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«Me llamo Pepe y soy alcohólico»

«Me llamo Pepe y soy alcohólico»

La edad media de la primera ingesta en Granada se sitúa en los 16 años y medio, una edad a la que está prohibido el consumo

Antonio Sánchez

Jueves, 26 de febrero 2015, 00:19

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«Me llamo Pepe y soy alcohólico. La primera borrachera la cogí a los siete años y estuve cuatro días en coma. Creo que a los 18 años dejé de crecer mentalmente. Hice una carrera, me casé y tuve tres niños, pero no me había enterado. Se me habían bloqueado las emociones. No sabía dar abrazos, ver la luna, el sol. Solo me importaba pararme en los bares que encontraba cuando salía a la calle. Ahora todo es diferente». El relato de Pepe es uno más de los que habitualmente se pueden escuchar en cualquier reunión de Alcohólicos Anónimos. En la plaza de los Naranjos de Albolote espera un grupo de personas para arrancar uno de estos encuentros. A los pocos minutos se sientan en torno a una mesa. Los rostros son serios, aunque dejan entrever cierta satisfacción, ya que ninguno de ellos probó el alcohol en las últimas 24 horas.

En la provincia no se conoce el dato exacto de alcohólicos, según el servicio provincial drogodependencias, que asegura que solo se pueden cifrar las personas que están en tratamiento. En Granada son casi 2.000 las que se encuentran registradas en los centros provinciales. Tres de cada cuatro son hombres (1.540). Solo una de cada cuatro son mujeres (413).

De las muertes que se produjeron en 2013 por culpa de alguna droga, el 45% de los fallecidos había consumido alcohol en los días previos a la defunción. Carlos la esquivó en varias ocasiones. Él era alcalde de su pueblo y antes fue juez de paz. Pensaba que el alcoholismo era algo que solo afectaba a quienes duermen en un cajero, pero una noche se cayó varias veces camino de casa. Llegó con la cara ensangrentada y la nariz rota. Ese día se dio cuenta de que tenía un problema. «No me emborrachaba todos los días por mi cargo, pero cuando bebía no podía parar. El alcohol me dominaba. Una noche destrocé mi coche por los cuatro lados y por la mañana no sabía lo que había pasado. El alcohol te anula, te mata lentamente. Yo lo descubrí a los 59 años», cuenta Carlos.

Serafín probó varios tratamientos antes de dejar el alcohol. Acudió a varios especialistas y se sometió a varias terapias. Ninguna le dio resultado. En Granada, algo más de 1.000 personas han tomado algún fármaco en el último año para dejar el alcohol. Serafín sostiene que hay que pisar fondo y vivir una experiencia propia que permita a la persona asumir que tiene un problema y dejar el alcohol. «Una mañana salí de casa y no volví en toda la noche. A las seis de la madrugada del día siguiente la Guardia Civil me detuvo porque estaba conduciendo con una tasa de alcohol por encima de lo permitido. Cuando regresé a casa mi mujer y mi hijo me dijeron que habían estado buscando mi sangre en las vías del tren. Eso me llegó adentro y supe que tenía que ponerle remedio a la situación», relata Serafín.

La edad media del primer consumo de alcohol en la provincia de Granada se sitúa en los 16 años y medio, una edad a la que está prohibido el consumo. Celedonio empezó a beber antes. Pasó «30 años de sufrimiento» hasta que en 2003 dejó de consumir. «Un día llegué a mi casa y me habían cambiado la cerradura. En mi familia no contaban conmigo porque me encontraba bajo los efectos del alcohol. Cada día necesitaba menos para emborracharme. Hasta que me enseñaron que tenía una enfermedad. Mi vida ha cambiado y ahora solo pienso en las próximas 24 horas», explica Celedonio.

El Centro de Drogodependencias de la Diputación de Granada reconoce que es complicado tratar esta adicción, que habitualmente se encuentra enmascarada por el consumo paralelo de otras drogas. En otros casos, la tolerancia del organismo es tan alta que la ingesta de alcohol es desmesurada desde primera hora de cualquier día. Manuel narra entre sollozos que él «bebía fuerte todos los días, hasta el punto de incluso de levantarme por las noches a beber». Supo que tenía un problema el día que su mujer se marchó de casa y lo dejó solo. Tuvieron que pasar varios meses desde aquel instante para que Manuel dejara la bebida. Cuando lo hizo su mujer volvió a casa, sus hijos estrecharon la relación con él y «a los 72 años recuperé mi vida».

Para salir de la enfermedad del alcoholismo la familia juega un papel muy importante. Son los seres más cercanos los que, por su afinidad sentimental con el bebedor, tienen la capacidad de hacerlo cambiar. Paco relata que comenzó a asistir a reuniones porque iba a perder a su mujer, sus cuatro hijos y sus seis nietos. «Llevo 18 meses siendo una persona distinta. Antes no tenía dignidad porque pasaba todo el día bebiendo. Cuando era alcohólico me levantaba y me iba a bar. Ahora cuando amanezco a las seis de la mañana y me pongo a leer. Luego le hago el café a mi mujer antes de que se vaya a trabajar y le doy un beso», explica emocionado Paco.

Elena es la mujer de un alcohólico. Pertenece al grupo Al-Anon -destinado a familiares-, pero se suma a esta reunión. Admite que cuando se asiste a los grupos de ayuda se descubre que son los familiares del bebedor los que tienen que replantearse la vida. «Tenemos que centrarnos en nosotros mismos y nuestra serenidad. Yo hice lo que todos, tirar la bebida, chillar, esconder las botellas, regañarles. Y no sirvió de nada. Está en la voluntad del enfermo curarse y dejar de beber», explica Elena. «Hay que comprender que el alcohólico es un enfermo, no un vicioso y esto no puede descomponer la vida de quienes le rodean», analiza.

Todos coinciden en que vivir bajo los efectos del alcohol significa estar en manos de una sustancia que no te deja «ser libre y te mata lentamente». Si se está en este punto el siguiente paso es admitir la derrota, «manifestarse impotente ante el alcohol, aunque duela». Puede ser el comienzo de una nueva vida. Una difícil decisión que abre la puerta a otro mundo.

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