«Estar frente a una persona sin techo te pone en tu justa medida»
Enrique Gámez | De lo más alto de la cultura a ayudar a los sin techo
ÁNGELES PEÑALVER
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 00:49
Enrique Gámez, alto y delgado, con aires quijotescos, pasea sus 53 años con calma por las calles de la Alhambra. El hombre que tengo delante ... dejó la dirección del Festival Internacional de Música y Danza hace tres años y cerró una etapa de una década en la que se codeaba con el maestro Barenboim y con la pianista Maria Joao Pires. Hoy vive a caballo entre su empleo en el monumento nazarí -en lo alto de la capital- y la oenegé Calor y Café, enclavada en la zona Norte, cerca del polígono. Allí, Enrique, aquel chaval que estudió Clásicas y se especializó en Griego Antiguo, ayuda a personas sin techo, en muchos casos con problemas de salud mental y drogadicción.
Gámez se mueve entre el glamour del arte y los rasguños de la pobreza con las garras afiladas por la sensibilidad. Lo mismo habla de Juana de Arco o de una sinfonía de Malher que te cuenta que en 18 años ha ido más de 25 veces a la India, a Anantapur. Cuando cerró su ciclo mediático, se refugió allí para meditar. Le entusiasma contar la intervención de la oenegé Vicente Ferrer en la zona. Y espeta que su asociación, Sathya Sai, «está al servicio de las personas a través de la educación».
«Con ellos he desarrollado muchos cometidos, hasta la dirección de la organización en España. Somos diferentes a una ONG clásica. En Anantapur esas dos grandes organizaciones hacen una labor enorme. Han llevado agua a seis millones de personas. ¡Seis millones de personas! Y han creado viviendas y proporcionado terrenos a, especialmente, mujeres viudas, madres solteras o discapacitadas, que son las más relegadas».
Cuando llevaba la batuta de uno de los festivales más importantes de Europa se emocionaba en ocasiones, «sobre todo en los ensayos generales». Ahora ha cambiado el sobrecogimiento estético por la felicidad que proporciona ayudar a los demás, especialmente a gente en situaciones durísimas, como los sintecho. «Eso te talla, te pule, te conforma y te hace más humilde y agradecido. Es devolver a la vida todo lo que me ha dado. No somos mejores que los demás por hacer una labor social. Es una cuestión de mejorar nuestra actitud como seres humanos, otros lo pueden hacer en otro sentido», reflexiona.
La voz dulce y grave de Enrique Gámez articula un discurso sereno. De pronto recuerda aquella conversación con una estrella de la música clásica o de la danza mundial. «El arte no es lo que pasa en esa hora y media sobre el escenario, es el proceso y la ejecución. Eso son muchos meses antes».
A este hombre amante del «yoga mental» se le quedó en el tintero programar a Maurizio Pollini o 'La Clemencia de Tito', de Mozart... Sin embargo no echa de menos nada de entonces. «Sólo estoy agradecido. Al Festival le digo felicidades -por cómo va ahora- y gracias. Pero hoy soy más feliz. Cuanto más tiempo pasa, más siento que aquella etapa fue un privilegio, pero gracias a poder dedicarle más tiempo a las asociaciones Sathya Sai y Calor y Café tengo una mejor relación con todo y conmigo mismo», sentencia.
Las charlas con Enrique pueden ser eternas. Da vueltas sobre la idea de la simplicidad y la sinceridad con la que ha conseguido vivir su vida. «Es como el árbol de Navidad, tiene que haber un buen árbol para que funcione, da igual los oropeles y los adornos dorados, si no hay buen árbol, el resto es una falsedad», describe.
La unión de Gámez con la India va más allá: practica Hatha Yoga y medita con frecuencia. «Bueno soy bastante vago y luego fumo -ahora lleva un mes sin encender un pitillo- y me siento culpable. Son las contradicciones, aunque cada vez hay menos», confiesa. A lo que sí está enganchado desde hace tres años es al cometido de Calor y Café. «Me siento tan confortable frente a Barenboim como frente a una persona sin techo. Los seres humanos están antes que su cargo y que su nombre. Esto es lo más sanador y te fija los pies en la Tierra. Te pone en tu justa medida», se despide amabilísimo.
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