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Obras de reforma en el aeropuerto de Ciudad Real. J. R. Ladra
La dieta autonómica fulmina 8.500 entes y reduce un 73% su deuda desde la burbuja

La dieta autonómica fulmina 8.500 entes y reduce un 73% su deuda desde la burbuja

De los 5.000 millones que adeudan las empresas públicas, la mitad no depende de los fondos de su gobierno regional

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Domingo, 19 de enero 2020, 00:18

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Al sector público empresarial autonómico se le ha tachado con todas las denominaciones despectivas posibles en los últimos años, aunque no siempre con razón: entramados políticos; entes paralelos; pozos sin fondo; y hasta redes clientelares. Su imagen estuvo tan denostada durante los peores años de la recesión que la cirugía sobre estas estructuras fue una de las primeras actuaciones del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, allá por 2009, cuando la palabra 'crisis' aún casi era tabú; y más aún en 2013, cuando el Ejecutivo de Mariano Rajoy aplicó un plan de ajuste masivo. Tan duras como efectivas han sido las medidas que ahora, una década después de aquellas primeras resoluciones legales, el balance deja registros contundentes: el conjunto de las empresas públicas regionales cerraba el tercer trimestre del año pasado con 2.800 negocios en pie. Son unos 8.500 menos (un 75% inferior) que los 11.300 contabilizados diez años antes, según explica Antonio Pedraza, presidente de la comisión financiera del Consejo General de Economistas.

El proceso de adelgazamiento ha tenido un efecto directo en las cuentas públicas de las 17 comunidades autónomas. Esa deuda acumulada hasta el tercer trimestre del año pasado ascendía a 4.837 millones de euros. Supone un 73% menos que la contabilizada en 2010, el año en el que más compromisos financieros tenían las administraciones a través de estos negocios. Desde entonces, el proceso de reducción acometido en el sector público regional ha conseguido amortizar más de 13.300 millones de euros.

La reputación de estas empresas ha estado en entredicho por su alta discrecionalidad

Los registros del Banco de España diferencian estas cifras entre dos tipos de empresas públicas y, por tanto, dos tipos de deuda. Por una parte, la de las compañías directamente ligadas a la propia Administración, y cuyo endeudamiento se incluye dentro de la metodología del protocolo de déficit excesivo que re envía a la Comisión Europea seis veces al año. Se trata de corporaciones autonómicas que no venden sus productos o servicios al mercado, o si no subsisten en el mercado con esa actividad, sino que se consideran como parte de la Administración Pública; y si al menos el 50% de su financiación procede de los Presupuestos correspondientes. El conjunto de estas sociedades acumula una deuda de 2.023 millones de euros, frente a los más de 8.236 que debían en el año 2011.

Junto a esas estructuras, se encuentran las empresas -también públicas- que la legislación considera más vinculadas al propio funcionamiento del mercado y, por tanto, no son tan dependientes de las decisiones económicas de los respectivos gobiernos regionales. En este caso, acumulan una deuda mayor que las estrictamente públicas, con unos compromisos de 2.814 millones. Aunque en este caso, la reducción del endeudamiento ha sido aún mayor al acumular más de 11.300 millones hace más de una década.

Los ayuntamientos, peor

Si se comparan estos datos con los de los ayuntamientos, el proceso de ajuste ha sido mucho más efectivo en las comunidades que en las corporaciones locales. Hasta el tercer trimestre del año pasado, las empresas de los consistorios (no vinculadas a ellos financieramente hablando) tenían una deuda de 3.319 millones, cifra superior a la de los entes regionales. En cualquier caso, los municipios también han reducido en más de un 60% los compromisos bancarios que tenían sus sociedades y negocios públicos desde hace una década.

El sector público ahora está compuesto por firmas sostenibles y con objetivos muy tasados

Antonio Pedraza sostiene que, a pesar de la dureza de los datos, que incluso ha podido llevarse por delante puestos de trabajo, «las compañías públicas que se están quedando ahora en pie son las necesarias para que las instituciones públicas realicen sus actividades». Se refiere, por ejemplo, a las que tienen que ver con la gestión del agua, los transportes o los cementerios, por poner solo algunos de los centenares de ejemplos de empresas que tienen las comunidades y ayuntamientos en su seno interno.

Dos leyes han sido las precursoras de este proceso. La primera, de saneamiento contable, aprobada en 2009; y la otra, de 2013, sobre racionalización de las Administraciones Públicas. «Se ha actuado sobre empresas en pérdidas, las que estaban duplicadas o las que, por ejemplo, tenían unos objetivos corporativos que no tienen marcados los propios entes públicos a los que pertenecen», explica Pedraza. El aeropuerto de Ciudad Real, impulsado por la comunidad, fue exponente de este tipo de políticas económicas.

Los negocios municipales deben aún 3.300 millones, más que las comunidades

En ese mismo sentido se pronuncia Raymond Torres, director de Coyuntura de Funcas, que sostiene que se ha ido evaluando «si todas esas organizaciones responden a la lógica empresarial para las que estaban pensadas o no». El experto indica que «con el tiempo pueden perder esa lógica porque ya no sirvan para los objetivos iniciales». Por eso, han ido desapareciendo ajustándose a lo que dictaba la ley.

