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Un hombre maduro que dice estar sin recursos y con familia pide dinero en la Gran Vía ante el escaparate de un banco que ofrece sus productos.
Maneras de pedir

Maneras de pedir

La polémica ordenanza de la convivencia solo se aplica para controlar las manifestaciones artísticas pero no se multa por practicar la mendicidad

Javier F. Barrera

Miércoles, 1 de julio 2015, 01:45

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Un cupón, una ramita de romero, una melodía, un posado, un aparcamiento, un poema en el Paseo de Los Tristes, una limosna cual pellizco del alma, una sonrisa, un simple gracias. Toda esta variada mercancía se vende en las esquinas y calles más concurridas de Granada. Pero no son tiendas. Las ofrecen a pie de calle. En el Realejo o en la calle San Antón. A lo largo de toda la Gran Vía o en la calle San Juan de Dios. Los vendedores son voluntarios de ONGs o gitanas del Sacromonte, gaiteros gallegos y violinistas rusos, pedigüeños sin hogar y con grietas en el corazón o desheredados que buscan el refugio de su bolsillo en las entradas de cada iglesia. Su forma de trabajo es su forma de vida. Son todas las distintas maneras de pedir que también son todas las distintas formas de sobrevivir.

Del Covirán a La Hormiga. Es decir, del supermercado de la calle Molinos que hace esquina con el Campo del Príncipe al mítico bar ya clausurado con nombre de insecto. En el tranquillo, acuclillada, una oronda señora ataviada con túnicas coloridas pero ajadas delata su origen africano. Por las mañanas gasta una orilla de la calle Molinos y cambia por la tarde a la acera de enfrente para evitar los rigores del verano que ya se cuela por los rincones. Pide limosna con un cartel en el que se puede leer una tragedia familiar. Junto a ella, impasible, un carrito de la compra en el que algunos caritativos vecinos dejan paquetes de comida.

Ella, al paso de los clientes de las diversas tiendas que jalonan la calle más comercial del Realejo, se muestra siempre ensimismada y apenas masculla un extraño «por favor» cuando extiende la mano para reclamar su dádiva. O para agradecer la comida que engulle su carrito. Ella es uno de los muchos ejemplos de mendigos, limosneros o pedigüeños que salpican las mejores esquinas, calles y plazas del centro de la ciudad de Granada. Malos nombres para la lírica de esta crisis, donde lo 'políticamente correcto' recomienda utilizar la acción verbal de pedir en lugar del propio sustantivo. Es decir, «una mujer que pide» y no una «pedigüeña». «Una mujer que se prostituye» y no «una prostituta».

Desde los servicios sociales municipales explican que «se pretende que estas situaciones sean transitorias hasta que se resuelva el conflicto y la persona implicada pueda encontrar un empleo y mejorar sus condiciones de vida». Por tanto, «si bien eres alto o bajo, algo que no se puede cambiar; no eres un mendigo sino que practicas la mendicidad». Y, de igual forma, «eres médico o profesor, pero no eres una prostituta sino que ejerces la prostitución». Según esta forma de comprender la sociedad y a las personas que la forman, «se empieza así a cambiar la visión que se tiene de estas personas, lo que ya es positivo para empezar».

En Puerta Real

Puerta Real, centro neurálgico donde se cruzan los granadinos cada dos por tres, es también el epicentro de estas maneras de pedir. En la iglesia de San Antón una mujer de edad indescifrable está sentada en el pórtico de la entrada con su mano extendida. Puede estar en esa posición horas, como si fuera una de las 'estatuas' vivientes que también sembradas por doquier piden dinero a cambio de su arte, de su puesta en escena.

De vuelta al pórtico de la iglesia de San Antón, la composición binaria muestra a esta mujer y su cartón con el reclamo. En este caso dice que «tiene cinco hijos que alimentar». Por la edad bien pudieran ser nietos. En cualquier caso, nada mejor que preguntar.

-Buenos días. ¿De dónde es usted?

-Soy de 'rumanilla', responde mientras muestra una boca sin dientes y una sonrisa pícara.

-¿Y cómo se llaman sus cinco hijos?

-Jajajajajajajajajajajajajajaja, es la respuesta sonora y sin complejos de esta mujer avejentada que pide sin complejos y sin máscaras.

Cruz Roja ha sacado ya a la venta su cupón para el Sorteo del Oro, que se celebra en verano. Junto a la iglesia, en la boca de la calle San Antón, un voluntario ataviado con la clásica camiseta con la Cruz Roja en el pecho ha plantado su mesita plegable y va y viene mostrando la ristra de cupones para ver si alguien compra la suerte envuelta esta vez en papel de solidaridad.

«No hay manera de vender cupones», reconoce el joven voluntario. «Me hace muchísima gracia esto que dicen que se ha acabado la crisis. Si la pudiéramos medir respecto a las ventas de los cupones, te diría que queda crisis para rato. La gente no tiene ni para gastar en las loterías», concluye, sabio, con el conocimiento que proporciona el día a día en la calle y con la gente, termómetro saludable de la enfermedad de esta sociedad mutante.

Pequeñas obras de arte

Los de Cruz Roja no son los únicos que patean la calle en busca del compromiso del granadino. Esta semana han copado la esquina de Gran Vía al menos los voluntarios de la Asociación contra el Cáncer y los de Médicos Mundi, dos asociaciones de indudables fines sociales, que se combinan con un reguero de mendigos apostados contra los muros de los bancos y de los muros de los edificios anexos a la Catedral. Los carteles que muestran para reclamar las monedas dicen de todo. Los hay que señalan una deficiencia física, como la pérdida de un ojo o simplemente, la enfermedad. Las cargas familiares ganan por goleada y el hambre y la falta de trabajo son argumentos que se repiten en todos ellos.

Llama la atención que siempre están rotulados en sucios y rotos trozos de cartón y, hay que decirlo, son educados y siempre se agradece el gesto solicitado. Según se callejea hacia la Romanilla o San Juan de Dios empiezan a aparecer las 'estatuas' vivientes. Pequeñas obras de arte muy plásticas que confieren un aire bohemio y lúdico a los rincones históricos. Los turistas gustan fotografiarse con estos personajes a cambio de unas monedas. En este caso, al igual que en el de los músicos, todos confirman que han solicitado la pertinente autorización en el Ayuntamiento, de acuerdo con la ordenanza de la convivencia, y que los agentes de la Policía Local les solicitan este documento de control. Lo atestigua Chus, un gaitero apostado junto a la Puerta del Perdón de la Catedral. «En esta ciudad es sencillo. Solicitas el permiso y te guardas la copia. Y la 'Poli' te deja en paz».

-¿Te ha pedido la solicitud la Policía Local?

-Sí, sí. Acaban de venir. Pero fíjate que se me ha olvidado y me han dicho que la traiga por la tarde sin falta. ¿Ves? Son de lo más majo.

El recorrido por las calles del centro de Granada muestra toda la diversidad. Entre 'estatuas' vivientes y la gente que pide dinero se cuelan las gitanas que con sus ramitas de romero encandilan a los guiris para leerles la buena ventura y sacarles el futuro y los cuartos. También está el guitarrista frente al Palacio Arzobispal y el que le pega al xilófono que se mata.

La diversidad es amplia y la especialización, también. Si en el centro pululan los que ejercen la mendicidad en la zona de la Plaza de Toros y los hospitales desaparecen los artistas y aparecen los gorrillas, un 'clásico' de la zona. Queda la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes, donde los mimos, los payasos, los músicos presentan su talento. Un joven cambia poemas por la voluntad. La vida sobrevive.

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