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La discreta y entregada 'abuela' Marisol

La discreta y entregada 'abuela' Marisol

Cocina de maravilla y ha adoptado un perro callejero. Pepa Flores se ha olvidado de su personaje y solo piensa en cuidar a su madre de 92 años y a sus nietos alejada de los focos

ester requena

Martes, 16 de febrero 2016, 00:17

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Hace tres décadas que Marisol, o más bien Pepa Flores, decidió bajarse de los escenarios y no ponerse nunca más delante de una cámara. Acaba de cumplir 68 años, vive retirada de los focos en su Málaga natal, pero su nombre sigue levantando expectación por más años que pasen y más reposiciones que lleve Un rayo de luz. La semana pasada la que fuese niña prodigio del cine español estaba citada a recoger en Madrid la Medalla de Honor del Círculo de Escritores Cinematográficos... pero no apareció. Como siempre. Hace tiempo que decidió no acudir a homenajes ni galas donde se la espere. Ni siquiera se escapa a las premieres de su hija María Esteve o a los conciertos de su otra hija Celia Flores (tiene tres), que ha llegado a actuar a un par de calles del piso de su madre, en primera línea de playa, pero sin ella entre el público.

Pepa Flores vive centrada en cuerpo y alma en interpretar lo mejor posible el papel de madre, hija y abuela. Y sin cámaras como testigo. «Pepa es la abuela que todos quisiéramos tener: cariñosa, simpática, tierna, protectora...», detalla Chencho Ortiz, actor y amigo de Pepa Flores desde sus tiempos de Marisol. A la lista de piropos se le suma el de buena cocinera. Los platos de cuchara son su especialidad. Borda la paella, que perfeccionó cuando vivía en Altea, aunque a su hija María le pirre su puchero con hierbabuena. Y cocina siempre con un vasito de vermut mientras tararea alguna canción al azar.

Su día comienza con la compra en un súper cercano y un buen paseo con sus perros (a uno de ellos, recogido de la calle, le tuvo que amputar una pata). Le gusta sentarse al sol en las terracitas de los bares que ocupan los bajos de la torre de pisos en la que vive. Sus vecinos llevan años acostumbrados a su presencia y la tratan como una malagueña anónima más... aunque en sus buenos tiempos llegase a vender millones de discos y a jugar en los jardines de El Pardo. «De vez en cuando alguien la reconoce y le pide un autógrafo o una fotografía, y nunca se niega», comentan en un bar del paseo marítimo. Reconocerla cuesta. Siempre va parapetada tras unas gafas de sol que ocultan sus famosísimos ojos azules. Ahora luce una melena lisa castaña con un flequillo que recuerda a sus tiempos de musa de la Transición. Porque de su época de Marisol, no quiere recordar nada. Ni que la llamen así. «Ha desterrado ese nombre de su vida y de su pasado», detalla uno de sus íntimos.

Pepa Flores visita a diario a su madre María, que a sus 92 años va en silla de ruedas y reside en un piso cercano. Y siempre que puede se pasa la tarde jugando con sus nietos, Curro, de ocho años, y Alejandra, hijos de Celia y Tamara. En su agenda de jubilada rasca tiempo para colaborar con varias ONGs, aunque sin acudir a actos públicos. Se limita a una labor silenciosa, como una voluntaria más. También ha dejado de manifestarse por el No a la guerra o a favor de los enfermos de sida, como antaño.

En verano le gusta escaparse a una casita de campo que tiene en Frigiliana (un pueblecito de la Axarquía, a 60 kilómetros de Málaga). Allí reúne a la familia en torno a un suculento ajoblanco con uvas de la comarca. Y de su mano siempre Mássimo Stecchini, su amor desde que hace casi tres décadas surgiera el flechazo con aquel joven de ascendencia italiana que echaba una mano a su familia en una conocida pizzería del barrio donde vive Pepa Flores. «Él fue su pasaporte a la felicidad», detalla sin dudarlo Chencho Ortiz. Y eso que pocos apostaban por la pareja cuando iniciaron su relación hace ya casi tres décadas. Once años menor, Stecchini presumía entonces de una planta de galán con la que le devolvió la sonrisa a Pepa cuando acababa de divorciarse de Antonio Gades a causa de una infidelidad.

