La otra mirada: Solvencia, tablas, el pasado y la apuesta social
Los candidatos, analizados en el detalle durante su exposición
Manuel Pedreira
Domingo, 13 de diciembre 2015, 21:03
Carlos Rojas
Carlos Rojas ejerce como portavoz del grupo popular en el Parlamento de Andalucía desde hace tres años. Ha cumplido tres lustros como miembro ... electo de esa Cámara y entre medias fue alcalde de Motril y candidato de su partido en sucesivos comicios locales en la capital costera. En pocas palabras, es un orador experto, curtido en batallas de todo tipo y al que resulta muy difícil poner nervioso o sacar de sus casillas.
El debate organizado por IDEAL no fue una excepción en esa solvente trayectoria delante de un micrófono y con las cámaras delante. Suya fue la primera intervención y, más de dos horas después, la última. El candidato popular es consciente de sus virtudes como orador y las explota a conciencia. Sabe que su tono de voz no dista mucho de la de un locutor de RNE y reviste de aplomo y seguridad cada una de sus intervenciones.
Vestido con un traje azul oscuro y corbata en tonos parecidos, en la primera parte del debate se dirigió siempre al moderador y con frecuencia juntaba las manos formando un rombo, alargando sus discursos iniciales más allá de lo previsto, razón por la que después tuvo que comprimir algunos de sus mensajes. Alternó propuestas con críticas y defendió con datos sus afirmaciones, en especial las referidas a las inversiones del Gobierno central en la provincia en materia de infraestructuras.
Los reproches los dividió entre el PSOE y Ciudadanos aunque los cruces más agrios en un debate de guante blanco los mantuvo con el candidato de la formación naranja, consciente de que el próximo domingo el partido de Albert Rivera puede robarle miles de votos que hasta hace un año apuntaban a populares.
Cuando Luis Salvador censuró que el PP ha incumplido su promesa de revisar la forma de elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial para otorgar más independencia a la justicia, Rojas aprovechó para recordarle su pasado como senador socialista y puso a prueba el temple del candidato de Ciudadanos, que salió como pudo del atolladero.
En el segundo bloque del debate, el candidato popular alternó más las miradas a la cámara y al moderador y consiguió seguir indemne de las andanadas que, como representante del partido en el Gobierno central, podía esperarse.
Elvirá Ramón
Elvira Ramón eligió para el debate una chaqueta rojo pasión y, consciente de que su partido y su candidato a la Moncloa están en el punto de mira desde el inicio de la campaña, trató de ponerle pasión a sus intervenciones y ofrecer una imagen de experiencia y seguridad ante los nuevos partidos y su tradicional adversario popular.
Ramón fue de menos a más. Pertrechada de una voluminosa carpeta llena de papeles en su atril, en sus primera intervenciones le costó centrar el tono de voz y evitar alguna inflexión que podía sugerir titubeo pero que no tardó en desaparecer. Al igual que Carlos Rojas, en la primera parte se dirigió al moderador en cada turno de palabra, costumbre que matizó con el paso de los minutos y que sustituyó por miradas fijas a la cámara en el bloque final.
Su primer intercambio directo de golpes lo mantuvo con la candidata de Podemos, Ana Terrón, una pugna que coincidió en el tiempo con la que sostenían Luis Salvador y Carlos Rojas, hasta el punto de que parecían dos debates ajenos el uno del otro dentro del mismo.
Elvira Ramón aspira a renovar el escaño que obtuvo hace cuatro años y demostró sus tablas para atacar al candidato del PP por el flanco del empleo, cuestionando los últimos datos del paro en la provincia y la interpretación que de ellos se hace desde el Gobierno.
La candidata socialista conoce perfectamente que la sangría de votos que los sondeos le pronostican a su partido puede ir a parar a cualquiera de los otros tres partidos y, según avanzaba el debate, se aplicó a desmontar los argumentos de sus adversarios con desigual acierto. En la parte final, centrada en el empleo y la economía, Elvira Ramón echó el resto y atinó en un discurso que equilibró críticas a los demás candidatos, en especial al del PP, con propuestas para el caso que Pedro Sánchez revierta los sondeos y llegue a la Moncloa, una circunstancia sobre la que no albergó ninguna duda.
Tiró de argumentario en muchas fases del debate pero también improvisó cuando se vio atacada, como cuando Carlos Rojas rescató el discurso de la herencia de Zapatero o Salvador habló de bajar los impuestos. El atril le ayudó a calmar los nervios iniciales y su voz e incluso el lenguaje no verbal se fueron asentando según transcurrieron los minutos y se alargaron sus intervenciones.
