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Un camarero masai 'planta' quinqués en la piscina de un 'eco-lodge' de lujo en Shompole, junto a la frontera con Tanzania. / FOTOS: ALFONSO ARMADA
Safari en Kenia
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Safari en Kenia

Recuperada la paz, sus parques naturales y playas paradisíacas postulan un destino turístico incomparable

ALFONSO ARMADA

Sábado, 10 de enero 2009, 03:09

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Entre 'jambo' (hola) y 'karibu' (bienvenido) transcurre la vida de quienes buscan en Kenia la cuna de la humanidad, o simplemente comprobar que a pesar de todos los estragos del depredador por antonomasia quedan lugares en los que podría ubicarse la cuna de la humanidad: entre las actuales Etiopía y Suráfrica, o en la falla que muestra las vísceras pétreas de África: el Rift Valley keniano. En esas latitudes se han encontrado cráneos de nuestros ancestros más remotos, el eslabón perdido, parientes del mono que emprendieron una ruta que desemboca en nuestros microscopios y nuestros machetes, nuestros taparrabos y nuestras corbatas, nuestros parlamentos y nuestras leyes. Es en esa misma Kenia donde se dieron cuenta de que era más rentable preservar los animales salvajes en su hábitat que vender safaris sangrientos. 'Safari' (viaje) es una palabra suahili que le acompañará si se anima a comprobar que la cordura ha prevalecido en Kenia, que han quedado atrás los enfrentamientos entre luos y kikuyos tras las elecciones del pasado diciembre.

Es hora de volver. La antigua ministra del ramo propagó la buena nueva ante 250 periodistas invitados al país: «El turismo es necesario para salir de la pobreza». Han sido días tristes para el país, que se presentaba como modélico para la desesperanza africana y que acabó mostrando su rostro más fiero.

El acuerdo entre el gobierno y la oposición para compartir el poder ha devuelto la paz y han invitado a quienes ya han experimentado la belleza de reservas naturales como la de Masai Mara, Samburu y Shaba, Tsavo (tan grande como toda Bélgica), la propia Nairobi (donde se puede comprobar que aquí sí hay un esbozo de clase media que quiere afianzarse) y la costa del Índico, con la caótica y sabrosa Mombasa en su centro, a que regresen a un país hospitalario como pocos. Y a quienes aún no conocen esta cuna de la humanidad, a aventurarse.

Aquí están a flor de piel los caminos de tierra roja, las colinas Ngong, montañas azules que cautivaron para siempre el corazón de Karen Blixen: su casa de piedra con las paredes forradas de caoba es una inolvidable antesala a sus 'Memorias de África', a Kenia y a la capacidad de este continente para fascinar, para inocular un veneno inocuo que incita a regresar una y otra vez.

Para quien disfrute con la lluvia debe saber que hay dos estaciones húmedas, la más intensa corre de marzo a mayo, la más breve de octubre a diciembre, aunque el meteoro suele descargar al atardecer, como si los dioses se apiadaran del viajero. Después de la lluvia, la tierra rezuma como recién creada y los caminos de tierra se encienden de la misma arcilla que sirvió para fabricar las primeras vasijas que en el Museo Nacional de Kenia enseña Linet Onunga, luo, pero que se siente «keniata por encima de todo».

Lujo, miseria y selva

El museo acaba de ser restaurado y contrapone la visión científica con la ingenua. Es una rara simbiosis, la del vibrante centro de Nairobi, con hoteles de lujo cosmopolita como el Norfolk, el Intercontinental o el Sarova Stanley, que ratifican el renombre adquirido por la capital como nudo de comunicaciones y finanzas de África Oriental, sede continental de las Naciones Unidas; y la de los barrios-miseria, a pocas manzanas, muestra de la dureza con que la vida trata a muchos keniatas. La corrupción sigue siendo un mal enraizado.

Mientras en 'lodges' y 'camps' (hoteles de cuatro y cinco estrellas, enclavados en la selva, con hechuras de cabaña o tiendas de campaña con todos los servicios de Occidente) uno disfruta del contacto con la naturaleza sin el menor peligro, basta salir de los parques naturales a la carretera de Mombasa, orlada de baobabs, que separa el Tsavo Oeste del Tsavo Este, para encontrarse con escenas de una pobreza hiriente.

El país, como muchos otros en África, compagina ambas vertientes. El esplendor y la miseria. El viajero no debe ignorarlo, aunque puede aplacar la mala conciencia sabiendo que sus divisas mantienen la industria más floreciente del país, que sufrió pérdidas de hasta el 70% por los enfrentamientos de la primavera pasada. El nuevo gobierno de coalición ha prometido devolver a sus hogares a los casi 300.000 kenianos que fueron desplazados por las refriegas.

Los animales enseñan lo que tienen. La red de parques naturales (empezando por el de Nairobi) son una lección de Biología en aulas a cielo abierto que uno atiende desde vehículos que se internan respetuosamente en la selva, aunque también se puede optar por safaris a pie o a caballo, por escalar el monte Kenia, conversar en torno a una fogata en el Severin Camp de Tsavo y dormir acunado por el baritar de los hipopótamos o el canto de las aves del paraíso.

Otras opciones son desayunar ante el majestuoso Kilimanjaro de la vecina Tanzania, bucear en las límpidas aguas del Índico que bañan la costa de Mombasa o recorrer las viejas calles donde especias indias se hacen africanas. O también ver cómo miles de artesanos le sacan el alma a la madera en la cooperativa de Bombululu, a las afueras de una Mombasa que, cuando cae la noche, se incendia de luces que se reflejan en torno a la isla. Desde la terraza del restaurante Tamarind da la sensación de que la pobreza ha sido borrada de la faz de la tierra. Disfrútela, pero no se engañe: es sólo una ilusión.

Otra opción: amanecer a orillas del Ewasu Nyiro (río de barro), en el 'lodge' Sarova Shaba, mimetizado con la reserva Samburu, con un plato de mango que se deshace en la boca, contemplando a los marabúes y los cocodrilos, lejos del ruido. El safari cobra su sentido. Kenia vale la pena.

Oficina de Turismo de Kenia en España: Padre Damián, 40-2º E. 28036 Madrid. 91 458 55 87.

www.magicalkenya.com

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