esta casa habrá muchos recuerdos...
–[Interrumpe]. En primer lugar, yo tendría interés en hacer un resumen de lo que entiendo por el Albaicín. No es un barrio cualquiera, no es simplemente un barrio de Granada, es el origen indubitable de la ciudad. La gente debe saber que no es un barrio de origen musulmán, parcialmente sí. Pero antes de que se construyera la Alhambra, en ese mismo sitio existía una iglesia cristiana [saca sus cuatro tomos sobre el Albaicín y empieza a leer el índice]. Cuando fueron expulsados los moriscos, se incorporaron antiguos militares, juristas, abogados, artesanos, clérigos... y todo este grupo de personas selectas iniciaron una recuperación, el arreglo de calles, empedrados...
–¿Cuándo se ha hecho mayor destrozo en el Albaicín?
–Cuando Federico García Lorca recorrió las calles hizo una descripción tremebunda: prostitutas deambulando mostrando sus encantos a arrieros y caminantes, niños descalzos y desnudos... ¡Qué panorama! La gente habla del Albaicín de antes. No, el Albaicín de antes se recuperó a partir de mediados del siglo XX. El XIX fue abandono y así siguió en el XX hasta mediados de los cincuenta. En 1990 se aprobó el plan de rehabilitación y reforma interior, que se ha desarrollado parcialmente, ni muchísimo menos lo que el plan exigía. Trabajamos profundamente en la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 1994. La gente creía que la adopción por la Unesco era la solución del problema y no era así, ni muchísimo menos. Los vecinos, e incluso las instituciones, no tienen idea de lo que es realmente el Albaicín. Una vez que se inscribe en la lista del Patrimonio, según la convención de la Unesco de 1972, artículo 5, apartado 'd', el Estado, la comunidad y el Ayuntamiento tienen la obligación de incluir en sus presupuestos unas cantidades para la conservación, proyección y difusión. Y esto no se ha hecho. Al final de una reunión, me llamó aparte el alcalde, no quiero decir su nombre para no herir susceptibilidades, y me dijo: «Miguel, qué ganicas tengo de que el Albaicín deje de ser de la Unesco». ¡La primera autoridad! [exclama]. Conmovedor. Si yo lo hubiera publicado en aquel tiempo...
–¿Cómo era ese Albaicín primero que conoció?
–Había un índice de analfabetismo muy elevado. Cuando me incorporé como director al colegio Gómez Moreno me dije que tenía que poner alma, corazón y vida. En conexión con la inspección de Educación monté una campaña de alfabetización para jóvenes a partir de 15 años. Nos ayudó un diputado, lamento no recordar el nombre, que era catedrático de Ciencia, y que un 29 de septiembre llegó a la portería del colegio a felicitarme por el día de mi santo y para decirme que el Servicio Nacional de Lectura iba a crear la biblioteca. ¿Qué más quiere que le cuente?
–¿Cómo se vivía?
–Había mucho paro y mucha hambre [pronuncia lento]. Creé un comedor escolar exclusivo para los alumnos de familias pobres. Tenía una asistenta social que visitaba las casas para conocer la realidad de las familias. En una habitación había siete personas para dormir, comer… Hacíamos todo lo posible para colocarlos en algún servicio, en la limpieza de las calles, y facilitarles una vivienda moderna. No sé, ¿qué más?
–Por ejemplo, ¿el turismo ha beneficiado al Albaicín? Hay quien dice que se ha podido convertir en un parque temático.
–No creo que se haya llegado a esa situación. El contacto del turista con el barrio es relativamente breve. No ha habido masificación. Sí hay cierto problema de inseguridad. Una de las cosas que he pedido es la permanencia de una tenencia de alcaldía en el barrio, porque no es un barrio de Granada, sino del mundo. Algunas personas van al Ayuntamiento, dicen que vienen del Albaicín y el funcionario les responde: «¡Un barrio más de Graná!». ¡No! [grita].
«Pedí al alcalde una reunión con concejales de todos los colores para mentalizarlos sobre lo que es el barrio»
–¿Cuál es la mayor asignatura pendiente?