De niña prodigio a mito sexual

  • Carrera. Pepa Flores (Málaga, 4 de febrero de 1948) fue una niña prodigio que descubrieron en un certamen de coros. Se hizo muy famosa en los años 60 con películas musicales infantiles. A medida que crecía continuó su carrera en la música y el cine, convirtiéndose en una de las musas de la Transición.

  • Matrimonios. Se casó con Carlos Goyanes en 1969, terminando la relación en 1975. Antes de divorciarse oficialmente de Goyanes comenzó una relación con el bailarín Antonio Gades, con el que se casó en Cuba en 1982 con Fidel Castro y Alicia Alonso como padrinos. Fruto de esta relación nacieron María, Tamara y Celia. La mayor y la pequeña han seguido los pasos de su madre, mientras que Tamara es psicóloga.

Precisamente, sus dos matrimonios frustrados le han hecho recelar de volver a pasar por la vicaría. «Con Gades fue muy feliz durante diez años y a raíz de casarse empezaron los problemas», recuerda su amigo Chencho. Por eso prefiere seguir sin papeles con el «amor de su vida, el que la calma y la sabe comprender, porque Pepa tiene su carácter...», advierte otra de sus amistades.

Les han ofrecido posar juntos en las revistas. Siempre se han negado. Pero es fácil verlos paseando y acudiendo a conciertos como el que ofreció Raphael hace unos meses en Málaga. Se perdieron entre el público, aunque no se fueron sin saludar al artista en su camerino. Con él y su familia mantiene muy buena relación. En una de las últimas visitas de Natalia Figueroa a Málaga ambas se escaparon a comer y ponerse al día. «Mantiene el contacto con más personas de las que pensamos de su otra vida, como Luis Eduardo Aute... Siempre que viene a Málaga quedan para verse», revela un conocido.

Cheque en blanco

A pesar de tantos años alejada del mundo de la farándula, los proyectos se acumulan en su mesa, algunos con muchos ceros. Se habla de que la habrían llegado a ofrecer un cheque en blanco para su vuelta al cine o la música. Su respuesta siempre es la misma: un no tajante.

Ni siquiera acepta invitaciones que le puedan tocar la fibra sensible, como un homenaje que le tributaron músicos malagueños, entre los que no faltó su amiga Aurora Guirado, con la que rompió su silencio musical en el año 2000 para grabar a dúo en un estudio la canción Por primera vez. Por más que lo intentaron desde todos los ámbitos, no lograron que Pepa Flores acudiese ni a recibir un ramo de flores. Solo les envió una carta de agradecimiento. Y eso que su pasión sigue siendo la música... pero en petit comité. «Es fácil que se arranque por algo de flamenquito en las reuniones con amigos con esa voz rota tan característica».

Muchos productores darían un buen pico por una de sus grabaciones caseras, porque el mito de la Transición sigue contando con un público fiel. Este año incluso se reeditó el célebre desnudo de la portada de Interviú de los años 70 y que se agotó en todos los quioscos. El autor de las entonces polémicas fotografías, César Lucas, las realizó para un book privado que al final alguien vendió a la revista. Lucas expuso hace unos meses en Málaga una serie de imágenes en las que mostraba la evolución de la artista, que pasaba de niña a mujer, tomadas entre 1960 y 1974. La invitó personalmente a visitar la muestra antes de su inauguración, pero solo acudieron su madre, su hermana y una de sus sobrinas.

La discreta abuela Pepa Flores se mantiene firme en su decisión de huir de un pasado del que se olvidó hace ya tres décadas. «Ahora es feliz».

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