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PPLL
Domingo, 29 de junio 2008, 04:35
ÉL es el último maestro, el que tomó la antorcha de Ruiz-Aznar y continuó la estela de los siglos áureos, pero que se retiró sin continuadores. La Catedral sigue sin organista titular y es deshonra para quien tiene la obligación de nombrarlo y pérdida para los que añoramos el son de esos magníficos órganos mudos demasiados días al año.
Por suerte hay organistas profesionales, como Inmaculada, que ponen en marcha de vez en cuando ambas maquinarias, en este caso para homenajear a Juan Alfonso García y depararnos una gran tarde de música a los granadinos. Ella despertó el órgano de la Epístola para recordar al viejo instrumento ibérico, con su sequedad y su rudeza, pero fiel testigo de aquellos tientos y mudanzas que fueron el lábaro musical de España durante siglos. Nada mejor que el coral eucarístico de Ruiz-Aznar, bien conocido de los coros granadinos, con las cinco variaciones realizadas por Juan Alfonso. Una mirada a la vez rigurosa y a la vez tierna al pasado a través de una página de hace sólo unas décadas. Ya en el órgano del Evangelio, Inmaculada afrontó el tema mariano Ave, spes nostra. Aquí la granadina, desde su sensibilidad femenina, amparada en una enorme riqueza de matices que ha ido atesorando su experiencia, comprendió perfectamente el acendrado misticismo y la aparente sencillez ascética de la pieza. Pasajes acuosos junto a dispendio sonoro para una Catedral con la reverberación justa. Y para terminar los antípodas de lo anterior, un homenaje a Falla llamado Epíclesis donde Inmaculada mostró su compromiso con la modernidad, su destreza en el resbaladizo campo de las disonancias y de esa música tan cinematográfica que dice sin pronunciar y sugiere sin señalar. Merecido homenaje al maestro en los teclados de dos joyas organísticas y en las manos de una intérprete sensible y rigurosa.
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