–Las autoridades tienen que mentalizarse. Estas publicaciones, que no las conocen siquiera [señala sus cuatro tomos], que las lean y sepan el tesoro que tienen. Si los gaditanos y malagueños tuvieran en sus manos este conjunto monumental sería más hermoso de lo que es. También se necesita la presencia de la Policía, una patrulla de barrio permanente, cuatro o cinco agentes aquí todo el día. Y, ¿qué más?
–Pues, ¿qué ha fallado en la conservación?
–La falta de contacto de la corporación con la dirección general de la Unesco. En casos extremos como era este, cuando hay una pobreza en la comunidad, la Unesco ayuda a proteger con la aportación de dinero si se hubiera solicitado a su tiempo… A la actual corporación le pido que se informe, que se mentalice de lo que es el Albaicín.
–¿Muchos responsables ni conocen la historia del barrio?
–Si no conocen la historia del Albaicín no le pueden tener aprecio. ¿Cuántas veces hemos dicho que haya un concejal especializado en temas del Albaicín? También se decía que el Patronato de la Alhambra prestaría una ayuda, porque el Albaicín es el primer monumento histórico que se conserva, todas las monarquías musulmanas tenían aquí sus sedes antes de trasladarse a la Alhambra. Sería una solución extraordinaria.
–Ahora se van a invertir 20 millones de los remanentes.
–Eso tendría que mantenerse con un concierto para que siempre haya unas cantidades. Se han destruido muchísimas casas moriscas. Es verdad que se han restaurado alrededor de 500, pero por iniciativa privada la mayoría.
«Falta un teniente alcalde del barrio, una Policía Local y recuperar la Fundación Albaicín»
–Hay granadinos que suben muy poco en su vida al barrio, apenas cuando reciben una visita de fuera.
–Había que restaurar la Fundación Albaicín, dedicar un teniente alcalde con residencia en el barrio, la Policía Local cinco o seis agentes que controlen el vandalismo... Hubo Policía Nacional y hasta cuartel de la Guardia civil. Y, sobre todo, la mentalización e información de toda la corporación. Pedí al alcalde una reunión con todos los concejales de todos los colores, estar con ellos un rato, para hacerle esta mentalización.
–¿Al actual?
–A este y al anterior. Eso no puede ser.
–¿El Albaicín ha sido su castillo?
–[Empieza a responder en versos]. «¿Y qué más, mi viejo barrio, mantienes como reliquia de tu histórico pasado? / El arrabal del Zenete, la placeta de la Almona, la Alberzana, Fajalauza y los restos de la Lona. / También la cruz de la Rauda, el mirador del Albaicín, la placeta de la Albayda, / eso está mejor ahora, / y la cuesta del Chapiz. / La plaza de San Miguel, / que llaman por nombre el bajo, / bello rincón granadino dotado de gracia y garbo. / Ventana abierta a Granada por el Carril de la Lona, / orientada hacia la vega, / un mar de casas sin olas, / la cuesta de la Alhacaba / que sube hasta Plaza Larga, / entre requiebros y cantes / de gitanos y de danzas. [...] Amurallada ciudad, de reyes y de sultanes. / Sus bellas flores se lanzan hacia un cielo limpio y claro, / reflejando su silueta en el espejo del Darro. / ¡Ay, barrio del Albaicín! / Entre el dolor y el quebranto, / están llorando las fuentes, / con el arrayán y el nardo, / porque morirán sus rosas si no sabemos salvarlos». Esto lo recité en presencia del alcalde Gabriel Díaz Berbel, que hizo bastantes cositas por el Albaicín.
«Si estás muy preparado pon tu preparación al servicio de la gente pero no olvides que cualquiera te puede dar una gran lección»
–¿No le tentó entrar en política?
–A mí me han invitado muchas veces a formar parte [de listas]. No he estado vinculado a ningún partido. En la predemocracia estuve con Federico Mayor, que capitaneaba UCD, que fue una conjunción de personas centristas. Yo decía que era de 'centro centro'. No centro derecha o centro izquierda. Un partido que coja lo bueno de cada uno y haga una convivencia remansada. Cuando me llamó, él era rector de la Universidad y yo tenía 39 años. Mi vida estaba con los campesinos, con los trabajadores… Vivía en la portería del colegio y estaba consagrado a la mejora de la juventud. Hacíamos mucha sosas. Algunas veces recibía advertencias pero tenía un primo hermano que era policía y me salvó de muchísimas cosas. Quedamos en el pantano de Cubillas. Le dije: «A pesar de su doctorado y preparación, la actividad en que nos vamos a meter ahora es complicada». Vinimos al Albaicín a dar un primer mitin. Yo conocía a todos los del Partido Comunista y vi que se pusieron en las esquinas y en el centro, de forma que parecía que estaba todo lleno de comunistas. Gritaron: «¡Don Federico, menos cuentos y al grano!».
