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Retrato policial de Jacques Mesrine. :: AFP
Asesinos, ladrones, escritores
CULTURA

Asesinos, ladrones, escritores

Héroes suburbiales de lo ilegal e inmoral editan libros sobre sus andanzas o su vida

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

Sábado, 16 de enero 2010, 04:23

«Sección de extrema vigilancia. Una cárcel dentro de la cárcel. Un solo preso está encerrado en la celda número 7. Se encuentra aislado de los demás por razones de seguridad. Un hombre metido entre las mantas está tumbado boca arriba con las manos apoyadas detrás de su cabeza. Mira fijamente hacia el techo. Le gusta la noche. No espera absolutamente nada».

Bienvenidos a la prisión de la Santé, en París. Es diciembre de 1975. El preso que permanece aislado por motivos de seguridad se llama Jacques Mesrine y el Gobierno de Giscard d'Estaing le ha nombrado el enemigo público número uno. En su historial hay robos, asesinatos, secuestros y varias fugas increíbles. Ha llegado a escapar de su propio juicio encañonando al juez con una pistola y llevándoselo como rehén. La noticia apareció en los periódicos de medio mundo.

Mesrine lleva un par de meses en la Santé y ha comenzado a escribir sus memorias. Es un hombre extraño que combina al kamikaze y al moralista: una fiera que piensa. También es un seductor. Durante toda su vida ha cultivado el lado más novelesco de su personalidad. No es extraño que comience sus memorias hablando de sí mismo en tercera persona. Mesrine se observa tumbado en el camastro de la cárcel, sin futuro: «A sus treinta y nueve años lo único que aguarda es que lo condenen a cadena perpetua o a muerte. Fatalista o buen jugador, sabe que se lo merece y le da lo mismo. También él cometió una ratería y después paso a paso fue escalando el camino del crimen. Eligió estar fuera de la ley por bravata, por amor al riesgo y al dinero. Quizá también por otros motivos que guarda secretamente en lo más profundo de su corazón. Algunos hombres entran en el mundo del hampa como se entra en una orden religiosa, simplemente por vocación».

La historia de Jacques Mesrine es increíble y salvaje. 2010 será el año en el que el público español la conocerá al detalle. Pronto llegará a las pantallas una notable película sobre el ladrón francés protagonizada por Vicent Cassell y Elena Anaya. Y Pepitas de Calabaza publicará en las próximas semanas 'Instinto de muerte', las memorias de Mesrine: un texto extrañamente cautivador donde encontramos el pensamiento de un individuo inteligente, frío y tremendamente vanidoso que intentó dotar de un armazón más o menos ético a su vida delictiva.

'Instinto de muerte' ejemplifica a la perfección cierto subgénero literario de naturaleza entre apologética y confesional que está escrito por delincuentes que, en el desempeño de sus fechorías, han obtenido cierta relevancia. Leyendo las memorias de Mesrine, uno termina por entender que en su época la mitad de la sociedad francesa pensase que era «un asesino, un cerdo, un maldito crápula» (el ejército de policías que le abatió en plena calle el 2 de noviembre de 1979 terminó abrazándose junto a su cadáver como si hubiesen marcado un gol) y la otra mitad le tomase como una suerte de Robin Hood burlón y antisistema.

Suele ocurrir con esta clase de héroes suburbiales: provocan tanta fascinación como rechazo. Es, en cierto, modo una característica del género. Y mucho más los que, como Mesrine, dan la sensación de haber vivido siempre mirando a cámara: «Con los años me había convertido en un tipo duro y peligroso. Se me temía, lo que me producía cierta satisfacción. Únicamente delante de los viejos y de los niños mostraba mi ternura. Mi mundo era la jungla en la que el más fuerte merece respeto. Sabían que no vacilaba en matar y que era fiel a los amigos».

Taller literario Barlinnie

La siguiente parada en nuestro tour delictivo es Glasgow. Como cualquier lector de Irvine Welsh habrá podido detectar, los barrios bajos de esa ciudad son pródigos en delincuentes chiflados y altamente violentos. Curiosamente, dos de los más acabados representantes de esta subespecie han terminado triunfando en el mundo de las letras británicas gracias a sus textos autobiográficos. El primero es Jimmy Boyle, que a finales de los sesenta ostentaba el dudoso privilegio de ser «el hombre más violento de Escocia».

La extrema brutalidad con la que Boyle se comportaba a la hora de los golpes (y en las peleas del Glasgow de la época se admitía el uso de martillos, hachas o bayonetas), le hizo hacerse pronto un nombre en el escalafón de las bandas juveniles de la ciudad. Hasta que en 1967, con 23 años, fue condenado a cadena perpetua por asesinar a William 'Babs' Rooney, el líder de una banda rival.

