«La jueza me trató bien pero a mí no me salía la voz del cuerpo»
El penalista granadino Rafael López, que sentó en el banquillo al arzobispo, reconoce que los nervios son buenos para un abogado
Manuel Pedreira
Domingo, 20 de diciembre 2015, 01:42
A Rafael López Guarnido (Granada, 1969) le hubiese gustado contar en esta página su primer gol en el Bernabéu o su primer chicharro al Barça ... en el viejo Los Cármenes pero las rodillas le obligaron a colgar las botas antes de tiempo y le abrieron la puerta de los juzgados para ejercer como abogado penalista, donde se ha hecho un sitio entre los más brillantes y consolidados del competitivo planeta judicial granadino.
Hijo de un inspector de Educación y de una catedrática de instituto, repartió su infancia entre Granada, Tenerife y Madrid, un periplo que le arrebató el acento granadino pero que en su última estación le permitió desarrollar su pasión. Tras un breve paso por las canteras del Español (entonces, con ñ) y del Real Madrid, recaló en el Recreativo de Granada, donde protagonizó una anécdota sabrosa. En un partidillo de entrenamiento con el primer equipo, lesionó sin querer a Lalo Maradona, que desgraciadamente para los rojiblancos solo compartía peinado con su ilustre hermano.
El extremo derecho que soñaba con emular a Míchel y Juanito compatibilizaba las clases en la Facultad de Derecho con los entrenamiento hasta que un día decidió abandonar sus sueños de fútbol y se centró en los libros. «Sobrevaloré mis capacidades y empecé simultaneando las carreras de Informática en la Universidad de Granada y Derecho a distancia, pero a los tres meses dejé la primera y me centré en las leyes, aunque después me matriculé en Empresariales y me faltó muy poco para sacar la diplomatura», relata.
Tras licenciarse con un buen expediente barajó opositar a juez pero finalmente se inclinó por Inspección de Hacienda, unas oposiciones que le 'robaron' tres años de vida. «Me arrepiento de aquello pero ya no hay vuelta atrás», confiesa. Con la desilusión a cuestas pero sólo 25 años en el pasaporte decidió darle un pequeño giro a su vida y se marchó a Brighton (Inglaterra) a trabajar como camarero en un hotel.
El turno de oficio
La experiencia duró un año y a su vuelta encontró acomodo en un despacho colectivo, donde empezó a forjarse como abogado. «Asumí muchos turnos de oficio, me harté de ir a juicios y de hacer guardias y aquello fue mi verdadera escuela», relata.
La primera vez que se puso la toga fue en un juicio de faltas en el Juzgado de Instrucción número 7, en la Caleta. Una pelea entre vecinos que terminó con denuncias cruzadas y el clásico «nos veremos ante el juez». «Aquel juicio de faltas fue para mi como un crimen nacional», apunta el letrado, que invirtió horas y horas de estudio en un asunto en apariencia simple. «Investigué yo mismo lo sucedido, fui al lugar de los hechos, busqué testigos, asistí a juicios toda la semana... y la vista oral fue un desastre», rememora. «La jueza me trató muy bien pero a mi no me salía la voz del cuerpo. Tartamudeaba, balbuceaba, sudaba... pero al final salió bien», asegura.
La carrera de López Guarnido desde entonces, si no ha sido meteórica se le parece mucho. Su primer caso mediático fue el de un médico forense que fue condenado por un delito continuado de abusos sexuales cometidos sobre sus pacientes. Luego llegó el caso del Arzobispo de Granada, denunciado por el canónigo de la Catedral y que terminó con una inédita condena en primera instancia para el prelado por coacciones e injurias.
«Los nervios de la primera vez no se van nunca lo que pasa es que ahora los controlas. Creo que quien no los sienta antes de un juicio o una declaración no es un buen abogado», sentencia.
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