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YOLANDA VEIGA
Domingo, 26 de junio 2011, 02:12
El tiempo será relativo, pero más o menos lo empleamos así: de doce meses que tiene el año, tres y medio los pasamos durmiendo, cuatro trabajando, solo uno de vacaciones... ¡y dos viendo la tele! España tiene cifras de récord: 3 horas y 54 minutos de consumo televisivo por persona y día, cuando la media mundial apenas pasa de 3 horas (mes y medio al año). La pasión por el fútbol, el interés por la información y el gusto por las series y los chascarrillos nos atrapan en el sofá.
Y a los que no tienen que trabajar, mucho más. Los mayores de 64 años forman el colectivo que más tiempo permanece frente a la pantalla, a razón de cinco horas y media, tiempo suficiente para meterse una película sin anuncios de las que emiten en la pública, un par de telediarios y hasta el programa de cocina y el comienzo del concurso de la tarde. A medida que la edad desciende, también el consumo, y los niños y adolescentes no ven la tele más de dos horas y media, lo justo para merendar y remolonear un rato antes de ponerse con los deberes.
En todo caso, es mucho tiempo. O más que antes. A comienzos de los años 90, con tres cadenas en el mando en lugar de treinta (la implantación de la TDT, el año pasado, multiplicó el número de canales en abierto), el consumo televisivo rondaba las tres horas generosas, casi una menos que ahora. El periodista Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión, ve dos motivos: «Es un gran medio de compañía y tenemos una oferta mejor que antes». Y un tercero para explicar el notable arreón de consumo en el año en curso (240 minutos en mayo, diez minutos más que en el mismo periodo del año anterior): la crisis. Con menos dinero para gastar fuera de casa, la tele ha sustituido a otras formas de ocio porque es gratis. Prueba de ello, el dato de enero de 2010, cuando se fijó el nuevo techo de consumo televisivo en España: 261 minutos, casi cuatro horas y media.
¿Es sano tirarse toda la tarde viendo la tele?
La pregunta no es tanto si es sano o no, sino si es necesario, dice Fermín Bouza, catedrático de Sociología (Opinión Pública) de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.
Su teoría es que, con todo lo modernos que son los plasmas y la última tecnología en alta definición y 3D, la televisión no representa más que la vuelta a los orígenes, a la vida de los pueblos: «Necesitamos compañía y no la tenemos porque el de al lado no es un compañero, es un competidor. Hace un tiempo la gente decía: vámonos del pueblo que todo el mundo sabe de todos, la gente huía del cotilleo» y ahora concluye Bouza corremos a refugiarnos en el chisme, como «mirones solitarios». «Anhelamos esa vida en comunidad de antes y la tele es un sucedáneo. Esta función la cumplen especialmente bien los programas del corazón. A Belén Esteban la conocemos todos, somos vecindonas de Belén, sabemos de sus novios, de su hija... Estamos dentro de un sistema de afectos. Y no solo es cosa de las marujonas, es de todos».
Belén y todos los que salen por la tele no se han convertido en nuestros amigos, pero sí en nuestros conocidos. «Cuando yo presentaba el telediario recibí una carta de un chico de Valencia que me contaba que su madre había salido de una operación y que lo primero que hizo al despertar fue preguntar por sus tres hijos y por mí. Su hijo me pidió que le enviara una carta y al final estuvimos carteándonos un tiempo, se llamaba María y aseguraba que yo le hacía compañía», cuenta en un ejemplo muy gráfico Campo Vidal.
¿Pero no dice la teoría que la televisión nació (en España en 1956) para informar, formar y entretener? Pues no, también para hacer compañía. Y para más: «Tenemos más problemas de los que podemos gestionar, estamos en una sociedad con un trabajo descomunal y mal pagado, nos falta tiempo libre y no nos relacionamos», alerta Bouza. La solución, en el botón del mando. «La televisión ofrece consuelo, te permite salir de la realidad. Muestra vidas terribles y de mucha violencia en las películas, lo que en cierto modo reconforta. La televisión nos transmite la idea de que hay cosas mucho peores que las nuestras, y eso tranquiliza».
O sea, que la denostada tele resulta que ahora es la panacea.
No. Porque también te lleva a huir de la realidad. Antes la gente se movilizaba, se asociaba, denunciaba esto y lo otro en los sindicatos. Hoy hay algunas manifestaciones, lo estamos viendo ahora mismo, salen a protestar, pero no tienen nada que ver con los movimientos sociales de antes. La sociedad es individualista y solitaria por motivos, en gran parte, económicos y políticos. La insatisfacción te arrastra, te hace engancharte a la pantalla cuando antes te llevaba a asociarte en un sindicato, por ejemplo.
Pues el fútbol parece el antídoto contra la insatisfacción.
Con el fútbol la gente disfruta enormemente, así que no debe hacer mucho daño.
Bendito fútbol entonces, el deporte rey, el único capaz de hacer salir humo de los audímetros. El Mundial de Sudáfrica supuso una alegría nacional últimamente tenemos pocas, pero también dio un arreón al consumo televisivo y a los registros de audiencias, con picos por encima de los 15 millones (y casi otro tanto con los últimos cuatro clásicos Madrid-Barça), un récord histórico. Probablemente más gente veía Un, dos, tres, pero entonces no había manera de medir las audiencias.
Además del balón, también nos enganchan otras cosas. Las series españolas, eventos especiales como Eurovisión, los premios Goya... y los telediarios de TVE, los más seguidos desde hace casi cuatro años, con registros ocasionales por encima de los 5 millones de espectadores.
La telebasura, los programas del corazón, la crónica negra... ¿No gustan tanto entonces?
La estridencia siempre genera debate, se habla de telebasura y de programas del corazón... pero no es lo más visto. La serie Hispania tiene más audiencia que Belén Esteban. Buen síntoma ¿no? se felicita Manuel Campo Vidal.
Ocasionalmente, sin embargo, se cuela algún programa de color (rosa, amarillo o de tono menos chillón) entre el ranking de los más vistos. Dos ejemplos recientes, una emisión de Sálvame deluxe correspondiente a febrero, que superó los 3 millones de espectadores; y el reciente reencuentro entre Isabel Pantoja y su hijo Kiko Rivera en Supervivientes, con seis millones de personas como testigo. Y quienes no lo vieron en directo lo habrán visto en internet, porque al día siguiente no se hablaba de otra cosa.
¿Corremos el peligro de vivir la vida a través de la tele en lugar de con nuestras vivencias?
Contestar a eso está llevando muchos años de investigaciones reflexiona Bouza. Pero mi hipótesis es que son los medios los que parecen decidir de qué hablar y qué pensar.
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