Si Boyle fue el tipo más violento de Escocia, su paisano Hugh Collins fue diez años después uno de los delincuentes juveniles más peligrosos de Gran Bretaña. Collins se definía a sí mismo como una bomba que estaba constantemente a punto de estallar. Cuando lo hacía, parece que se advertían en su comportamiento ciertas maneras psicopáticas. Él también creció en el Glasgow de las bandas y su juventud fue, como la de Boyle, una sucesión de robos, drogas y peleas. Le condenaron a cadena perpetua cuando asesinó al miembro de un grupo rival clavándole un cuchillo de caza modelo 'Bowie' en el corazón.

A Boyle y a Collins les salvó la vida una Unidad Especial de la cárcel de Barlinnie, en las afueras de Glasgow. Allí descubrieron que el arte y la literatura tenían cierta capacidad de redención. Además de partiendo cráneos ajenos, la furia podía canalizarse pintando, esculpiendo y escribiendo. Ambos comenzaron a escribir en Barlinnie y terminaron siendo autores populares. Boyle debutó con 'Un sentido de libertad', su autobiografía, que fue años después llevada al cine, y publicó después unos diarios de sus años en prisión. Collins escribió su vida en dos volúmenes: 'Autobiografía de un asesino' y 'Escapando'. La actividad literaria jugó a favor de su reinserción y a ambos les fueron conmutadas sus condenas a cadena perpetua.

Hoy Collins escribe novelas de género negro ambientadas en Glasgow y Boyle es una especie de estrella de la literatura y la escultura que convierte lo que toca en oro. Baste decir que divide su tiempo entre su mansión de doce dormitorios de Glasgow y su mansión rodeada de palmeras en Marrakech. También dirige organizaciones benéficas que intentan alejar a los chicos duros de las calles y ha visto como su vida era llevada al teatro en la inquietante forma de una comedia musical.

Lamentablemente, los métodos de Barlinnie no siempre funcionan tan bien como en los casos de Boyle y Collins. A finales de los noventa, William Elliot, un matón de Glasgow conocido como 'La Bestia de Gallowgate' fue presentado como otro éxito del sistema de reinserción de la cárcel escocesa. Elliot había matado a un traficante que le estafó en un negocio y en prisión demostró tener talento para escribir guiones y obras de teatro. Tras pasar algunos años en la cárcel fue puesto en libertad confiando en que cambiaría definitivamente las navajas por las estilográficas. Pese a tener algún éxito con una obra titulada 'Glasgow boy' y escribir guiones para la serie de detectives más famosa de la televisión escocesa, Elliot terminó volviendo a las andadas y fue detenido por asalto y tráfico de drogas.

Más amables, dentro de lo que cabe, fueron las peripecias del australiano Gregory David Roberts, al que apodaban 'El bandido gentleman'. Nacido en Melbourne en 1952, Roberts fue arrastrado a los robos por las drogas y a las drogas por un divorcio traumático. Su especialidad fueron los atracos a bancos y grandes compañías financieras. Entraba vestido con traje, corbata y chaleco, esgrimía una pistola falsa, pedía las cosas por favor y daba siempre las gracias. Con ese método, en tres meses cometió veinticuatro atracos y recaudó para su propia causa 38.000 dólares. Tras ser detenido, logró escapar de la prisión Victoria de máxima seguridad y se convirtió en el fugitivo más buscado de Australia.

Trabajando para las mafias

Roberts se refugió en Mumbai, donde vivió diez años trabajando para las mafias del lugar. En 1990 fue detenido en Frankfurt y extraditado a Australia. Tras pasar algunos años en prisión, Roberts sorprendió a todo el mundo con una novela titulada 'Shantaram', que viene a ser un enorme revoltijo (936 páginas) en el que se mezclan las trepidantes aventuras autobiográficas de un delincuente que se refugia en la India, el retrato de los bajos fondos de Mumbai y la exposición recreativa de cierta filosofía entre anarcoide y espiritualista.

La novela fue un éxito de ventas, algunos críticos entusiastas hablaron de la influencia de Conrad y Melville en la prosa de Roberts y el actor Russell Crowe se interesó vivamente en la posibilidad de llevar al cine aquella historia que se adscribió al curioso género del 'thriller filosófico'. El libro fue publicado en España en 2006 por Umbriel.

Una década antes, Anagrama publicó entre nosotros dos curiosos libros de un proxeneta afroamericano que firmaba con el apodo de 'Iceberg Slim'. Su verdadero nombre era Robert Beck y durante algún tiempo se le promocionó como el escritor negro más leído de la historia. Beck tuvo una infancia dura, un cociente de 175 y una extraordinaria habilidad para vivir como un marajá extorsionando mujeres. El tipo era un enorme chantajista sentimental y solía conseguir que las chicas se sintiesen culpables por no quererle lo suficiente. Cuando dejó el oficio, escribió 'Pimp' ('Memorias de un chulo' es el subtítulo en la edición de Anagrama de 1998) y adquirió gran popularidad como representante de un realismo urbano que en cierto modo mezclaba a Jean Genet con el 'Black Power' y los Earth Wind and Fire Habla Irving Welsh: «Iceberg Slim es uno de los grandes iconos culturales de nuestro tiempo, a menudo criminalmente ignorado. Siempre habló con absoluta sinceridad, por terrible que fuera lo que tenía que decir».

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