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Solos en casa
SOCIEDAD

Solos en casa

El acceso de la mujer al mercado laboral y las interminables jornadas de trabajo condenan a muchos menores a pasar largas horas en un hogar vacío, con los riesgos que conlleva

JOSÉ MARÍA ROMERA

Viernes, 25 de abril 2008, 11:41

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DESAYUNAN solos en casa porque a esa hora sus padres van camino del trabajo, de donde probablemente no regresen hasta bien entrada la tarde. Para entonces el niño ya habrá merendado, también sin compañía, y habrá pasado unas cuantas horas campando por sus respetos en el territorio de lo que alguna vez fue un hogar. No se puede decir que esté abandonado a su suerte. Los padres se sacrifican por él sometiéndose a inacabables jornadas laborales para alcanzar un mejor nivel de vida o simplemente para poder pagar los plazos de la hipoteca. Pero en ese camino hacia el bienestar posiblemente hay algo que se está perdiendo: el tiempo compartido en familia.

A mediados de los años 80 del siglo pasado se les empezó a conocer como los 'latchkey children' (los niños de la llave). Eran los pequeños y los adolescentes que portaban una llave de casa para poder entrar en ella a la vuelta del colegio o del instituto, ya que a esa hora el resto de la familia se encontraba trabajando fuera del hogar. La incorporación de la mujer al mundo laboral, unida a la falta de medidas suficientes para una adecuada conciliación entre trabajo y la dedicación a la familia, cambió radicalmente un panorama que durante décadas había permanecido inalterable. Frente a un modelo de padre o madre siempre presente se empiezan a imponer las figuras de los 'padres-missing', a quienes sus hijos no ven más que en un breve lapso nocturno o solamente los fines de semana; o los padres de 'hijos horizontales', que al llegar a casa ya encuentran al niño dormido en su cama.

Sin ningún control

Profesores y educadores llevan tiempo advirtiendo de los riesgos de la proliferación de niños-llave, por las consecuencias negativas que acarrea ese régimen de vida. Ello resulta especialmente visible en los más pequeños, no sólo por razones educativas, sino por un elemental principio de seguridad. Los observadores del fenómeno coinciden en que entre los 9 y los 12 años de edad los niños ya pueden estar preparados para quedarse en casa sin la compañía de adultos, puesto que tienen autonomía suficiente y entienden bien las recomendaciones concernientes a su seguridad, desde no responder al timbre hasta abstenerse de poner en marcha determinados aparatos. A esa edad saben pedir ayuda en caso de emergencia, usar los teléfonos e incluso hacer algunas tareas domésticas.

Pero el hecho de que estén en condiciones de comportarse con la suficiente autonomía no lo es todo. Sorprende que muchos padres y madres, obsesivamente preocupados por saber qué hacen sus hijos cuando están en los centros escolares y en la calle, se desentiendan de sus comportamientos dentro de la casa. Y es que, por muy responsable que sea el menor, si se ve solo no resistirá la tentación de sentarse ante el televisor en las horas solitarias, y no precisamente para ver programas educativos. Parte del comprobado debilitamiento de la autoridad paterna guarda, al parecer, una estrecha relación con las ausencias del hogar. Aunque el niño comprende los motivos de esa ausencia y el sacrificio que ello supone para sus progenitores, la vivencia personal de deprivación y abandono es inevitable.

En un considerable número de casos, en los 'niños de la llave' se engendran hábitos de aislamiento que conducen a la ansiedad por evitación. Si una persona no aprende en los primeros años de su vida a relacionarse con los demás en el área más inmediata, difícilmente podrá desarrollar habilidades sociales en otras situaciones. Detrás de muchos individuos poco sociables, tímidos o con dificultades para el trato con los demás hay una larga historia de tardes solitarias sin otra compañía que la consola de videojuegos. Peores aún pueden ser las consecuencias en el plano afectivo.

Obesidad y suspensos

El sentimiento de soledad lleva a la convicción de no ser querido por los padres, cosa que éstos no sólo no comprenden sino que tienden a tomar como muestra de ingratitud. La conflictividad padres-hijos y los fenómenos de rebeldía agresiva y de rechazo hostil por parte de los jóvenes hacia sus mayores están muy directamente asociados con la inestabilidad emocional que deriva de este estado interior.

Para los más apocalípticos, el niño-llave está condenado a sufrir toda clase de consecuencias negativas, desde la obesidad (los menores solos en casa visitan la despensa y el frigorífico con más frecuencia y comen sin control) hasta el fracaso escolar (efecto directo de la falta de vigilancia), desde el gamberrismo de pandilla (al disponer de llave de casa, entra y sale de ella sin ninguna clase de control y se relaciona con otros chicos igualmente rebeldes) hasta la frustración consumista (alimentada por unos padres que tratan de compensar sus ausencias con regalos). Por fortuna, no siempre es así. Más de un 40% de los menores se queda solo en casa de forma regular o esporádica, sin que eso represente un trauma irreparable para ellos.

Pero el hecho cierto es que no basta con querer a los hijos y hacérselo saber proporcionándoles buenas condiciones materiales de vida. Es necesario dedicarles tiempo. Y una de las franjas del tiempo cotidiano donde el niño más puede necesitar la compañía de sus padres es precisamente la que coincide con el momento de vuelta al hogar.

A todos nos gusta encontrar a alguien querido con quien compartir las alegrías o los sinsabores de la jornada y a quien pedir apoyo en los días difíciles. El niño de la llave no conoce esa experiencia. Sólo oye por las mañanas, como en la letra de la canción de Bad Religion, la advertencia materna de «llegaré a casa a las 8.30, y tu padre también, así que no se te ocurra crear problemas entretanto» ('Latch key kids').

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