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El poeta del Imperio
SOCIEDAD

El poeta del Imperio

El gran propagandista del colonialismo inglés, autor de célebres libros de aventuras, nació hace 142 años

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

Miércoles, 2 de enero 2008, 02:38

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Los tiempos cambian y el popular poema 'If' ha escapado de los pósters de los estudiantes idealistas para ser recitado en un anuncio de televisión: «Si puedes rellenar un implacable minuto / con sesenta segundos de combate bravío, / tuya es la Tierra y sus codiciados frutos, / y, lo que es más, serás un hombre, hijo mío».

Épico, honorable y sentimental. Alegre, cándido y valiente. Silbando y marcando el paso. Así es el 'If' -el poema favorito de los ingleses según una encuesta realizada por la BBC en 1995- y así fue su autor, Rudyard Kipling, un escritor nacido en Bombay un día como hoy de hace 142 años.

Fue el autor de inmortales textos de aventuras y también de novelas y cuentos sobre la India británica en los que los nativos no salen siempre bien parados. Fue un poeta alegre y musical, y también el versificador de viriles himnos de camaradería militar («Cuando entréis en combate y sintáis el deseo / de quitaros de en medio, no miréis al que cae, / dad gracias por estar vivos, confiad / en la suerte y marchad hacia delante, / como hacen los soldados de la Reina.»).

El lugar común nos dice que fue el escritor del Imperio Británico, el gran propagandista del colonialismo inglés, es decir, un personaje con todas las papeletas para quedarse anticuado en poco tiempo.

Sin embargo, permanece. Durante años, su posteridad ha soportado acusaciones de belicismo, racismo, machismo y expansionismo.

¿El secreto? Una mezcla muy concreta de magia y vigor, cierto optimismo exento de ironía, un intenso aroma de aventura y viejo mundo. 'Kim', 'El libro de la selva', 'Capitanes intrépidos': nunca han dejado de ser leídos, aunque tampoco ha estado bien visto reconocer que uno los tenía entre sus libros favoritos. George Orwell lo expresó con tanta precisión como maldad: «Kipling es un placer vergonzoso, como el gusto por las chucherías que algunos llevan en secreto al llegar a la madurez».

Escritor popular

No siempre fue así. A comienzos del siglo XX era un autor inmensamente popular, el gran contador de cuentos de la tribu anglosajona. Había regresado a Inglaterra tras pasar años felices en Estados Unidos y sus libros comenzaban a venderse por millares. Era el autor de la adolescencia, de la fuerza y la rectitud, de lo exótico. Cada día recibía cientos de cartas de niños que le hablaban de 'El libro de la selva'.

Aquel hombre directo y entusiasta tuvo muy pronto éxito, y también poder: le escribía los discursos a Jorge V, cenaba con Henry James y Arthur Conan Doyle, recibía en casa a Clemenceau, aconsejaba a Baden Powell.

En 1907 ganó el Nobel de literatura. Se lo quitó de las manos a santones como Thomas Hardy y Swinburne. Según los académicos, él era «el mayor genio en el reino de la narrativa que Inglaterra ha producido en esta época». Sólo tenía 42 años: todavía hoy es el autor que ha sido premiado a edad más temprana.

Todo cambió para él en la Gran Guerra. En septiembre de 1915 su único hijo varón, John, murió bajo el fuego alemán en la batalla de Loos. Acababa de cumplir dieciocho años y su cadáver nunca fue identificado. «¿Quién nos devolverá a nuestros hijos?», se preguntó entonces Kipling en un poema estremecedor. Tras la muerte de John, escribió en contra de la estrategia militar inglesa y colaboró obsesivamente con la comisión encargada de repatriar y honrar los cuerpos de los caídos.

Melancólico

Pese a que suele citarse uno de sus más conocidos epitafios en verso («Si preguntan por qué hemos muerto / diles que porque nuestros padres mintieron»), es improbable que Kipling, el alegre cantor del combate, se sintiese responsable de la muerte de su hijo.

Sus últimos años fueron más solitarios y melancólicos. Se refugió en Bateman, la casa familiar de Sussex, y sobrellevó su dolor con orgullo y mutismo. Su energía menguó, quizá también su proverbial interés por las cosas. Siguió, eso sí, fumando cigarros y aprovechando el verano para recorrer Francia en Rolls Royce.

Los terribles dolores abdominales que soportaba con estoicismo desde la guerra terminaron por matarle en el año 1936. Sus restos fueron enterrados en la abadía de Westminster, junto a los de Dickens, en el llamado Rincón de los Poetas.

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