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María José y su perro Duque viven entre cajas a la espera de la rúbrica definitiva para la reforma de Santa Adela.
«No tenemos nada, nos puede echar la Policía cuando quiera»

«No tenemos nada, nos puede echar la Policía cuando quiera»

Los vecinos de Santa Adela aguardan con sus enseres empaquetados a que la Junta dé el visto bueno a un documento y comience la rehabilitación

Javier Morales

Domingo, 13 de noviembre 2016, 01:39

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Han quedado en tierra de nadie. Los vecinos de Santa Adela viven a medio camino entre unas viviendas desangeladas que debían abandonar en octubre y los pisos de alquiler en los que serán realojados hasta que les entreguen su nuevo hogar. Esperan una rúbrica: la que permita la demolición de sus inmuebles de toda la vida y la construcción de un nuevo edificio. Un trámite que se demora desde que hace un año las administraciones y todos los grupos políticos de la capital se dieran la mano en un acuerdo para la rehabilitación del vecindario.

La pelota está en el tejado de la Junta de Andalucía. La delegada de Fomento y Vivienda, Mariela Fernández-Bermejo, se muestra confiada en que el interventor general de la Junta de Andalucía dé su visto bueno «lo antes posible» a un documento del Ayuntamiento relacionado con la declaración responsable. Llegó a Sevilla el pasado miércoles.

Cuando esto ocurra, el asunto se tratará en Consejo de Gobierno, y será entonces cuando el alcalde de Granada y el consejero de Fomento puedan estampar una firma sobre el convenio para iniciar las obras. «Estamos a punto, es un tema meramente administrativo, cuestiones de Hacienda y fiabilidad de las intervenciones», asegura Fernández-Bermejo, al tiempo que se muestra confiada en que todo se solucione el próximo martes.

Recelosos tras las demoras y sin dinero para afrontar la mudanza, son muchos los vecinos que todavía no se han atrevido a instalarse en viviendas provisionales. El Ayuntamiento adelantó el alquiler, pero no podrá hacer frente a más pagos. El propio alcalde, Paco Cuenca, afirmó que esta medida, que contó con el visto bueno de todos los grupos, permitiría «trasladar tranquilidad a estas familias durante los próximos tres meses, pasados los cuales estaríamos otra vez en situación de intranquilidad». Ante las dudas, se aferran a sus casas, pese a que la humedad y el frío ya son incipientes en salones y dormitorios. El invierno que ya asoma anima al desaliento: «No hay esperanza ninguna».

«No tenemos nada, de aquí nos puede echar la Policía cuando ellos quieran». Amalia es una de las residentes que todavía no se han mudado a un piso para el que el Ayuntamiento ha ofrecido una ayuda de 333 euros. Con un carrito de la compra y mucha paciencia, traslada sus enseres desde su piso hasta el alquilado. Pero sigue durmiendo en Santa Adela: «En los pisos que están vacíos han robado hasta las ventanas». Tras las expropiaciones, las puertas de algunas viviendas aparecen tapiadas con ladrillo. Interruptores de la luz, marcos de aluminio, contadores. Todo está a medio desvalijar.

Hace mes y medio, la casa 'original' de Amalia, fotografiada en este periódico, parecía un almacén lleno de cajas. Ayer, en su sala de estar seguían muchas de ellas, ahora desembaladas para sacar ropa de abrigo. La mayor parte de los vecinos que habitan estas viviendas protegidas son de su perfil: mayores de 60 años y con pocos recursos. Hijos, algunos de ellos, de quienes poblaron este barrio construido tras el terremoto de 1956 con «una calidad precaria» y «graves problemas estructurales», como reza un informe de la rehabilitación de 2005.

«No sé por qué nos han engañado de esta manera», dice ella, «en octubre nos dijeron que teníamos que estar fuera de nuestras viviendas». Las expropiaciones para demoler 76 viviendas y construir encima un edificio con 128 domicilios arrancaron en junio, pero el proyecto sigue sin cerrarse.

«Si antes del consejo de gobierno que celebra la Junta el próximo martes se ve que falta algún documento de nuevo tendrían que ver qué papel es y no podría entrar para la firma en este consejo. Habría que esperar una semana más», lamenta Carmen Ariza, portavoz de la plataforma vecinal.

El núcleo de María José y su perro Duque es uno de los 57 involucrados en la tercera fase de Santa Adela: «Ya sólo viven tres personas en el edificio, porque los que tienen coches han podido mudarse». «A mi hija, con tres niños pequeños, le salen las ratas por el váter», relata Pepi, otra granadina. En un corrillo, una decena de vecinos debate sobre el tema: «Si no hacen nada nos plantamos en Sevilla».

Fuera del laberinto burocrático, la vida en el barrio sigue, y lo único seguro es que el año agota sus últimas semanas y por Santa Adela no se ha dejado caer ninguna grúa.

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