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La cafetería de la laguna

La calle principal de la laguna era inevitable, una ciudad recta, construida 500 años atrás por los españoles y que en algún momento había sido la capital de la isla con aire orgulloso...

Aranzazu Almira Picazo

Lunes, 5 de enero 2015, 01:54

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La calle principal de la laguna era inevitable, una ciudad recta, construida 500 años atrás por los españoles y que en algún momento había sido la capital de la isla con aire orgulloso y abolengo unas casas pegadas a otras, casas terreras. Ventanas en forma de guillotina literal, pintadas de verde y la humedad recorriendo hasta los tejados, llenos de moho los adoquines de las carreteras, la universidad, los jóvenes que llenaban en septiembre la ciudad y las librerías y el aire de misterio que daba esta zona siempre nublada, siempre con chirimiri, un frío que era humedad, plana hasta aburrir y como en un mapa las familias pudientes fuera en casas terreras con jardines y perros y en el centro menos casas pero cerradas a  cal y cantado.

Yo salía como todas las mañanas en busca de el libro que había dejado a medias en el escalón de la librería Lemus por que no tenía dinero para comprar eso ni para comprar nada. Para una charla con alguien y quitarme ese pellizco por un rato de soledad que se apoderaba cada vez mas de mi y que temía me tragara un día , pero esa mañana no hubo suerte y para como sin poder evitarlo pegar mi nariz a la cafetería más chic de esa ciudad donde hasta el momento no había podido entrar, quedarme un rato oliendo el café, la leche, las conversaciones inacabadas como esperando a alguien, que así era efectivamente, solo que ese alguien no llegaba nunca, con las tripas vacías.

En mi imaginación alguien me saludaba y me plantaba dos besos y me invitaba a entrar y yo decía oh no hoy invito yo El vaho de mi reparación ensuciaba el cristal y ya no podía ver nada más. El olor, solo el olor, me lo llevaba hasta mi próxima parada el autor al que leería durante dos o tres horas escondida en una escalera. Y que como buen ruso sería tan melancólico como mi estado de animo y así yo pensaría, sentiría, otros más grandes, mejores que llegaron lejos y se sentían tan solos y desvalidos como yo. Y eso me consolaba por un rato, mientras mis tripas no me dieran mucho ruido. miraba los lazos de los libros envueltos como cajas de bombones ... todo era comida para mi.

No dije casi nunca tengo hambre, mi experiencia era la siguiente ¿hambre en este siglo? Tus padres con formación? Eso es una mentira y ahí acababa mi discurso Simplemente yo no existía en ningún parámetro normal eso quedaba en secreto entre mis tripas y yo

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