Luis Salvador
Luis Salvador fue el último en llegar al teatro de CajaGranada y el último en cumplir con los trámites habituales de micro y maquillaje, unos entresijos que el candidato de Ciudadanos conoce a la perfección por su larga trayectoria en tertulias televisivas de ámbito nacional.
No tomó notas durante el debate y se ayudó de un iPad para revisar sus apuntes y también para apoyar sus argumentos, mostrándolo a la cámara para justificar con pruebas lo que en ese momento explicaba, un gesto repetido después por Carlos Rojas.
Su mirada se repartió en dos mitades casi exactas. En la primera parte del debate no dejó de mirar fijamente a la cámara. Llegó incluso a interpelar por su nombre a alguno de sus adversarios sin apartar la vista del objetivo. También en los pasajes en los que no tenía el uso de la palabra mantenía fijos los ojos en la cámara, una pose excesivamente rígida que cambió radicalmente en la segunda parte del debate, en la que siempre sin excepción se dirigió al moderador en cada intervención.
Salvador aprovechó que lleva dos campañas electorales en apenas medio año y exhibió un amplio conocimiento de los temas, tanto nacionales como locales. No tardó en poner encima de la mesa la polémica abierta por la imputación de Isabel Nieto y trató de llevar la porfía dialéctica a ese terreno. Vestido con un traje similar al de Carlos Rojas, centró la mayor parte de sus diatribas en el candidato popular e ignoró en largas fases del debate a las otras dos adversarias.
Salvador estaba preparado para el momento en que saliera a relucir su pasado como senador socialista y decidió cerrar esa vía de ataque con una defensa orgullosa de esa etapa de su carrera política. Llegó incluso a desglosar su actividad y sus logros como senador en un ejercicio que acabó rechinando un tanto por excesivo. Después de lanzar duros reproches a Rojas por los casos de corrupción del PP y la tibieza de su respuesta, formuló sus propuestas más concretas al hablar de economía y empleo, al igual que los otros candidatos, a quienes trató con naturalidad y cierta distancia.
Con el viento de los sondeos soplando en sus velas, el número 1 de Ciudadanos al Congreso por Granada insistió en apelar al voto de la ilusión y en presentar a Albert Rivera como el aspirante más querido por los ciudadanos.
Ana Terrón
Ana Terrón fue, sin ningún género de dudas, la más obediente con los turnos de palabra preestablecidos por la organización del debate. Si en cada turno disponía de un minuto para intervenir, hablaba durante 58 segundos. Si el moderador le concedía un turno de réplica de medio minuto, respondía a la alusión en 31. En el cómputo global del encuentro fue la que menos minutos empleó, aunque la brecha con sus compañeros se fue cerrando al final del debate.
Ese respeto a las instrucciones resulta estimable para el buen curso del debate pero no está muy claro si beneficia al orador disciplinado, que acaba perdiendo mordiente en el intercambio del golpes. Las réplicas y contrarréplicas más encendidas las mantuvo Ana Terrón con Elvira Ramón, conscientes ambas candidatas de que se disputan un electorado potencial muy parecido.
Ana Terrón fue la primera en colocar su material de apoyo en el atril, una libreta tamaño cuartilla con una agenda en la que tomó notas de manera incesante, sobre todo al rincipio del debate, con un bolígrafo rojo. Tuteó desde el principio a sus contrincantes y se fue soltando los nervios con el paso de los minutos aunque le faltó frescura para salirse de vez en cuando del corsé de un discurso bien preparado pero algo plano.
A sus 32 años, esta trabajadora del Ayuntamiento de Granada, admitió desde el principio que sus intervenciones eran más cortas porque se estaba «reservando», aunque después no llegó a soltarse la melena, algo comprensible ante candidatos más bregados en estos trances. Con todo, no rehuyó el intercambio directo de opiniones, en especial con la candidata socialista.
Defendió el programa de su partido en materia social, siempre con propuestas concretas y sin necesidad de que el moderador le llamase la atención por un exceso en el uso de la palabra. Se libró de ser interrumpida por este motivo, algo que sí le ocurrió numerosas veces a sus adversarios.
La número uno de la lista al Congreso por Podemos se centró en desglosar las alternativas que su partido ofrece a los votantes y, al igual que Ciudadanos, trató de invocar también a la ilusión para que el próximo domingo las urnas le devuelvan una sonrisa.
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