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Francisca y Francisco abren la puerta de su domicilio.
Los bendecidos por Santa Adela

Los bendecidos por Santa Adela

Apenas cien metros separan físicamente a Francisca y a Loli. Literalmente. Pero en el sentido metafórico, entre ellas media un mundo

CRISTINA GONZÁLEZ

Viernes, 11 de marzo 2016, 00:48

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Francisca y Loli viven en Santa Adela, en el populoso barrio de el Zaidín. Una zona de viviendas que si por algo se ha hecho famosa es por la beligerancia de sus vecinos para reivindicar un hogar digno. Al fin y al cabo un derecho recogido por la Constitución Española. Ya lo han conseguido en dos fases. Y en esas siguen. Por eso entre Francisca y Loli sigue mediando un mundo. La primera lleva ya seis años viviendo en el flamante bloque que se construyó en la llamada segunda fase, tras demolerse 184 casas.

Ahora Loli y su familia se preparan para emprender ese mismo camino: empaquetar su vida, ver su casa caer bajo la piqueta y vivir de alquiler hasta que llegue el esperado día de poder cruzar el dintel de la casa de sus sueños. Ésta ya sin humedades ni sorpresas de un inmueble con más de medio siglo a sus espaldas como el que les cobija ahora a duras penas. Esta misma semana el Ministerio de Fomento, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento firmaban un convenio pionero para esa esperada tercera fase que permitirá echar abajo 156 infraviviendas de Santa Adela y levantar un edificio con 128 nuevas, con un presupuesto cofinanciado de 12,33 millones de euros. Francisca se alegra por sus vecinos. Loli está «muy contenta», como una niña con zapatos nuevos. Estas son sus historias.

«Nos hará mucha ilusión poder empezar en un nuevo hogar moderno y con balcón»

La casa de Loli Perea tiene los días contados. Y lo que para cualquier persona debería ser un drama, para ella y el resto de su familia no sólo es un alivio, es como si les hubiera tocado la lotería. Llevan años esperando que su vivienda de Santa Adela, ese núcleo de más de 50 años en condiciones poco habitables, se reconvierta con ayuda de las administraciones en hogares de verdad. Y parece que por fin ha llegado el momento.

Aunque han sido años de luchas, reivindicaciones y de reuniones con políticos, ella nunca perdió la esperanza. «Estaba confianza en que sí se iba a hacer», confiesa. «La primera vez que lo escuché fue cuando se hicieron las otras, que se comentó que a continuación iban éstas. Se quedó luego parado y así ha estado cinco años, parado», explica.

En su casa actualmente viven su marido, Francisco Moreno, y sus hijos Yolanda y Juan Manuel, pero han llegado a convivir hasta ocho personas en una vivienda de habitaciones diminutas, todas ellas, con un balcón reconvertido en cocina y un baño al que se accede desde una puerta corredera tipo mampara junto a la puerta de acceso a la calle.

Lo peor, lo cuentan ellos mismos, son las humedades, contras las que han intentado luchar pero que les han ganado la batalla. «Estamos con alergias y medicación por culpa de las humedades», relata Loli, especialmente sus hijos, a lo que añade que ella enfermó de reuma por el mismo motivo. Amén de la ropa que ha ido directa de los armarios a la basura. Buena culpa la tiene que su vivienda es un bajo; en el nuevo edificio vivirán en un primero: «será una novedad coger el ascensor», se ríe.

Aún sabiendo que el destino era que el inmueble acabara hecho añicos, hace tres años decidieron meterse en obras (antes cambiaron las ventanas). Suerte que su marido es albañil y ahorraron en mano de obra. Pusieron paredes de doble tabique para quitar humedad, porque de los bajantes prefiere ni hablar: «¡vaya si salen regalitos y los muebles destrozados!»

Loli lleva 26 años en esa casa del Santa Adela, que era de su padre, y sabe que se le escapará alguna lagrimilla cuando las máquinas arramblen con todo pero «hace mucha ilusión empezar en un nuevo hogar y con claridad, que aquí estamos todo el día con la luz encendida». Hasta se puede imaginar el momento de meter la llave, abrir la puerta y encontrarse una casa «moderna y con balcón». En su caso, calcula que tendrán que aportar unos 7.000 euros.

Antes de que llegue ese momento, se alojarán temporalmente en un piso de alquiler costeado por el Ayuntamiento mientras duren las obras. «Nos da pena dejar la casa porque son muchos años; mi hermana nació aquí» se emociona, aunque no niega que, a todas luces y nunca mejor dicho, «el cambio va a ser para mejor».

«¡Por Dios, qué diferencia! No hay punto de comparación!»

Francisca Fernández y Francisco Escobedo. Paca y Paco, bromeamos. Son un matrimonio encantador, afable y acogedor. Nos reciben en el salón de su casa. Están viendo la televisión que para eso es la hora de la sobremesa. Y tienen la persiana de salón bajada, porque entra un solazo de justicia. Primera pregunta. ¿En qué cambió su vida con respecto a la anterior casa, la que derribaron? «¡Por Dios, qué diferencia! No hay punto de comparación!», comenta Francisca. Salta a la vista que es un inmueble con unas calidades innegables. «Aquí estoy más contenta; mucho mejor en todo», dice mirando a su alrededor con cara de satisfacción.

Tiene dos dormitorios, un baño, un salón amplio, una cocina coqueta, calefacción por gas natural y una terraza. Más metros que la anterior. Y cómo lo agradecen. «El balcón es hermoso, con mucho sol. La primera vez que entramos por la puerta hace seis años nos encantó. Se veía la iglesia, se veía todo», relata. Entonces y ahora. Cuenta cómo se sienta en el salón y ve el restaurante giratorio y el Parque de las Ciencias. Unas estampas privilegiadas.

«La otra era muy 'bonica' también, lo que pasa es que era más vieja. La nuestra es que daba a las dos calles y tenía dos balcones», recuerda. Pero hay algo con lo que no puede competir: el ascensor, ese gran invento. Durante 17 años vivió en Santa Adela en un tercero al que tenía que acceder por escaleras. «Ahora no podría y sentiría la falta», confiesa.

Actualmente reside en un quinto piso. Pese a que las casas que se derribaron, en el mismo suelo donde se levantó el nuevo edificio, eran muy antiguas asegura que no sufrió grandes contratiempos. Lo más, que casi antes del derribo hicieron un cuarto de baño nuevo que caló a la vecina de abajo y ya se habían quitado hasta el seguro. Su madre era la titular y, según explica, siempre hizo obras para tenerla lo más confortable posible. Francisca se trasladó a cuidarla y es por eso que sus hermanos, copropietarios a partes iguales de la actual, acordaron que sea ella la que viva en la nueva vivienda. Tan sólo tuvieron que abonar 4.000 euros entre los cuatro hermanos.

El único momento que recuerda con mayor desasosiego fue el traslado a la vivienda de alquiler mientras se construía la nueva. Al final se prolongó tres años. «Embalamos una pila de paquetes y luego tuvimos que tirar muchos muebles que aquí ya no cabían porque además había armarios empotrados y los nuestros ya no valían».

Ahora echan la mirada atrás y la conclusión sale al unísono: «Una buena experiencia, gracias a Dios». Nos enseñan la casa con el mismo cariño con el que nos reciben; un hogar que rezuma mimo por los cuatro costados. «Mira que armario empotrado más estupendo», llama la atención; «la verdad es que está todo muy bien construido», concluye.

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