María José Rienda acaba la primera manga del eslalon gigante de los Juegos Olímpicos de Turín en 2006. AP
El poder de la mente

¡Cabeza, cabeza!

Élite ·

Los psicólogos se han convertido en parte esencial del éxito o el fracaso de los deportistas en la alta competición

Miércoles, 3 de agosto 2022, 00:18

Cuantas veces hemos visto a un entrenador, de cualquier deporte, sea fútbol, baloncesto, balonmano, tenis, waterpolo..., ponerse las dos manos en los lados de la ... cabeza y señalar con ese gesto a sus jugadores que deben estar concentrados, mentalizados y no dejarse arrastrar por los nervios, la pasión y la adrenalina que acelera sus pulsaciones, lo que les llevaría a cometer errores. «¡Cabeza, cabeza!!!», piden.

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Los psicólogos en el deporte actual tienen mucho que decir. Hace años se les veía como un elemento extraño e incluso innecesario o inútil, pero desde hace tiempo ha cambiado la noción que se tiene sobre los ayudantes de la mente, hasta el punto en que se han convertido en fundamentales y claves para el éxito del deportista. Casos hay muchísimos.

Djokovic, especial

Imaginen en el tenis, donde el 25% lo aplica la técnica, el otro 25% la condición física y el 50% restante depende de tener la cabeza bien amueblada, la capacidad de concentración, estrategia y frialdad en los momentos decisivos, ser más racional que el rival cuando el punto decide.

Novak Djokovic sabe mucho sobre esto. Su evolución y progreso se ajustó a la aplicación de un entrenador mental, el especialista hizo que su carrera mejorara de forma espectacular. Se acabó aquello de tirar la raqueta al suelo frustrado, de protestar al juez de línea, de pegar un bolazo contra la grada o de simular lesiones... lo importante es mantener la calma para superar los obstáculos. Rafa Nadal siempre ha vivido en su gloria de una mente prodigiosa a la hora de la verdad, cuando el set, el partido y el título se resuelve. Calma como poder. Máximo autocontrol.

Mentalidad en Rienda

Todavía recuerdo la participación olímpica de María José Rienda y la influencia que tuvo el aspecto mental en aquella decisiva carrera de infausto resultado. Me tocó escribir en las páginas especiales de IDEAL de los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín, en 2006, sobre el análisis que hicieron varios psicólogos deportivos y la influencia que tuvo el aspecto mental en la brillante deportista granadina.

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En el esquí, un fallo, despiste o gesto, el simple detalle... puede echar por tierra toda una excelente preparación de semanas, meses o hasta años. Rienda, que llegó luego a la alta esfera como dirigente política del deporte español, se detuvo en el día más malo de su carrera profesional. El del eslalon gigante turinés. La granadina era la favorita, pero 'pecó' en la manga definitiva y acabó décimo tercera.

Entonces había mucha presión. Mediática y social. España llevaba muchos años sin rascar bola en unos Juegos de Invierno. Había allí un montón de periodistas del país (entre ellos Daniel Olivares Dawson, el enviado especial de IDEAL). Época de 'medallitis'. A las gradas de Sestriere se habían asomado los príncipes de Asturias. Todos a seis bajo cero, junto a la nieve, esperando el podio de Rienda. Y nada...

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A pesar de todo, María José aún piensa que «fue bonito». «Turín me resultó especial, lo recuerdo con cariño. Salió lo que tenía que salir. Me permitió seguir creciendo». Entonces, Rienda tenía 30 años. Se trataba de sus cuartos Juegos Olímpicos.

Aún tendría otra oportunidad, la quinta: Vancouver 2010. Lo que pasa es que allí ya llegó mermada porque, a finales de 2006, se había roto la rodilla derecha. Y en 2008, la izquierda. Hasta la operaron. Turín era el gran día.

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«Es una pena cómo todo se distorsiona. Si te salen bien los Juegos, te reconocen toda tu carrera. Y si no, parece que no hayas hecho nada, ¿no?».

Había hecho cosas importantes, ya lo creo. Antes de Turín le avalaban cinco victorias de la Copa del Mundo, todas en gigante. Y ganaría la sexta un mes más tarde, en Noruega. Ningún esquiador español ha recogido tantas victorias. Blanca Fernández Ochoa acumuló cuatro. Lo que pasa es que también luce más un podio olímpico: el bronce en el eslalon de Albertville, en 1992.

«Antes de Turín, me había adjudicado las dos últimas carreras de la Copa del Mundo, los dos gigantes de Ofterschwang. Y también el siguiente, el de Kvitfjell. Sin embargo, el día de los Juegos...» no hubo suerte o le falló el aspecto mental. Aquel viernes nevaba mucho en Sestriere. La visibilidad era pésima. Rienda había estado floja en la primera manga (17.ª) y tuvo que arriesgar en la segunda.

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«El mal tiempo me perjudicó. Con un buen día rendía muchísimo mejor. Y en la segunda manga acabé cometiendo un error en una zona plana. Eso me impidió estar a mi nivel habitual. ¡En un minuto y poco te lo juegas todo!», cuenta el secreto del esquí alpino. Rienda habla de variables, todas las que envuelven una prueba. Este no es un deporte sistemático. Cada trazada cambia, las temperaturas, los estados distintos de nieve... Y admite que nunca fue una esquiadora de grandes eventos.

«En esos días decisivos siempre me ha pasado algo. Un error chiquitín, lo que sea. A mí lo que me iba era la regularidad», y eso lo premia la Copa del Mundo.

Emoción controlada

La psicología resulta determinante en un día donde no se puede cometer ningún error porque resulta crucial. En María José Rienda se reflejó en negativo, pero en otros deportistas como Novak Djokovic la concentración tomó parte en positivo. Siempre perdía en los puntos decisivos por su 'mala cabeza' y las 'idas de olla' ante Rafa Nadal. Hasta que se centró con Pepe Imaz y así batió al balear y alcanzó el número uno del mundo. Incluso mejoró su imagen de cara al espectador y al público, mucho más deportivo y educado en gestos afectivos, también con los rivales. Control emocional para ser mejor y superar las frustraciones puntuales de la competición con equilibrio. ¡Cabeza, cabeza!

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