Granada vota en una fría mañana con las cafeterías más llenas que los colegios
Arrancamos la fría jornada electoral desde el colegio Alcazaba, que en las últimas generales fue el último en abrir de España por un problema con las papeletas
Juan tiene una infección en la garganta y hoy no podrá ir a votar. Pilló frío, parece. Está ingresado en el Ruiz de Alda ... y se encuentra perfectamente. «El médico dice que si no me ponen el antibiótico en vena, me tienen que rajar la garganta», dice, así que no se va. Como él hay otros cientos de pacientes repartidos por las habitaciones del hospital. Allí, la importancia de votar es relativa. «Casi mejor, así me evitan la decisión», bromea Juan. Son las ocho de la mañana y, si han pasado una -larga- noche encamado, ya saben que las ruedas del pasillo parecen campanazos de la Catedral.
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Mari Pepa entró en el colegio Alcazaba, en el Zaidín, media hora después. Vestía un pesado abrigo de piel para «combatir el frío» y «no pillar un resfriado». Entró con la voz por delante, emocionada, haciendo saber que venía a votar. «Disculpe, señora, todavía no está abierto el colegio», le indica Mercedes Ballesteros, presidenta de la mesa. «¿Cómo? ¡Son más de las nueve y veinte!», responde Mari Pepa, alterada. «No, lo siento -aclara la presidenta, con un tono muy tranquilo-. Son las ocho y media. Hasta las nueve no podemos dejar votar a nadie».
Mari Pepa mira su reloj y, como el que acaba de despertar de un mal sueño, descubre el pastel: «Leche, es que no le he cambiado la hora». La señora, de 72 años, se disculpa muy educada y sonríe a los presentes. Antes de salir a la calle, a fumarse un cigarrillo, se explica un poco más: «Quiero ser la primera en votar, por una España mejor. Yo soy cristiana, creyente y practicante por eso voy a votar... -deja un silencio dramático; desde las mesas, todos escuchan de reojo, a ver cómo termina el capítulo- a los socialistas. ¡Cristo fue el primer socialista!».
Quedan diez minutos para que abra, de verdad, el colegio electoral. Las mesas, urnas y papeletas están dispuestas en el aula matinal. En las paredes hay mensajes que, sin serlo, podrían servir a la jornada: «Normas de la clase -se lee en una cartulina-: A la llegada, dar los buenos días. Respeto a los compañeros. Pedir las cosas por favor. No se dan voces...». En las estanterías, varias arcas de Noé, esperando a ver qué animales se suben.
Hoy, el encargado de abrir el colegio ha sido Alejandro. Y, a las nueve en punto, está todo en su sitio. Este dato, aquí, tiene especial importancia. En las últimas elecciones generales, el Alcazaba fue el último colegio de España en abrir, por un problema con las papeletas. Lo hizo media hora más tarde. Poco antes de hacerlo oficialmente, entra Eva González, una joven de 19 años que se ha librado de la fiesta electoral. Era segunda suplente del primer vocal. Ella, sin embargo, entra para abrazar a su amiga, Isabel Navarro. «Yo no me he librado -dice-. Soy presidenta de mesa, así que hoy no se estudia». Ambas se despiden cariñosamente y, ahora sí, empieza la fiesta electoral.
Hace frío. Sigue haciendo frío. Y, pese a que Mari Pepa, Juan (que también llegó con prisa, por un viaje inesperado) y otro puñado de granadinos estrenaron las urnas del colegio en el primer minuto, lo cierto es que el arranque es muy lento. Poca gente.
Salvador conoce muy bien el colegio. Fue profesor de Educación Física allí, antes de jubilarse. Al atravesar la puerta se topa con dos interventoras de Ciudadanos. Nada más verlas, mete la mano en el bolsillo del plumón y saca una bufanda del Betis que levanta como si acabara de ganar una Champions. «¡Independentista mis coj***!», grita. Al momento recupera las formas, se disculpa, y les dice que las palabras de Marcos de Quinto («ser independentista es como ser del Betis») son «una muestra de analfabetismo absoluto», «que no se puede hacer tanto daño porque sí». Y así, abrigado con su bufanda, entra a votar. «Le prometí a mi peña que lo haría», dice Salvador conforme deja caer su papeleta.
Dos agentes de Policía entran en el colegio para informar a los presidentes de que, si necesitan algo, llamen al 091. Uno de los policías les explica que no hay suficientes agentes para todos los colegios y que en este, precisamente, vendrán intermitentemente, por si hiciera falta. «Suponemos que los han enviado a Cataluña», se escucha.
Fuera, en la calle, los pocos que pasean por Granada van con las manos en los bolsillos, la mirada baja y la cabeza en otro sitio. «Parece que todavía no hay muchas ganas de votar», dice Julia, una de las pocas que sí lo ha hecho en el colegio García Lorca, visiblemente vacío durante las primeras horas de la mañana. El viento, cortante, se cuela por los pasillos del IES Zaidín Vergeles, donde el presidente de una de las mesas se ve obligado a tomar una decisión indiscutible: mover la mesa. «Que entra una rasca que no veas», dice. El colegio, como el Genil, está todavía decorado con monstruos y calabazas de Halloween. Así que, ciertamente, el día comenzó con más fantasmas que votantes.
¿Dónde está la fiesta de la democracia? Una parte estaba en las cafeterías y churrerías del centro, estas sí abarrotadas, protegiendo las manos con una buena taza de chocolate caliente. En la esquina de Góngora, la terraza, protegida por unos plásticos, estaba a rebosar. Y por Alhamar, una ordenada cola frente a la cafetería Dorian esperaba religiosamente sus roscas para llevar.
Por los colegios del centro, el mismo ambiente que dejaron los caminantes blancos en el muro de Invernalia. En el Virgen de Gracia hay un poco más de alegría. La culpable es Cristina Ros, la joven presidenta de una de las mesas, de 23 años. Es sorda y está acompañada por Natalia, su intérprete. Las sonrisas de ambas son la estufa de la democracia. Así da gusto votar.
En el hospital Ruiz de Alda, Juan sigue sin poder votar. El frío, la garganta, ya saben. Las calles, esta mañana, parecen un enorme y precavido hospital. Veremos si la excusa, más tarde, se queda en casa y, finalmente, Granada sale a votar en bloque. Y no de hielo.
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