–En cambio, fue su asesor en el ministerio.
–No quise afiliarme. Tengo amigos comunistas, socialistas, falangistas… Hay que ser sencillos. Estás muy preparado, pues pon tu preparación al servicio de la gente pero no olvides que cualquiera te puede dar una gran lección. Un día tuvimos una reunión para estudiar los problemas de Granada y estaban todos los partidos. El que estaba sentado a mi lado, que era comunista, hizo una relación bien hecha y extraordinariamente detallada. Yo dije: «Opino igual que este hombre». El que tenía sentado al otro lado me recriminó: «Eres un comunista malo». No quiero decir su nombre. «¡Dime en qué no estás de acuerdo!» [enérgico]. Si ha dicho que Granada necesita cinco grupos escolares más, no lo podemos negar. «¡Ay Carrascosa, qué tremendo eres!». ¿Esto a qué ha venido?
–¿Quizás aquella política inicial era más generosa?
–Fue interesante. Suárez, que era de derecha, permitió legalizar el PC. Me alegré enormemente. En la familia de mi mujer había un comerciante y un maestro de escuela que eran socialistas y, sin juicio previo, en Órgiva, los trajeron a Granada a las tapias del cementerio y ¡pom, pom! En la mía, tenía en Cádiar un pariente que era sastre y muy religioso. Todas las tardes rezaba el rosario. En el 36 abrieron un hoyo, metieron a mi pariente y pasó la caballería por encima. El gesto de olvidar fue un acierto. Después se ha distanciado la cosa otra vez [suspira].
«Veo gente inteligente o que presume de serlo y no se pone de acuerdo en lo que es de interés común»
–A sus 93 años, ¿esperaba vivir algo como esta pandemia?
–Para mí tiene aspectos positivos y negativos. Los aspectos negativos me han sido facilitados por el doctor Federico Velázquez de Castro, presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental. Se han talado grandes extensiones de bosques y se han sembrado cereales para transformarlos en gasolina. Los animales que residían en la Amazonia, mosquitos, murciélagos, se han desplazado a otros campos más agresivos para ellos. El comercio ilegal de animales vivos procedentes de otros países que permanecen enjaulados antes de ser vendidos. Las aglomeraciones humanas. Las emisiones de metano. La cantidad de humo que se lanza al espacio. En el futuro, la naturaleza puede ser nuestra gran protectora o la que termine con nosotros si le damos la espalda.
–¿Y qué le ve de positivo?
–La importancia de lo pequeño, la relevancia que han adquirido los trabajadores de base. Un día comía con Federico Mayor Zaragoza, que era ministro de Educación, y le dije: «Ministro, mírate los zapatos. ¿Quién ha curtido su piel? ¿Quién es el zapatero artesano que lo ha acomodado a tu pie? Estos tomates, ¿tú has participado en la producción? ¿Y el pan? ¿Quién se acuerda de los labradores y los peones del campo? ¿De los pescadores que ponen constantemente en peligro su vida?». La pandemia nos ha permitido reconocer la importancia de lo básico.
–El confinamiento nos ha dejado pensar.
–El silencio nos sirve para mejorar nuestras conductas. Eso ha sido realmente positivo.
–¿Ha seguido la actualidad? ¿Le cansan los encontronazos de los políticos?
–Veo, inexplicablemente, gente inteligente, o que presume de serlo, y no se pone de acuerdo en lo que es de interés común. Si vemos que en un barrio no hay escuelas, el comunista y el de derecha tienen que ponerse de acuerdo. En temas de interés común hay que aparcar las ideologías. Al comunista y al de derecha les interesa que haya una buena escuela, que llegue el agua al pueblo…
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