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ÁNGELES PEÑALVER
Martes, 26 de marzo 2013, 12:57
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El hermano Ignacio de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios murió este lunes. A los 94 años, era el último limosnero oficial de Granada. Se dedicaba a pedir comida por fábricas, cortijos, tiendas y grandes almacenes que se dejaban rascar el bolsillo o la despensa en pro de los necesitados. Así lo hizo hasta una semana antes de fallecer «por problemas respiratorios». «Era pilluelo, de gran carácter y entregadísimo a la causa. Sencillo, abierto, comunicativo, respetuoso con todos, colaborador con los compañeros y trato exquisito en todos los niveles sociales, en los altos y en los bajos. Rudo y testarudo, siempre anduvo buscando el beneficio de los más pobres». «No le gustaba figurar, rehuía de la popularidad. En el comedor no servía alimentos de cara al público, aunque los hubiera conseguido con sus sarmentosas manos, sino que prefería ponerse a fregar platos», narra Pilar Herrera, jefa de voluntariado de San Juan de Dios.
El hermano Nacho, pues así se le conocía, fue un ser semejante a fray Leopoldo, ya que como él pasó gran parte de su vida de limosnero por las calles de Granada. No solo pidió sin vergüenza en la ciudad de la Alhambra, sino que fue pedigüeño oficial en otros puntos del planeta si su empresa lo requirió, como en Caracas, capital de Venezuela, donde la orden tiene hospital, o en Sevilla.
Precisamente desde la ciudad de la Giralda llegó el hermano Nacho en 1975, aunque realmente su vida religiosa empezó allá por 1949 en Madrid, en el centro San Juan de Dios de Ciempozuelos, dedicado a la atención psiquiátrica integral. «Allí fue responsable de la intendencia: cuidar gallinas, vacas, cerdos a los que después mataba para dar de comer a los enfermos. Ejerció de sereno y vigilante nocturno en las largas noches en blanco de la enfermedad mental. También se encargaba de hacer la comida cuando faltaba de todo y había que ir a la plaza a hacer juegos malabares con no más de 15 pesetas», describe Pilar Herrera.
«A ver ci me dan argo»
El suyo era un acento de Cádiz, donde nació. Según trabajadores de la entidad en Granada, era típico verlo salir por la portería con la cartera debajo del brazo muy bien agarrada y con la cabeza bien alta, dispuesto a sablear a cualquiera que se le cruzara por el camino, pero sobre todo a recoger las limosnas de aquellos que mensualmente se prestaban a colaborar. «Te decía: Chiquillo voy a ver ci me dan argo pa los pobres», rememora afectada la jefa de voluntariado.
Lo más sorprendente, a pesar de su avanzadísima edad, es que cuando llegaba después de su jornada limosnera se preocupaba de que no le faltara agua a las plantas ni alpiste a los canarios. Se ha ido como él decía con la parienta, porque así llamaba a la muerte.
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