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Una de las imágenes que tomó en la guerra del Frente Polisario y Marruecos.
Trotamundos de la mirada
Cultura

Trotamundos de la mirada

Ha recorrido el mundo fotografiando guerras y artistas; pero los ojos de Francisco Fernández siempre han estado anclados a Granada

Á NGELES PEÑALVER

Jueves, 15 de enero 2009, 13:45

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El refugio emocional y visual del fotógrafo Francisco Fernández Sánchez es -sin lugar a dudas- Granada, aunque el viaje iniciático que emprendió desde Torreblascopedro (Jaén) para realizar sus estudios haya tenido puertos tan dispares como las Islas Bermudas, las páginas del periódico 'Boston Globe' y los conflictos bélicos de Nicaragua y El Salvador. Finalmente, este hombre que ha recorrido medio mundo con sus cámaras analógicas en la maleta volvió a su lugar de origen hace unos 25 años para ser profesor de Fotografía -no podía ser de otra manera- en la Facultad de Bellas Artes de Granada, donde aún ejerce como tal.

«En Estados Unidos trabajé 17 años, tuve reconocimiento y prestigio, pero fueron años oscuros», recuerda con sus grandes ojos grises enrojecidos, esas mismas pupilas que han capturado el mundo siempre en blanco y negro a través de varias Nikon y Leica.

En sus instantáneas cobran fuerza desde un tanque en el conflicto del Salvador -«acaba de caer un avión»- hasta la poderosa mirada del poeta José Hierro. La guerra es un capítulo del que prefiere «ni hablar». «Lo pasé tan mal», cuenta con la voz entrecortada tras recordar que figuró en una lista negra del gobierno marroquí por una muestra sobre el Sáhara que realizó en 1989 en el Museo de Bellas Artes de Santander. Y enmudece.

Enseguida, quien fuera uno de los impulsores de la colección de arte de la Universidad de Granada -que ya cuenta con más de 2.000 piezas, todas ellas regaladas- empieza la nómina de retratos de intelectuales que realizó entre los años 1988-1993.

La mirada de Rivera

«Las manos de Miguel Rodríguez- Acosta son fortísimas». «La imagen de José Guerrero en el Patio de los Leones de la Alhambra la conseguí despistando al vigilante». «Detrás del aspecto duro de Manuel Rivera se escondía un hombre frágil». A cada uno de sus retratos, dedica una frase inyectada de emociones. «Mis dos amores son el poeta Antonio Carvajal y mi amigo Antonio Callejas, un ateo y socialista que inmortalicé rodeado de vírgenes y con un enchufe. La foto dio mucho que hablar», apostilla.

Como su persona, su obra rehuye de los retoques, del fotomontaje. Francisco es un autor de filo negro, de negativo completo, de no cortar nada, «si no me muero». «Es mi concepto de fotografía, ser limpio y observar. Me enseñaron así en Boston. Si hay que quitar una colilla del suelo para que esté todo perfecto, la quito», añade alguien que ha visto morir «a demasiados» de los personajes que desfilaron por su objetivo.

Desaparecieron Paco Izquierdo, Hernández Pijuán, Damián Bayón, Rivera, Guerrero, Hierro y Antonio Agudo -«la persona que más he querido»-, pero quedaron bellamente inmortalizados por Francisco, que los ha rescatado en exposiciones, publicaciones y los conserva como oro en paño en las cajas de fotografías que atesora en su casa.

En la pureza propia de sus imágenes quedaron atrapados una jovencísima Carolyn Richmond junto a su amado Francisco Ayala, que a su vez fue inmortalizado cuando Antonio Carvajal le presentó a un ilusionado y jovencísimo Luis García Montero. «En breve quiero hacer otra exposición con estos retratos y muchos más», abunda este artista en cuyo pueblo se inaugurá en breve una sala de exposiciones con su nombre y parte de su obra. Igual que en Torreblascopedro, su obra se exhibe en instituciones como el Museum of Fine Art de Boston y la Universidad de Monfort, en Leicester (Reino Unido).

«A pesar de todo, los enclaves que más y mejor he fotografiado son el Carmen Rodríguez Acosta y el de los Mártires», concluye un ortodoxo del blanco y negro que tan sólo ha picado una vez con la fotografía en color. «Fue el año pasado, en México, donde tuve que hacer más de 2.000 diapositivas de jardines. Inevitablemente, en color», sentencia.

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