Torres también apunta a que sí que hay empresas públicas que cumplen con sus objetivos y que, en muchos casos, «han ido mejorando sus ingresos y, por tanto, eso les ha permitido reducir su deuda» hasta los niveles mínimos en los que se encuentra en la actualidad frente a la etapa de la burbuja económica.

El problema que presentaban muchas de estas sociedades es que «había modelos que no funcionaban», afirma Diego Pitarch, profesor del IEB. «Al no tener que buscar resultados óptimos, como ocurre en la privada, las pública han ido desapareciendo». «También se han reconvertido ante la mala imagen» que fueron generando.

Políticas públicas

Sin embargo, no todo son contrariedades frente a la frágil reputación que han puesto sobre la mesa este tipo de estructuras autonómicas. Por una parte, por el papel vertebrador que han conseguido implantar en muchas zonas de las comunidades autonómas olvidadas por los diferentes gobiernos. «Su implantación se justificó en su momento obedeciendo a una cierta lógica que ya existe en otros países, como los nórdicos», según Raymond Torres.

Se refiere este experto así a determinadas políticas públicas, que se realizan a través de organismos autonómos dependientes de la Administración para conseguir llegar a todos los rincones con los servicios públicos, y que una empresa privada no desarrollaría por falta de rentabilidad. Sobre todo en el caso de los pequeños municipios. «Así se hace en otros lugares y aquí serviría también para la denominada 'España vacía'», explica Torres. «Se genera una responsabilización de una política frente a un objetivo público concreto con una zona», sostiene este experto de Funcas.

Además, Diego Pitarch incide en otro punto positivo que han aportado las compañías públicas, y las autonómicas en particular: la experiencia de profesionales que después han dado el salto al sector privado. «Gracias a estas empresas han salido grandes perfiles y por eso tampoco se pueden demonizar», explica este profesor del IEB quien, al mismo tiempo admite que «han generado un gasto público importante», que es el que ha provocado muchos resquemores.

Las empresas estatales salen casi indemnes de los ajustes

La sombra de la intervención acecha continuamente a las administraciones territoriales y corporaciones locales desde que en 2013 el Gobierno de Mariano Rajoy aprobara la ley de Estabilidad Presupuestaria. Nadie puede cruzar determinadas líneas rojas desde el punto de vista financiero; ni en déficit, ni en gasto, ni en deuda. Y quien lo hace, lo paga con la acotación de esas cuentas públicas y la limitación en su capacidad, por ejemplo, para salir a los mercados a demandar capitales con los que financiar sus inversiones.

El último caso, no exento de polémica, fue en diciembre la advertencia del Ministerio de Hacienda a la Junta de Andalucía negándole la posibilidad de adherirse al Fondo de Financiación de las comunidades para 2020 por incumplir los objetivos de déficit en 2018, cuando la consejera de Hacienda andaluza era la ahora ministra del ramo, María Jesús Montero.

Esa es la consecuencia más visible de la posibilidad que tiene el Estado de atar en corto cualquier actuación económica que sobrepase los límites, algo que no ocurría con tanta facilidad antes de la crisis. «Al entrar en un plan de ajuste de este tipo, el Estado tutela al organismo inferior correspondiente», explica Antonio Pedraza, del Consejo de Economistas. Y lo hacen, por ejemplo, «impidiendo la creación de nuevas sociedades», afirma este experto. «En realidad, el control está funcionando muy bien», apunta.

Al mismo tiempo que comunidades y ayuntamientos han ido acortando sus estructuras empresariales en la última década, no ha ocurrido así con las empresas que forman parte del Estado. En el caso de las sociedades corporativas públicas, pero no incluidas como parte del sector de la Administración (al no depender financieramente en más de un 50% del propio Estado), su deuda ascendía a los 29.159 millones de euros en el tercer trimestre del año pasado, según los últimos datos del Banco de España.

Esa cifra, aunque ha ido disminuyendo en los últimos ejercicios, apenas se ha reducido en un 12%, lo que ha supuesto un recorte del endeudamiento de unos 4.200 millones desde el año 2012, el peor momento de la crisis.

La distancia recorrida entre las empresas del Estado y las de las comunidades autónomas en la ultima década (en este último caso la reducción de la deuda alcanzaba el 70%) es abultada porque, como admiten fuentes financieras, las compañías con las que cuenta la Administración Central sí cumplían con los objetivos para los que fueron creadas en su momento, muchas de ellas con décadas de historia.

En cualquier caso, los entes estatales son los que acumulan la mayor cuantía de deuda de todas las empresas españolas con carácter público pero desligadas financieramente de su Administración. Así, de los casi 36.000 millones de euros comprometidos financieramente, un 82% corresponde precisamente a las compañías del Estado; el otro 10% a las que se encuentran en manos de las corporaciones locales; y el 8% restante, aproximadamente, a las vinculadas a las comunidades autónomas.

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