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Cultura-Granada

Shakespeare: negro, sangriento y lúcido

ANDRÉS MOLINARI

Sábado, 19 de abril 2008, 05:23

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¿Conmueve aún la tragedia? Es la pregunta de esta época, en la que cada día vemos en televisión decenas de muertes horribles y leemos en los diarios violaciones tras felonías y asesinatos seguidos de suicidios. Pero la tragedia está ahí, escrita desde hace siglos, aunque en el escenario parezca más ajena a nosotros que en la pantalla o en las páginas de los diarios.

Sobre esa lejanía ha trabajado el ya veterano dúo formado por Dolores Caballero e Histrión. Una gran torre, que espera la otra gemela ¿para ser derribadas? es todo lo que decora el negro escenario. Un brujo, entre espasmódico y viborezno, preconiza desde la niebla consabida. Y pocas concesiones más. Ni mesa para el banquete ni corona para la entronización. Todo frío y lejano, según una estética algo pasada ya de moda pero que sigue atrayendo adeptos e incluso entusiastas.

También todo muy masculino: las brujas convertidas en un solo cuerpo semidesnudo de varón lampiño y Lady Macbeth sin un átomo de maternidad o de insinuación, pelada a lo garçon y ansiosa de las cuclillas, tal vez añorando un útero que a ella se le agostó en sazón. Precisamente en el pelo hay rasgos sutiles de simbólico calco del ánimo que bulle bajo los parietales: al principio Lady engominada como pose palaciega, luego pelo seco para el frío asesinato y al final un despeinado en guedejas como preludio al funesto desmán. ¿Por qué esto ocurre sólo en la actriz y no se desarrolla similar juego simbólico en el pelo de Macbeth?

Sueño y muerte, sangre roja para los puñales y piedras blancas para la pedrada en la frente o el páramo yacija de cuerpos muertos en escena, con desigual acierto. El remordimiento como personaje: esencia de la tragedia con pocos medios y siete actores. No es el Shakespeare festivalero ni ornado con piélagos de soldadesca, es la tragedia íntima en el cuerpo ondulante de la expresiva Gema, en la voz metálica y dolorida de Constantino, en el donaire narrativo de Manuel Salas y en la ayuda mesurada de los otros cuatro. Palidez de vestuario, masculinidad latente, desnudez escénica, sonidos escuetos, pero siempre Shakespeare, en su estado más lúcido y puro.

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